Sansk
General
Justificación
Este relato es casi la continuación de uno anterior (http://perutops.com/foro-relax/f100/aventuras-en-putina-punco-284551/), estoy pensando convertirlo en una trilogía, naa es broma.
Escribí el relato en partes desde el 9 de febrero fecha en que partí hacia Moquegua en busca de Rosa María.
Espero les guste la diégesis donde otra vez vierto mi nostálgico Sansk junto a las cuitas de un hombre abandonado. Espero sepan disculpar (otra vez) que este relato no tenga lo erótico que es menester para esta zona, escribo como catarsis y de la misma manera lo posteo, espero les guste
Introducción
Ayer 14 de marzo, fiel a mi costumbre apagué el celular y desconecté el teléfono, me desaparecí entre mis nostalgias hasta las 6 de la mañana, Wisky en mano claro, me acosté cuando la ciudad, 7 pisos más abajo, comenzaba con sus primeras bullas, cuando los seres como nosotros regresan a sus cubiles.
–“Hoy no es buen día para escribir”– me dije.
Ayer después de una larga y por demás injusta agonía de 9 días murió Margarita, la última de mi familia materna.
–Mañana es tu cumpleaños, ¿Qué quieres que te cocine?– las lágrimas intentaron salirse solas, quise decirle estás muriendo abuela y mañana también estarás muriendo, pero no dije nada y tomé su mano, puse mi frente sobre ella y suspiré.
–Lo que quieras– musité, como hablándole a un recuerdo, a un fantasma.
Salí a comprar algo para desayunar y al regresar el doctor me esperaba en la puerta de la habitación de mi abuela. intentó decirme algo, pasé de frente, le habían cubierto el rostro, la destapé, le besé la frente, cogí la laptop que me acompañó estos 9 días de agonía y salí.
Sus cenizas me miran desde la ventana de la cocina. Murió un día antes de que yo cumpliera 33, ella tenía 86. Murió ayer.
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Relato
Sin darnos cuenta estábamos besándonos, yo aprisionaba su cintura y ella con sus brazos alrededor de mi cuello me acariciaba el cabello, no sabíamos lo que sentíamos, como dije en el anterior relato nos conocimos muy tarde, lo dimos todo antes de conocernos y estábamos vacios sin nada más que ofrecerle a un nuevo amor. Era una realidad triste pero tácita y tristemente la habíamos aceptado.
Ella tenía un olor cítrico delicioso, podría asegurar que era Be Delicious de Donna Karan, le dije ‘hueles delicioso’, con su clásica inocencia ella se sonrojó y me dijo ‘no arruines el momento’. Era cierto, nos había costado llegar a esto así que me callé y la besé otra vez.
Terminamos regados en un mueble que había al costado, parecía una especie de diván bastante incómodo, comencé a desvestirla y la dejé echada, fui por la cámara fotográfica, ella al ver la máquina se levantó de un salto felino y me dijo ‘no, eso no por favor’, no le respondí y de la mano la llevé nuevamente a su posición de maja desnuda, ella obedeció como siempre. Le cámara tomó vida y la absorbió rápidamente, varios momentos de Rosa María fueron robados e inmortalizados. Poco a poco los flashes y las tomas perdieron su lugar ante los besos y caricias, desnudos sobre el incómodo mueble hacíamos bromas sobre la incomodidad de intentar tirar e una superficie tan irregular, ella reía y su risa alimentaba el aire de vida, su risa despertaba la esperanza. A Rosa María se le podía amar para toda la vida cuando reía, y si estaba desnuda mucho más. Nos acariciamos hasta que ella me comenzó a besar, al final intento un oral bastante rudo y doloroso, por momentos pensaba que me arrancaría el miembro de una dentellada. Me daba pena decirle que lo hacía pésimo, se lo metía con prisa en la boca haciendo fuerte fricción entre cada curvatura de mi pene y sus dientes, yo daba saltitos de dolor a cada segundo y ella sonreía malévolamente pensando que yo lo disfrutaba al máximo. La levanté para evitar seguir siendo torturado y ella me dijo ‘¿te gustó?’, asentí con la cabeza y la comencé a besar, la tumbé en el mueble y le dije ‘ahora me toca a mí’.
Pero creo que, profundamente emocionado, me he adelantado, mejor ordenémonos, creo que debería comenzar desde donde me quede en el anterior relato. Era 9 de febrero, el carro estaba listo y mi escasa maleta también. El destino: Moquegua, y un reencuentro forzado y necesitado. un día antes había conversado con Marietta, las cosas habían terminado otra vez en discusión, me dijo que iría a la Candelaria, se hospedaría en nuestro hotel de siempre y eso me creaba una dificultad para hospedarme allí con Rosa María, lo único bueno era que vería a mi hijo.
