Srdestroyer
Sargento
Esta es una historia que pude experimentar de primera mano y la cual me fue relatada por su protagonista, quien no pudo evitar contármela debido a su grado de erotismo.
Héctor se llamaba el amigo de mi enamorada -Carla- que tenía la condición de enanismo, su pequeño tamaño no había sido impedimento para realizar su vida tranquilamente, pero tuvo un problema al empezarle a gustar su amiga -mi enamorada-, quien encontró el amor conmigo y por ello nos emparejamos. Esto, claramente, fue un fuerte problema para Héctor, quien siempre tenía buen sentido del humor y un carácter muy atractivo. De hecho, era tan amigo de Carla, que ella incluso llegaba a contarle sus problemas y abrirse emocionalmente hacia él, incluso antes de mi llegada a su vida. Ciertamente le dolió mucho al hombre el que yo llegara y le quitara a esa persona a quien deseaba, pero esto es un problema que le pasa a todo el mundo, incluyéndome. Pero fue tan notorio el dolor, que incluso ella llegaba a ser consciente del dilema, era pues escoger, ¿debía terminar conmigo para consolar a su amigo o debía mantenerse conmigo fiel a sus emociones para alejarse de Héctor?
Era evidente cómo el hombre cambiaba su rostro y estado anímico cuando nosotros -Carla y yo- concordábamos en reuniones sociales, y su uso del alcohol aumentaba toda vez que tenía que acercársenos para luego, en el modo que fuera posible, conversar, tratando de dar la impresión de que todo estaba bien manteniendo ese mismo sentido del humor que siempre le fue característico. Pero no daba la impresión. Y ese mismo estado de embriaguez no solo aumentaba su resentimiento, sino que, por momentos, viraba ese estado de ánimo hacia un lado más carnal de forma errática. Constantes chistes en doble sentido y miradas perdidas hacia zonas privadas de Carla ya nos eran muy comunes, no era algo suave, sino algo evidente lo que pasaba.
Carla me llevó durante esa reunión a un lado para conversar en privado, nos excusamos de Héctor y fuimos a una esquina del lugar, me dijo: - Héctor ya está bien extraño. Parece que no le hace bien vernos juntos.- Ciertamente asentí y no pude evitar sentirme culpable por el hecho de que yo era la causa de tal ruptura amical, o incluso, amorosa. Y fue por esa misma sensación que le dije a Carla que estaba bien, -Ve a bailar con él si quieres y conversen a solas. Tal vez así se sienta un poco mejor.- Decisión rara, incluso para ella, al ver salir esas palabras de mi boca, pero lo entendió muy rápidamente y me dijo que lo haría, mientras tanto yo estaría por allí sentado pasando el rato. Entonces salimos del lugar y nos separamos, ella iría donde Héctor, mientras que yo buscaría un sofá donde sentarme y tomar un trago tranquilamente, tal vez para observar lo que ocurría a mi alrededor.
Pasaron como quince minutos estando yo allí, tranquilo, tomando mi trago y conversando con quien viniera conmigo; desde casi el inicio de mi descanso olvidé momentáneamente cómo estarían Carla y Héctor, me preguntaría, ¿habrían ya hecho las paces, si es que hubo algo? Luego entonces empezaría a hurgar con la mirada dentro de todas aquellas siluetas bailantes para poder detectarlos, no fue tan fácil con toda esa cantidad de chicos y chicas bailando conjuntamente, pero enfocando un atisbo de concentración -cada vez más difícil por el estado del alcohol-, pude ver una pequeña silueta que volteaba, dándome su perfil. Era Héctor evidentemente, pero también noté a Carla, con quien bailaba de una forma muy... junta. Estaban tan juntos que parecía que Héctor estaba abrazado a ella como si fuese una madre. El alcohol se me bajó de golpe y sentí un profundo gancho al pecho, ¿era cierto lo que veía? Carla también hacía lo suyo, si bien él estaba aferrado a ella, ella también lo abrazaba junta a él, bailando de un lado a otro como si fuesen una hamaca.
