Estefany35
Soldado
- 50
- 542
- 47
- Registrado
- 9 Ago 2022
82%
- Registrado
- 9 Ago 2022
- Mensajes
- 50
- Puntos de reacción
- 542
- Puntos
- 47
2 Years of Service
Antes de la pandemia, chambeaba en un local de lencería en el Mall de Santa Anita. No ganaba mucho, pero me permitía comprarle algo a mis hijos y darme un gustito de vez en cuándo.
Todas las mañanas, a las ocho en punto, tomaba la 22 en el Jirón Bolognesi y me bajaba en la Carretera Central. A la tarde, cuándo salía, lo mismo pero al revés. Así todos los días. Esa rutina me permitió conocer a uno de los choferes, Wilber, no fue el primero que intentó hablarme, pero sí con el que mejor vibra hubo.
Con el tiempo ya no me cobraba pasaje y hasta me reservaba el asiento de adelante de la cúster. Pero no crean que fue algo inmediato, para nada, llevó su tiempo. Desde que nos dijimos los nombres, hasta que cachamos, debió pasar cerca de un año.
Generalmente manejaba él sólo, aunque a veces venía como cobradora su mujer, entonces ahí sí, tenía que pagar los tres soles hasta Santa Anita, y sentarme en algún otro lugar, ya que ella ocupaba el asiento delantero. En esas ocasiones no nos hablábamos, apenas una mirada y una sonrisa por los espejos, lo que le agregaba más morbo a nuestra incipiente relación.
Mi hora de salida era a las tres, así que tres y quince ya estaba en el paradero. A esa hora, él ya venía de vuelta para el Callao, por lo que solía esperarlo. Una tarde veo que viene vacío. Le pregunto que le pasó y me dice que viene fuera de servicio. Ah, entonces me tomo el de atrás, le digo. Pero antes de que llegue a bajarme, me dice que me invita a tomar unas chelas. Hace rato que venía esperando que me invite a tomar o a comer algo, ya era tiempo, por lo que cuándo me hizo la propuesta, le dije que sí de inmediato.
Fuimos hasta la avenida Circunvalación, en dónde deja la cúster estacionada en una calle lateral. Nos bajamos, y como si fuera algo premeditado, mientras caminamos con dirección a Canadá, nos tomamos de las manos.
Miramos sobre la avenida algún lugar para entrar a tomar algo, pero entonces los dos nos fijamos, al mismo tiempo, en el hostal de la esquina, el que está sobre Inkafarma. Me mira como preguntándome, y sin necesidad de palabras, le digo que sí con un gesto. Así que entramos.
En la recepción compra una cerveza, y ya en la habitación brindamos por nosotros y ese momento. El beso que nos dimos fue el desenlace lógico y previsible de todo lo que nos veníamos guardando desde hace tiempo, desde la primera vez que cruzamos más de una palabra...
Continúa...
Todas las mañanas, a las ocho en punto, tomaba la 22 en el Jirón Bolognesi y me bajaba en la Carretera Central. A la tarde, cuándo salía, lo mismo pero al revés. Así todos los días. Esa rutina me permitió conocer a uno de los choferes, Wilber, no fue el primero que intentó hablarme, pero sí con el que mejor vibra hubo.
Con el tiempo ya no me cobraba pasaje y hasta me reservaba el asiento de adelante de la cúster. Pero no crean que fue algo inmediato, para nada, llevó su tiempo. Desde que nos dijimos los nombres, hasta que cachamos, debió pasar cerca de un año.
Generalmente manejaba él sólo, aunque a veces venía como cobradora su mujer, entonces ahí sí, tenía que pagar los tres soles hasta Santa Anita, y sentarme en algún otro lugar, ya que ella ocupaba el asiento delantero. En esas ocasiones no nos hablábamos, apenas una mirada y una sonrisa por los espejos, lo que le agregaba más morbo a nuestra incipiente relación.
Mi hora de salida era a las tres, así que tres y quince ya estaba en el paradero. A esa hora, él ya venía de vuelta para el Callao, por lo que solía esperarlo. Una tarde veo que viene vacío. Le pregunto que le pasó y me dice que viene fuera de servicio. Ah, entonces me tomo el de atrás, le digo. Pero antes de que llegue a bajarme, me dice que me invita a tomar unas chelas. Hace rato que venía esperando que me invite a tomar o a comer algo, ya era tiempo, por lo que cuándo me hizo la propuesta, le dije que sí de inmediato.
Fuimos hasta la avenida Circunvalación, en dónde deja la cúster estacionada en una calle lateral. Nos bajamos, y como si fuera algo premeditado, mientras caminamos con dirección a Canadá, nos tomamos de las manos.
Miramos sobre la avenida algún lugar para entrar a tomar algo, pero entonces los dos nos fijamos, al mismo tiempo, en el hostal de la esquina, el que está sobre Inkafarma. Me mira como preguntándome, y sin necesidad de palabras, le digo que sí con un gesto. Así que entramos.
En la recepción compra una cerveza, y ya en la habitación brindamos por nosotros y ese momento. El beso que nos dimos fue el desenlace lógico y previsible de todo lo que nos veníamos guardando desde hace tiempo, desde la primera vez que cruzamos más de una palabra...
Continúa...