–Iremos a la candelaria, mi mamá nos acompañará– dijo, dejando una pausa para escuchar mi reacción.
–Está bien, me avisas si necesitas alguna cosa– le solté intentando terminar la discusión.
–Algo ¿Cómo qué?
–Por favor Marie, no comiences.
–No me digas Marie, sabes que nunca me gustó.
–Está bien. Marietta por favor no comiences.
–Bueno, nos hospedaremos en el XXXXXXXX.
–¿Qué? Pero si tu mamá tiene casa.
–Queremos evitar encontrarnos con mi papá. Pero no tengo por qué explicarte, te estoy avisando, después dices que no te comunico nada.
–Bueno, entonces estamos hablando.
–Adiós.
Marietta no era así, la conocí dulce, era una mujer feliz y se había convertido en un ser amargado y resentido. Nunca he podido evitar pensar que fue por mi culpa, aunque no sé que pude haber hecho. En el camino de nuestra relación cambió radicalmente unos meses antes de embarazarse de Cáleb, de pronto le resultaba molesto todo lo que me concerniera. Decidí no pensar en eso, estaba a punto de salir de viaje y quería concentrarme en el anhelo de la esperanza. Una frase de Rosa María me daba vueltas en la cabeza:
–¿si me mudo a Lima podríamos intentar algo?
Recuerdo que después de escuchar mi respuesta ella había cambiado. Pensando en ella, en por qué había terminado con el novio arequipeño, comencé mi camino. El viaje se hizo muy corto y antes de lo que pensé estaba entrando a Moquegua, estaba emocionado, no conocía Moquegua hasta entonces. Tenía las recomendaciones de mi amigo Rhinox y mucho tiempo para pasear.
–¿Ves? al final siempre te encuentro– eso era lo que le iba a decir a Rosa María al aparecerme en su puerta por sorpresa. Había pensado esa frase todo el viaje. Nada podía salir mal, seguí las precisas indicaciones de varios amistosos moqueguanos y 3 horas después termine en la Av. Balta, absolutamente perdido. Mis ganas de sorprenderla se vieron derrotadas por mi absoluta incapacidad para ubicarme.
–No puedo creer que te hayas perdido– fue lo que ella dijo cuando me tuvo que recoger. No hubo sorpresa, ni frase, ni nada. Cuando subió al carro a mi lado me comenzó a matar cuando dijo ‘Hola, no has cambiado nada’, sonreí y la besé en la mejilla. Me guio a su casa, me presentó a sus papás y durante el almuerzo le dije que quería conocerlo todo, que hasta había pedido consejo a un amigo sobre Ilo y ella me terminó de matar cuando dijo que no se iba a poder, que salíamos al día siguiente a Puno, ‘por los trámites del colegio tú me entiendes’, y claro que ‘yo entendía’.
En la tarde nos escapamos de sus padres y fuimos a una cafetería muy chiquita (creo que en la calle Moquegua, no lo sé con seguridad, como comprenderán no pude conocer nada) y conversamos hasta que se hizo de noche. Le conté por primera vez de mi esposa (bueno, ex esposa) y ella me habló de Joaquín (su exnovio), le conté de cómo Marietta me había dejado más perdido de lo que me había encontrado y ella me dijo que nunca lo había amado, que había sido su primer hombre (sí, eso fue lo que dijo, por muy gracioso y anticuado que suene) y por eso había seguido con él. Le conté como conocí a Marietta en el Queirolo mientras le leía uno de mis poemas a un amigo y famoso pintor, le conté como tras varios vinos nos habíamos hecho novios esa noche y no nos vimos después por 5 años, ella me habló de la debilidad de Joaquín por engañarla con quien pudiera y de cómo una vez la había golpeado. Le dije que había querido volver a amar a Marietta, que ella no quiso y que me había dicho que no amaba a nadie más que a mí y que eso había sido lo más doloroso que me habían dicho, ella me habló de cuando a los 11 años se declaró a Alvarito Fuentes y él, emocionadísimo, la besó tan fuerte que le partió el labio de una dentellada (nueve puntos de sutura dentro del labio inferior y tres por fuera), que desde entonces no dio más besos hasta los 19 años en que en un día lo dio todo. Le dije que Cáleb mi hijo era un petiso muy chistoso y que me alegraba la vida cuando ya tenía ganas de terminar con todo, ella me habló de cuando su padre comenzó a presentar el Parkinson y su hermana se mató en un accidente automovilístico. Dijimos todo lo que pudimos para no tener hablar.