Me levanté rápidamente y fui directo hacia donde estaban ellos, para comprobar lo que mi vista incrédula me daba a saber, y cuando iba caminando entre la gente, la vi mirando hacia el espacio donde yo entraría para dar conmigo. Nos vimos en ese instante, pero supe también que en su mirada había cierta compasión, como si me dijera "no te preocupes, sé lo que pasa y lo dejo pasar." Me detuve antes de salir de las sombras para notar que Héctor no solo estaba bailando con Carla, sino que se estaba aferrando a ella como algo que había perdido y luego encontrado. Comprendí que el hombre que había estado sufriendo tanto por mi llegada tenía un momento de paz y éxtasis, era como si todo ese momento le perteneciera a él solamente. No pude evitar ver en el rostro de Carla una señal de asentimiento, dicéndome, "déjalo ser." Y lo dejé ser completamente, teniendo en cuenta que todo su cuerpo estaba pegado al de ella, que su rostro tocaba su diafragma, justo por debajo de sus pechos y que sus manos aprisionaban sus glúteos, explorándolos por la superficie. -Está bien,- me dijo susurrando desde la lejanía, solo noté sus labios moverse pero comprendí lo que decía. Y desde allí, busqué un asiento frente a la barra, para sentarme observándolos juntos, prestando atención a todo lo que hacía Héctor y lo que asentía Carla. No tomé más hasta que ellos vinieron a mí, luego de notar cómo Carla se agachaba hacia él para escuchar algo. Supuse que ella ya se estaba despidiendo y que vendría a mí para finalmente salir.
Pero no fue exactamente así, puesto que ellos juntos caminaron hacia donde estaba yo. -¿Vamos ya?-, me preguntó Carla, alzando las cejas. Dudé un leve instante antes de responder, pero lo único que salió de mi boca fue otra pregunta en forma de respuesta: -¿Los tres?-, dije. -Sí, los tres, vamos-, me respondió ella tomando mi mano y jalándome hacia la salida. Extrañamente, también noté que le había tomado la mano a Héctor y dirigido igual que a mí, entonces supe exactamente qué era lo que posiblemente iba a pasar, y mientras lo pensaba, no podía dejar de sentirme muy extraño, porque era algo que, de suceder, sería la primera vez en mi vida: estaba un poco agitado y ansioso.
Caminamos los tres hacia el parking, donde había dejado el carro, saqué mis llaves del bolsillo, apreté el botón de alarma y el auto sonó desactivando el seguro. Rodeé el capó y fui a mi puerta de piloto, mientras tanto Carla y Héctor se quedaban en el otro extremo; sospeché de algo inusual, puesto que si bien el lugar de ella es a mi costado -el copiloto- se detuvo en la puerta para preguntarme algo que era muy posible ya tenía en mente, -¿puedo ir atrás?- Eso confirmaba mi sospecha inicial, ella no solo quería consolar emocionalmente a su herido amigo, ¡sino también de forma física! La miré a los ojos y ella a mí, tuvimos una conexión inmediata al saber qué era lo que posiblemente iría a pasar, pero en su mirada había decisión y aquella pregunta no solo era para que yo respondiera, sino que me lo estaba dando a entender desde el inicio. Mi respuesta vino por inercia luego de una muy extraña sensación de primerizo, puesto que solo atiné a decir un -sí, claro- tan neutral como dando a entender que no me pasaba nada, pero dentro de mí había un torbellino. Ella me sonrió de vuelta y bajó la mirada, abrió la puerta y entró atrás, Héctor entraría justo inmediatamente después.
