Gente, aquí les dejo esta historia de la vida real, jaja, narrada en tercera persona, para mayor comodidad y con cierto estilo de narración algo parco, bueno, así me salió. Espero sus opiniones.
Esta es la historia de un hombre (Juan) que se enamoró (llamémoslo así) de una mujer. Él no podía hablarle mucho, las circunstancias no lo permitían, más allá del saludo y unas cuantas palabras, una sonrisa y un intercambio de miradas no podía avanzar (ella se dedica a vender huevitos de codorniz y él sólo interactúa con ella al comprarle). Aun así el hombre hizo pequeños progresos. Supo que se llamaba Rosa (aun así él no la llama por su nombre, le dice caserita), que vive con su pequeño hijo en un cuarto, ella no mencionaba al padre de éste. Sin embargo la mujer tenía pareja (si es el padre o no, se desconoce). Juan se dio cuenta, aunque no era frecuente verlo al tipo. Esto hubiese bastado para que Juan desistiese de su enamoramiento en otras ocasiones, pero por algún motivo esta vez no quiso, esa mujer seguía interesándole. Un día (una noche en realidad) se fue con todo, le preguntó si podía invitarla a salir (él ya imaginaba que le diría que no, pues ya tenía pareja, bueno pensó él, si es así, ya fue, caballero nomás). En efecto, le dijo que no podía, pero puso como razón que estaba muy dedicada a su hijo. A Juan esta negativa no le supo tanto a derrota, pues no mencionó al mariachi (un chato hasta las caiguas), quiso creer que era natural, refleja, esa negativa a media caña, pero que dejaba implícita alguna esperanza. Sin embargo para el algo tímido Juan era ya demasiada acción. Palteado y a la vez temeroso de que la mujer se ponga en un plan receloso deja de comprar el producto que ella ofrece por unas tres semanas (habitualmente compraba unas 3-5 veces por semana), aunque también lo quiere ver como una retirada estratégica. Un día decide regresar a probar suerte, ella le habla normal, luego reanuda, ve que ella sonríe, no hay recelos, pero tampoco algún progreso. En cierta ocasión, Juan decide ir y distingue a cierta distancia al tipo-o sea, el mariachi- da vueltas, pasa cerca (era un domingo y el mercadillo escenario de los acontecimientos está atestado, lo cual facilita toda esa serie de movimientos sin roche), después regresa, la ve sola, en realidad el tipo se ha alejado un poco más allá, Juan le hace la compra, a ella extrañamente se le destapa el salero armándose un pequeño desastre, que soluciona rápidamente despachándole otra porción de huevitos libre del exceso de sal, intercambian algunas palabras con Juan, incluso el tipo murmura un ¿qué pasó? a cierta distancia. Juan se va, al principio estaba bastante incómodo de ver al tipo (se había acostumbrado a verla siempre sola, al punto que casi se le olvidaba la existencia del mariachi), pero ese pequeño incidente le dice que ella estaba tensa, lo mejor de todo por su presencia. Si hay tensión es porque algo siente por mí, se complace Juan en pensar, si no, hubiese despachado como si las huevas, remata. Pasan los días, todo sigue igual, Juan es consciente que en ese plan no llegará a ninguna parte, así que un día le suelta (un poco tenso, hay que reconocerlo) la idea de que él puede alquilarle un espacio, él vive en una zona cercana, bastante comercial y podría interesarle, quizás en un rubro más rentable (ella, cuando él le ha buscado conversa y tocaba el tema de su actual negocio, suele decirle, que le va más o menos, que hay mucha competencia), ella lo mira un poco azorada, cosa que a Juan incomoda un poquito (le recordó un poco la expresión que puso la noche de la propuesta) y le dice que va a pensarlo. Más o menos salió la idea, piensa Juan, los días siguientes no hay novedades, y ahora está en este punto. Quizás en estos días le pregunte si ya lo pensó, para Juan sería excelente, la tendría más cerca y cree que con la gallinita en el corral, la cosa cambiaría. Además todas las chicas que me conocen más, me adoran, se dice, con algo de vanidad.