Cerca de las 8 salimos y subimos a mi carro. No podía evitar pensar que era la mujer con quien mejor he podido conversar, y recordé Putina Punco. Cuando llegamos a su casa me propuso entrar a tomar algo, le dije que mejor era descansar para poder viajar al día siguiente sin problemas, ella aceptó, me dio un beso y se bajó de carro. Me quedé pensando un rato y me dieron ganas de escribir cuando recordé que no sabía donde coño era mi hotel. Avergonzado estacioné el auto, lo aseguré y esperé que un taxi me llevara.
Ya en la habitación intentaba escribir y nada salía, escribía dos líneas y las borraba al instante. Puse un poco de música, The village of dwarves de Rhapsody, tuve ganas de llamarla, pero no hizo falta ella dio el primer paso y me llamó.
–¿Ya estabas durmiendo?– me dijo.
–No preciosa, veía televisión.
–Quería decirte algo y no tuve el valor de hacerlo viéndote a la cara– estaba seguro de lo que venía.
–También se me quedaron algunas frases en el bolsillo.
–Pero antes quería preguntarte algo.
–Lo que quieras, hoy, lo que quieras.
–¿Por qué estás tan triste?
–A la Ro– así comencé a decirle desde el café, no sé por qué –y yo que sé, nací nostálgico imagino, triste, ahuevonado.
–Bueno, ya me contarás por qué. Te quería decir que… me gustas mucho– esto sumado a aquello de su primer hombre , eran el recordatorio perfecto de su adolescencia inocua, y continuó –no lo digo esperando nada, sé que no somos ni seremos nada, pero no quería que te duermas sin saberlo.
–No sé qué decir.
–No digas nada.
–Gracias por encontrarme hoy, comenzaba a desesperarme. Quise sorprenderte y todo salió para el carajo.
–No digas groserías. Estoy para buscarte. Además sí me sorprendiste.
–¿Acaso yo estoy para perderme?
–jajajaja
–No tengo sueño ¿y tú?
–Tampoco por eso te llamé, para no dejarte dormir– ahí había un mensaje escondido.
–¿Quieres venir?– le dije tanteándola.
–Sí… – hizo una pausa y colgó, no sabía si vendría o no, al final sólo me había dicho que sí quería venir, no si vendría.
No sabía a cuánto tiempo estaba exactamente, me acerqué a la ventana a fumar un cigarro. Sonaba Rage of the Winter cuando recordé un juego que teníamos con Marietta, nos sentábamos en un parque cualquiera y adivinábamos lo que pensaba la gente que pasaba, sonreí. Llamaron a la puerta.
–Pase, está abierto.
–Hola ¿dónde estás?– dijo una voz que parecía asustada, todavía desde fuera de la habitación.
–Pasa preciosa, estoy aquí junto a la ventana.
Sentí sus pasos detrás de mí, unos segundos después me pasó los brazos por la cintura y me abrazó. Enterró su rostro en mi espalda y soltó un gemido muy bajito.
–¿Quieres un cigarro?– murmuré mientras ofrecía el paquete abierto de Winston.
–Bueno.
–No entiendo tu ciudad– le dije –es desordenada, estaba seguro que llegarías por este lado.
–Me lo hubieras dicho, yo le decía al taxista que se diera la vuelta.
Se movió al otro lado de la ventana y nos quedamos casi veinte minutos en silencio viendo la calle vacía, fumando, de rato en rato nos mirábamos y sonreíamos incómodamente, ninguno de los dos sabía cómo romper ese silencio. Ella otra vez dio el primer paso, sí otra vez.
–¿Por qué siempre fumas Winston?– dijo avanzando hacia mí.
–Es una vieja costumbre, llevo casi veinte años fumándolos.
–¿Que música es esa? ¿No hay algo menos ruidoso?
–Es Metal, el grupo se llama Rhapsody– se detuvo frente a mí y me dio un beso seco en los labios. Olía delicioso (el olor de una mujer es uno de los factores de seducción más importantes para mí), la tomé por la cintura y la miré a los ojos, no sé que buscaba o si buscaba algo, pero la miraba fijamente, ella cruzó sus manos sobre mi cuello y nos dimos un largo beso. Aquí fue donde comencé el relato.
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Lamento detenerme aquí, pero ya me conocen, mis ganas de escribir son sólo superadas por una ninfa me espera en algún sitio, espero encontrarla.
Post-Scriptum: Sancus hermano, gracias, es en serio, muchas gracias, lo que pidas mi amigo, estoy para servirte.
Regreso a mi avatar y firma. El luto terminó.
Este relato es casi la continuación de uno anterior (http://perutops.com/foro-relax/f100/aventuras-en-putina-punco-284551/), estoy pensando convertirlo en una trilogía, naa es broma.
Escribí el relato en partes desde el 9 de febrero fecha en que partí hacia Moquegua en busca de Rosa María.