Encendí el auto, pero antes de conducir, tenía la necesidad de saber qué harían los dos allí. Bajar el espejo retrovisor tanto sería una insensatez, por lo que se me ocurrió poner mi celular en la salida del aire acondicionado, justo a la altura de la radio, inclinándolo un poco para hacer reflejo claro de la imagen de atrás, enfocado en los dos. Avancé el auto y salí a la carretera. El viaje fue silencioso con respecto a voces, pero alto música, sintonicé una emisora fiestera y pasaron las típicas canciones de moda romanticonas, esperando yo ver alguna reacción allí atrás, pero no lo vería hasta un poco más adelante pasando un peaje que pagué. Pasé unos instantes concentrado en el camino, cuando luego, por el reflejo de la pantalla de mi celular, noté como una pequeña mano posaba sobre un muslo descubierto por la falda, ciertamente estaba tocando de forma directa la pierna de mi enamorada; y como no pude contener la curiosidad, volteé hacia atrás y los noté más juntos aún, ella me miró de reojo y bajó su vista hacia Hector, quien observaba directamente sus piernas casi abiertas y las tocaba como si fueran un tesoro recién descubierto. Era obvio que no solo ellos dos disfrutaban, sino que también yo empezaba a apreciar la escena, puesto que era una especie de morbo erótico observarla ser tocada por otro mientras disfruta. Teniendo en cuenta mi incapacidad para tener volteada cabeza atrás todo el tiempo al conducir, bajé el retrovisor de tal forma que pudiera tener una vista clara de todo lo que pasaba allí atrás. Y no me llevé ninguna decepción.
De cuando en cuando veía como Héctor la tocaba de forma casi respetuosa sin ser intrusivo en sus manipulaciones: era algo tierno de ver, sus manos solo se centraban en rozar sus piernas sin llevarlas a abrir completamente. Era Carla quien voluntariamente abriría o cerraría las piernas para que Héctor solo las toque cariñosamente. Era tal el respeto, que incluso él no aprovecharía la oportunidad incluso de poder ver su ropa interior, y Carla, apreciando esto, acercaría más sus muslos para que él les de delicados masajes. Vale mencionar, que en aquel trayecto, Héctor nunca forzaría nada: ni vería nada que no debiera ser visto, ni tocaría nada que no debiera ser tocado -por el momento-. De esta forma, en algún instante, Carla tomaría su casaca, se la colocaría en entrepierna para cubrirse, y separaría los muslos descaradamente para que su amigo la pueda tocar aún más. Yo ya conducía con una clara erección en ese momento, sintiendo un placer no físico pero sí muy psicológico; ella, en cambio, sentada de aquella forma, reclinó su cabeza hacia atrás en indicio del placer que le causaba ser masajeada suavemente por su amigo “fiel”.
Ciertamente no quería que ello acabe ni bien termine de conducir, pero luego me vino al recuerdo la pregunta inicial: “¿Vamos ya?” Pues, “¿vamos ya a dónde?”, me pregunté, si bien nunca me dijo algún lugar específico, ya era clara la intención, pero si aquella intención era solamente ser manoseada por su amigo en el carro, pues el que la escena escale era total responsabilidad mía. -Piensa, piensa,- me dije, tratando de imaginar lugares: “¿su casa?, ¿mi casa? No, eso no tenía sentido”. Si esa situación era tan nueva y especial como parecía, pues el lugar también tenía que ser diferente. Entonces se me ocurrió la única opción posible, a parte de lógica, y puse el auto en marcha directa. “Espera allí”, pensé diciéndole a Carla, mientras ella disfrutaba a ojos cerrados de las aún cariñosas manos masajeadoras en sus blancas piernas.
Encontré el edificio bien iluminado y entré al estacionamiento, aparqué sin decir nada. De hecho, nadie dijo nada del lugar al cual me había dirigido, es más, nadie dijo nada. Carla cerró sus piernas y elegantemente sustrajo prenda de entre sus músculos, luego abrió la puerta del auto y salió suavemente, como si era intención suya dejarse notar por cada movimiento sensual que hacía. El amigo la siguió hipnotizado y yo cerré la puerta sin mayor chiste. Entramos por esa puerta de vidrio y me dirigí al empleado, pasé la tarjeta y me fue dada una llave, donde había el número de una habitación especial. Los seguí por detrás, era Carla quien dirigía aquella fila, siendo yo el último, teniendo la posibilidad de observarlos caminar. Llegamos al cuarto y abrí la puerta con la llave. Esa habitación era muy elegante, con una sola cama king size y, alrededor, grandes alfombras de color rojo vino, muy llamativas a la vista. Había en una mesita al costado unas copas y, teniendo en mano el Whiskey, me dirigí hacia allá para empezar a llenar los vasos. Iba a empezar una gran madrugada.
