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[...]Because my inside is outside ♪
My right side's on the left side ♪
Cause I'm writing to reach you now but ♪
I might never reach you ♪...
Quien haya leído” El niño que enloqueció de amor”, al menos los primeros párrafos, podrá hacerse una idea de cómo llegaron a mí un cúmulo de sensaciones, y desesperaciones, que vivencié durante aquellos meses donde casi todo lo que me rodeaba me incitaba al placer sexual. La obra antedicha no es erótica; menciono la carencia de esa característica por si algún incauto, ansioso por literatura erótica, intente brujulearla.
Tras mis tardanzas diarias, madre se enojó y decidió quitarme la movilidad escolar. Es por ello que yo tenía que arreglármelas con las mesadas que me daba madre y la tarjeta de padre. Por si no lo recuerdan, mis tardanzas acontecían porque me acostaba tarde, mejor dicho, me quedaba dormida muy tarde a causa de los fogosos nuevos vecinos.
En relatos anteriores mencioné que tenía suficiente dinero para movilizarme en taxi; pero mi tío me enseñó a usar los autobuses. Me encantaba ser aplastada por él; pero cuando él no me acompañaba era invadida por advenedizas manos y protuberancias masculinas. Llegaba a la escuela entre excitada y asustada. Tomaba café y comía caramelos para no dormirme en clases. En los recreos y ratitos libres que había, me acurrucaba sola y me quedaba dormida sobre la carpeta; ello se convirtió en una costumbre nada agradable. Enfermé.
Un día en el colegio hubo un simulacro de sismo. Salimos al patio y nos paramos sobre la circunferencia dibujada en el suelo. Minutos después estaba tendida en el suelo. Algunos pensaron que me desmayé de miedo ¡JA! Otros, que estaba muerta. Yo, la verdad, no sentí mareo, ni dolor, ni vi una guadaña plateada, simplemente, me quedé dormida.
Desperté en el tópico de la escuela y lo primero que vi fue a madre: ecuánime, paciente, silente, hermosa, esperando a que yo dijera algo. Entonces ella, con esa linda pronunciación que posee, dijo: Un saco vacío no puede permanecer en pie. Yo sabía muy bien lo que quiso decirme; sonreí y le dije que me llevara a comer. ¡JA! Cuando íbamos saliendo de la escuela le pregunté a madre donde había leído la frase antedicha. Ella respondió: Lo leí en una guitarra.
Ese día madre no me llevó al médico. Después de almorzar fui a mi habitación con la intención de dormir; pero lo único que conseguí al cerrar mis ojos fue recordar todas aquellas veces que un hombre me hizo sentir placer: José, mi tío y todos aquellos hombres que se posaban detrás de mí en los autobuses. Luego pensé que después de haber estado tendida en el suelo del patio sería bueno tomar un baño. ¡JA!
Mientras me desnudaba, madre tocó la puerta del cuarto de baño y me dijo: Tú tío está en la casa. Está algo mareado, no lo despiertes. Ya regreso. No me demoro.
Con el agua sobre mi piel me provocó tocarme, como lo habían hecho José, mi tío y los circunstanciales pasajeros de los autobuses. No sentía nada, quizá no lo estaba haciendo bien o estaba muy nerviosa. Pensé en meterme los dedos en la vagina; pero me dio miedo sangrar y sentir dolor. Me quedé bajo el agua viendo mis piernas y lo que hay entre ellas, angustiada e impotente, lloraba por todo el cuerpo menos por mis ojos. No había una razón para llorar.
Al terminar de bañarme, iba a salir desnuda; pero pensé que podía cruzarme con mi tío y me cubrí el cuerpo con la toalla. Ya en mi habitación lo primero que quise fue secarme el cabello; pero no encontré mi secadora. Seguro madre la tomó. Fui a su habitación y vi que mi tío estaba dormido sobre la cama. Vi que tenía una erección, vi la secadora cerca de la cama, vi su erección. Me acerqué a la cama, tomé la secadora y me quedé viendo su erección. Nunca había visto un pene pero sí que había sentido muchos. No fue curiosidad lo que determinó mi permanencia en la habitación, fue la arrechura. Y me acerqué, casi sin respirar, y lo toqué, al parecer torpemente, pues mi tío se despertó. Salí de la habitación de madre y me encerré en la mía.
