Se iba. Sólo faltaban unos días y se iría "de viaje". Eso me ponía alegre y a la vez un poco inseguro, porque posiblemente ya no la volvería a ver. No te estarás enamorando, ¿no, Gilerito? Pues lo pensé. Lo pensé bastante como acostumbro pensar lo que me interesa. Su forma de ser había impactado en mí de un modo muy favorable. Me sentía más alegre, con ganas de hacer muchas cosas, las ideas fluían y saltaban como en ebullición. Mucha gente se sorprendió de la forma como había cambiado de un momento a otro. Pero les daba gusto ese cambio.
La busqué al día siguiente, con un regalito, y le participé algo de lo que ella había provocado en mi. La naturaleza del regalo no era muy vanal, por lo que se manifestó muy agradecida, por lo que ello significaba. Cuando llegué estaba en la puerta, aún sin cambiarse, y bajamos juntos las escaleras. Nos sentamos en una mesa y mientras conversábamos durante dos dobles, le explicaba un poquito lo que había hecho por mi. No quería irme, y no me fui. Me quedé. Me quedé y entramos al privado, donde llegaron tras nuestro jarras y dobles... dobles y jarras... los cuales ibamos libando lentamente, a través de las horas... hasta que cayó.
Cayó. Vaya. No lo esperaba. De pronto su cabeza descansaba en mi pecho y no quise molestarla. La acomodé lo mejor que pude en el sillón, la cubrí con mi casaca y pedí que trajeran algo para acolchar un poco un punto de presión que su cuerpo hacía sobre uno de los brazos de madera. Me senté a un costado, sin saber que hacer... no me había pasado eso antes... Amablemente un mozo me indicó que si la chica dormía, ya no podía quedarme en el privado. Salí.
Apenas afuera,
la pequeña del lindo derriere se aproxima con picardía, y me pregunta que qué le había hecho a mi debilidad. No comprendí. Pese a que habían pasado algunos meses, me recordó
lo que pasó con la chinita, la vez que la conocí, que SIEMPRE emborrachaba a las chicas y me pidió que la emborrachara también ella. Solté una carcajada. Me pidió un doble, ya que ella también pretendía ignorar la existencia de los simples. Se lo puse. Y luego insistió en que la llevara al privado. Yo a estas horas y estas alturas, muy sobrio no andaba. Me negué un poco, pero finalmente cedí. Dos palmadas. Doble y Jarra. Adentro.
Mi Gran Debilidad seguía dormida. Nos ubicamos al extremo opuesto. No estaba con muchas ganas de estar con esta chica. Había entrado por su insistencia. Me dijo que me había enamorado de la bella que dormía. Lo negué, pero lo andaba dudando. En una conversación un poco evasiva y sin intentar nada "privado" aconteció algo inesperado. La bella despertó.
Al despertar, se sentó, se frotó los ojos. Y se quedó mirando al vacío adormilada. ¿Al vacío? Ese vacío estaba entre ella y yo. Así que estaba dudando si miraba al vacío o miraba con quién estaba yo. Se levantó. Hizo una bola con mi casaca, se acercó a donde yo estaba y me la tiró encima.
Auch. Dejé a la pequeña, ensayando una disculpa pero sin esperar que sea aceptada. Total, ese trago ya estaba pagado. Salí y la encontré en la barra tomando un vaso con agua. Me hizo una escenita de celos, de rabieta, con gruñidos y reproches. No sabía que las ficheras celaban. Le propuse volver al privado pero se negaba. Insistí. Y me propuso algo que me ha dejado pensando... pidió champagne. Creí, como muchos, que el champagne al ser más caro le daba una mejor comisión, pero la tabla indica lo contrario. Entramos con un champagne, y empezó la fiesta. Recién nos pusimos en verdad alegres y empezamos a realizar actos "privados". Llegó otro champagne, y otro, y otro... Y ella pidió otro más... Yo ya no quería. Le temía a la cruda que seguiría. Pero ella insistió. Yo me negué. Gruñí, y la diablita, sentada al frente nuestro se rió de mi gruñido. Esa risa me desarmó y acepté el sexto champagne. Salimos a las 7 am. Ya era miércoles.