-- Continuará---
Héctor se llamaba el amigo de mi enamorada -Carla- que tenía la condición de enanismo, su pequeño tamaño no había sido impedimento para realizar su vida tranquilamente, pero tuvo un problema al empezarle a gustar su amiga -mi enamorada-, quien encontró el amor conmigo y por ello nos emparejamos. Esto, claramente, fue un fuerte problema para Héctor, quien siempre tenía buen sentido del humor y un carácter muy atractivo. De hecho, era tan amigo de Carla, que ella incluso llegaba a contarle sus problemas y abrirse emocionalmente hacia él, incluso antes de mi llegada a su vida. Ciertamente le dolió mucho al hombre el que yo llegara y le quitara a esa persona a quien deseaba, pero esto es un problema que le pasa a todo el mundo, incluyéndome. Pero fue tan notorio el dolor, que incluso ella llegaba a ser consciente del dilema, era pues escoger, ¿debía terminar conmigo para consolar a su amigo o debía mantenerse conmigo fiel a sus emociones para alejarse de Héctor?
Era evidente cómo el hombre cambiaba su rostro y estado anímico cuando nosotros -Carla y yo- concordábamos en reuniones sociales, y su uso del alcohol aumentaba toda vez que tenía que acercársenos para luego, en el modo que fuera posible, conversar, tratando de dar la impresión de que todo estaba bien manteniendo ese mismo sentido del humor que siempre le fue característico. Pero no daba la impresión. Y ese mismo estado de embriaguez no solo aumentaba su resentimiento, sino que, por momentos, viraba ese estado de ánimo hacia un lado más carnal de forma errática. Constantes chistes en doble sentido y miradas perdidas hacia zonas privadas de Carla ya nos eran muy comunes, no era algo suave, sino algo evidente lo que pasaba.
Carla me llevó durante esa reunión a un lado para conversar en privado, nos excusamos de Héctor y fuimos a una esquina del lugar, me dijo: - Héctor ya está bien extraño. Parece que no le hace bien vernos juntos.- Ciertamente asentí y no pude evitar sentirme culpable por el hecho de que yo era la causa de tal ruptura amical, o incluso, amorosa. Y fue por esa misma sensación que le dije a Carla que estaba bien, -Ve a bailar con él si quieres y conversen a solas. Tal vez así se sienta un poco mejor.- Decisión rara, incluso para ella, al ver salir esas palabras de mi boca, pero lo entendió muy rápidamente y me dijo que lo haría, mientras tanto yo estaría por allí sentado pasando el rato. Entonces salimos del lugar y nos separamos, ella iría donde Héctor, mientras que yo buscaría un sofá donde sentarme y tomar un trago tranquilamente, tal vez para observar lo que ocurría a mi alrededor.
Pasaron como quince minutos estando yo allí, tranquilo, tomando mi trago y conversando con quien viniera conmigo; desde casi el inicio de mi descanso olvidé momentáneamente cómo estarían Carla y Héctor, me preguntaría, ¿habrían ya hecho las paces, si es que hubo algo? Luego entonces empezaría a hurgar con la mirada dentro de todas aquellas siluetas bailantes para poder detectarlos, no fue tan fácil con toda esa cantidad de chicos y chicas bailando conjuntamente, pero enfocando un atisbo de concentración -cada vez más difícil por el estado del alcohol-, pude ver una pequeña silueta que volteaba, dándome su perfil. Era Héctor evidentemente, pero también noté a Carla, con quien bailaba de una forma muy... junta. Estaban tan juntos que parecía que Héctor estaba abrazado a ella como si fuese una madre. El alcohol se me bajó de golpe y sentí un profundo gancho al pecho, ¿era cierto lo que veía? Carla también hacía lo suyo, si bien él estaba aferrado a ella, ella también lo abrazaba junta a él, bailando de un lado a otro como si fuesen una hamaca.