Mientras me secaba el cabello pensaba en lo que había visto y hecho. Cuando ya tuve el cabello seco, me decidí regresar. Regresé a la habitación de madre. Fui lenta e insensata. Todo estaba en su sitio menos la secadora. Me acerqué y lo toqué otra vez, en la punta, suavecito, y eso era lo que le hacía: un toquecito y lo dejaba. Al ver que mi tío no despertaba ante tanto toque deslicé algunos dedos por el tronco de su pene, y era largo, notorio, no había necesidad de descubrir su piel, ya tenía la imagen, el molde. Deslicé mis dedos nuevamente; pero esta vez de regreso hacía la punta; me pareció interminable y no llegué al punto de partida. Retiré mis dedos al escuchar que mi tío me dice: te gusta. Me quise ir; pero él me agarró de la mano y repitió la pregunta. Respondí que sí casi ahogándome. Me dijo que siguiera; pero no sabía qué hacer, me inmovilizó la vergüenza. Él al verme inmóvil, llevó mi mano hacía su pene. Pude seguir su forma y sentir su dureza con casi toda mi mano por encima de su buzo. Cada vez lo tenía más claro y cerca. Soltó mi mano y comencé a hacerlo sola. Me daba la impresión de que se ponía más dura y que se hinchaba por instantes. Luego volvió a tomar mi mano y esta vez la llevó a la misma ubicación pero debajo de su buzo. Lo sentí calentito, duro, velludo; subí por toda la calentura y dureza de su tronco y llegué a la punta, estaba húmeda, la punta y yo. Al ratito se la sacó, me quedé inmóvil, otra vez. Mi primera impresión fue la de estar viendo un monstro. Un monstro que aumentó aún más mi arrechura. Me jaló a la cama, y me echó a la altura de su barriga y me dijo: chúpame la pinga. Yo le quedé mirando y luego le besé la barriga y cuando le miré a los ojos nuevamente quise besarlo, abrazarlo y que me haga el amor, tapaditos; pero él tomó mi cabeza y la llevó hacia su pinga. Abrí mi boca y comencé a hacerlo, hacía lo que él decía, tal como me lo pedía, sin reparos. Estaba a su merced. No sé cuánto tiempo estuve así, de pronto sentí el semen en mi boca, saqué su pinga de mi boca y me cayó un chorro de semen en la cara. Él tomo mi cabeza y dijo: Sigue chupando. Lo hice y recibí el resto de semen en mi boca y me lo pasé a su pedido. Cuando quise recostarme sobre su cuerpo, él me dijo señalando su barriga y mi cara: Aquí y aquí hay más leche, tómala. Lamí como una perrita la leche que había caído en su barriga y él me ayudo con sus dedos con el semen que había en mi cara. Me orillé a su lado, esperando ser desvirgada. Oí llegar a madre. Me fui a mi habitación. No pude dormir. Seguía virgen.
Me sentía bien por haber avanzado un poco en lo sexual; pero aún estaba lejos de estar satisfecha, esa angustia en el cuerpo aún estaba asaltándome. Seguía sin poder dormir. Era un hecho que me excitaba mucho chupársela hasta recibir el semen; pero él nunca se ocupaba de mí. Siempre me dejaba excitada. Esperaba con ansias subir a los autobuses llenos, y ser invadida por manoseos y frotadas. Quise intentarlo con otros que conocía pero ninguno se atrevió, eran igual que mi tío: se las mamaba, se venían, y ya; aunque uno de ellos me lamia la vagina y el ano y frotaba su pene por mi vagina. Algo de satisfacción había pero no era suficiente.
Mis desmayos continuaron.
Madre me llevó al doctor. Y el doctor no me curó ¡JA!