Me levanté rápidamente y fui directo hacia donde estaban ellos, para comprobar lo que mi vista incrédula me daba a saber, y cuando iba caminando entre la gente, la vi mirando hacia el espacio donde yo entraría para dar conmigo. Nos vimos en ese instante, pero supe también que en su mirada había cierta compasión, como si me dijera "no te preocupes, sé lo que pasa y lo dejo pasar." Me detuve antes de salir de las sombras para notar que Héctor no solo estaba bailando con Carla, sino que se estaba aferrando a ella como algo que había perdido y luego encontrado. Comprendí que el hombre que había estado sufriendo tanto por mi llegada tenía un momento de paz y éxtasis, era como si todo ese momento le perteneciera a él solamente. No pude evitar ver en el rostro de Carla una señal de asentimiento, dicéndome, "déjalo ser." Y lo dejé ser completamente, teniendo en cuenta que todo su cuerpo estaba pegado al de ella, que su rostro tocaba su diafragma, justo por debajo de sus pechos y que sus manos aprisionaban sus glúteos, explorándolos por la superficie. -Está bien,- me dijo susurrando desde la lejanía, solo noté sus labios moverse pero comprendí lo que decía. Y desde allí, busqué un asiento frente a la barra, para sentarme observándolos juntos, prestando atención a todo lo que hacía Héctor y lo que asentía Carla. No tomé más hasta que ellos vinieron a mí, luego de notar cómo Carla se agachaba hacia él para escuchar algo. Supuse que ella ya se estaba despidiendo y que vendría a mí para finalmente salir.
Pero no fue exactamente así, puesto que ellos juntos caminaron hacia donde estaba yo. -¿Vamos ya?-, me preguntó Carla, alzando las cejas. Dudé un leve instante antes de responder, pero lo único que salió de mi boca fue otra pregunta en forma de respuesta: -¿Los tres?-, dije. -Sí, los tres, vamos-, me respondió ella tomando mi mano y jalándome hacia la salida. Extrañamente, también noté que le había tomado la mano a Héctor y dirigido igual que a mí, entonces supe exactamente qué era lo que posiblemente iba a pasar, y mientras lo pensaba, no podía dejar de sentirme muy extraño, porque era algo que, de suceder, sería la primera vez en mi vida: estaba un poco agitado y ansioso.
Caminamos los tres hacia el parking, donde había dejado el carro, saqué mis llaves del bolsillo, apreté el botón de alarma y el auto sonó desactivando el seguro. Rodeé el capó y fui a mi puerta de piloto, mientras tanto Carla y Héctor se quedaban en el otro extremo; sospeché de algo inusual, puesto que si bien el lugar de ella es a mi costado -el copiloto- se detuvo en la puerta para preguntarme algo que era muy posible ya tenía en mente, -¿puedo ir atrás?- Eso confirmaba mi sospecha inicial, ella no solo quería consolar emocionalmente a su herido amigo, ¡sino también de forma física! La miré a los ojos y ella a mí, tuvimos una conexión inmediata al saber qué era lo que posiblemente iría a pasar, pero en su mirada había decisión y aquella pregunta no solo era para que yo respondiera, sino que me lo estaba dando a entender desde el inicio. Mi respuesta vino por inercia luego de una muy extraña sensación de primerizo, puesto que solo atiné a decir un -sí, claro- tan neutral como dando a entender que no me pasaba nada, pero dentro de mí había un torbellino. Ella me sonrió de vuelta y bajó la mirada, abrió la puerta y entró atrás, Héctor entraría justo inmediatamente después.
Encendí el auto, pero antes de conducir, tenía la necesidad de saber qué harían los dos allí. Bajar el espejo retrovisor tanto sería una insensatez, por lo que se me ocurrió poner mi celular en la salida del aire acondicionado, justo a la altura de la radio, inclinándolo un poco para hacer reflejo claro de la imagen de atrás, enfocado en los dos. Avancé el auto y salí a la carretera. El viaje fue silencioso con respecto a voces, pero alto música, sintonicé una emisora fiestera y pasaron las típicas canciones de moda romanticonas, esperando yo ver alguna reacción allí atrás, pero no lo vería hasta un poco más adelante pasando un peaje que pagué. Pasé unos instantes concentrado en el camino, cuando luego, por el reflejo de la pantalla de mi celular, noté como una pequeña mano posaba sobre un muslo descubierto por la falda, ciertamente estaba tocando de forma directa la pierna de mi enamorada; y como no pude contener la curiosidad, volteé hacia atrás y los noté más juntos aún, ella me miró de reojo y bajó su vista hacia Hector, quien observaba directamente sus piernas casi abiertas y las tocaba como si fueran un tesoro recién descubierto. Era obvio que no solo ellos dos disfrutaban, sino que también yo empezaba a apreciar la escena, puesto que era una especie de morbo erótico observarla ser tocada por otro mientras disfruta. Teniendo en cuenta mi incapacidad para tener volteada cabeza atrás todo el tiempo al conducir, bajé el retrovisor de tal forma que pudiera tener una vista clara de todo lo que pasaba allí atrás. Y no me llevé ninguna decepción.
De cuando en cuando veía como Héctor la tocaba de forma casi respetuosa sin ser intrusivo en sus manipulaciones: era algo tierno de ver, sus manos solo se centraban en rozar sus piernas sin llevarlas a abrir completamente. Era Carla quien voluntariamente abriría o cerraría las piernas para que Héctor solo las toque cariñosamente. Era tal el respeto, que incluso él no aprovecharía la oportunidad incluso de poder ver su ropa interior, y Carla, apreciando esto, acercaría más sus muslos para que él les de delicados masajes. Vale mencionar, que en aquel trayecto, Héctor nunca forzaría nada: ni vería nada que no debiera ser visto, ni tocaría nada que no debiera ser tocado -por el momento-. De esta forma, en algún instante, Carla tomaría su casaca, se la colocaría en entrepierna para cubrirse, y separaría los muslos descaradamente para que su amigo la pueda tocar aún más. Yo ya conducía con una clara erección en ese momento, sintiendo un placer no físico pero sí muy psicológico; ella, en cambio, sentada de aquella forma, reclinó su cabeza hacia atrás en indicio del placer que le causaba ser masajeada suavemente por su amigo “fiel”.
Ciertamente no quería que ello acabe ni bien termine de conducir, pero luego me vino al recuerdo la pregunta inicial: “¿Vamos ya?” Pues, “¿vamos ya a dónde?”, me pregunté, si bien nunca me dijo algún lugar específico, ya era clara la intención, pero si aquella intención era solamente ser manoseada por su amigo en el carro, pues el que la escena escale era total responsabilidad mía. -Piensa, piensa,- me dije, tratando de imaginar lugares: “¿su casa?, ¿mi casa? No, eso no tenía sentido”. Si esa situación era tan nueva y especial como parecía, pues el lugar también tenía que ser diferente. Entonces se me ocurrió la única opción posible, a parte de lógica, y puse el auto en marcha directa. “Espera allí”, pensé diciéndole a Carla, mientras ella disfrutaba a ojos cerrados de las aún cariñosas manos masajeadoras en sus blancas piernas.
Encontré el edificio bien iluminado y entré al estacionamiento, aparqué sin decir nada. De hecho, nadie dijo nada del lugar al cual me había dirigido, es más, nadie dijo nada. Carla cerró sus piernas y elegantemente sustrajo prenda de entre sus músculos, luego abrió la puerta del auto y salió suavemente, como si era intención suya dejarse notar por cada movimiento sensual que hacía. El amigo la siguió hipnotizado y yo cerré la puerta sin mayor chiste. Entramos por esa puerta de vidrio y me dirigí al empleado, pasé la tarjeta y me fue dada una llave, donde había el número de una habitación especial. Los seguí por detrás, era Carla quien dirigía aquella fila, siendo yo el último, teniendo la posibilidad de observarlos caminar. Llegamos al cuarto y abrí la puerta con la llave. Esa habitación era muy elegante, con una sola cama king size y, alrededor, grandes alfombras de color rojo vino, muy llamativas a la vista. Había en una mesita al costado unas copas y, teniendo en mano el Whiskey, me dirigí hacia allá para empezar a llenar los vasos. Iba a empezar una gran madrugada.
-- Continuará---