Espero les guste la diégesis donde otra vez vierto mi nostálgico Sansk junto a las cuitas de un hombre abandonado. Espero sepan disculpar (otra vez) que este relato no tenga lo erótico que es menester para esta zona, escribo como catarsis y de la misma manera lo posteo, espero les guste
Introducción
Ayer 14 de marzo, fiel a mi costumbre apagué el celular y desconecté el teléfono, me desaparecí entre mis nostalgias hasta las 6 de la mañana, Wisky en mano claro, me acosté cuando la ciudad, 7 pisos más abajo, comenzaba con sus primeras bullas, cuando los seres como nosotros regresan a sus cubiles.
–“Hoy no es buen día para escribir”– me dije.
Ayer después de una larga y por demás injusta agonía de 9 días murió Margarita, la última de mi familia materna.
Minutos antes de morir estuvo bastante lúcida, lo último que me dijo fue:Está muriendo.
–Mañana es tu cumpleaños, ¿Qué quieres que te cocine?– las lágrimas intentaron salirse solas, quise decirle estás muriendo abuela y mañana también estarás muriendo, pero no dije nada y tomé su mano, puse mi frente sobre ella y suspiré.
–Lo que quieras– musité, como hablándole a un recuerdo, a un fantasma.
Salí a comprar algo para desayunar y al regresar el doctor me esperaba en la puerta de la habitación de mi abuela. intentó decirme algo, pasé de frente, le habían cubierto el rostro, la destapé, le besé la frente, cogí la laptop que me acompañó estos 9 días de agonía y salí.
Sus cenizas me miran desde la ventana de la cocina. Murió un día antes de que yo cumpliera 33, ella tenía 86. Murió ayer.
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Relato
Sin darnos cuenta estábamos besándonos, yo aprisionaba su cintura y ella con sus brazos alrededor de mi cuello me acariciaba el cabello, no sabíamos lo que sentíamos, como dije en el anterior relato nos conocimos muy tarde, lo dimos todo antes de conocernos y estábamos vacios sin nada más que ofrecerle a un nuevo amor. Era una realidad triste pero tácita y tristemente la habíamos aceptado.
Ella tenía un olor cítrico delicioso, podría asegurar que era Be Delicious de Donna Karan, le dije ‘hueles delicioso’, con su clásica inocencia ella se sonrojó y me dijo ‘no arruines el momento’. Era cierto, nos había costado llegar a esto así que me callé y la besé otra vez.
Terminamos regados en un mueble que había al costado, parecía una especie de diván bastante incómodo, comencé a desvestirla y la dejé echada, fui por la cámara fotográfica, ella al ver la máquina se levantó de un salto felino y me dijo ‘no, eso no por favor’, no le respondí y de la mano la llevé nuevamente a su posición de maja desnuda, ella obedeció como siempre. Le cámara tomó vida y la absorbió rápidamente, varios momentos de Rosa María fueron robados e inmortalizados. Poco a poco los flashes y las tomas perdieron su lugar ante los besos y caricias, desnudos sobre el incómodo mueble hacíamos bromas sobre la incomodidad de intentar tirar e una superficie tan irregular, ella reía y su risa alimentaba el aire de vida, su risa despertaba la esperanza. A Rosa María se le podía amar para toda la vida cuando reía, y si estaba desnuda mucho más. Nos acariciamos hasta que ella me comenzó a besar, al final intento un oral bastante rudo y doloroso, por momentos pensaba que me arrancaría el miembro de una dentellada. Me daba pena decirle que lo hacía pésimo, se lo metía con prisa en la boca haciendo fuerte fricción entre cada curvatura de mi pene y sus dientes, yo daba saltitos de dolor a cada segundo y ella sonreía malévolamente pensando que yo lo disfrutaba al máximo. La levanté para evitar seguir siendo torturado y ella me dijo ‘¿te gustó?’, asentí con la cabeza y la comencé a besar, la tumbé en el mueble y le dije ‘ahora me toca a mí’.
Pero creo que, profundamente emocionado, me he adelantado, mejor ordenémonos, creo que debería comenzar desde donde me quede en el anterior relato. Era 9 de febrero, el carro estaba listo y mi escasa maleta también. El destino: Moquegua, y un reencuentro forzado y necesitado. un día antes había conversado con Marietta, las cosas habían terminado otra vez en discusión, me dijo que iría a la Candelaria, se hospedaría en nuestro hotel de siempre y eso me creaba una dificultad para hospedarme allí con Rosa María, lo único bueno era que vería a mi hijo.
–Iremos a la candelaria, mi mamá nos acompañará– dijo, dejando una pausa para escuchar mi reacción.
–Está bien, me avisas si necesitas alguna cosa– le solté intentando terminar la discusión.
–Algo ¿Cómo qué?
–Por favor Marie, no comiences.
–No me digas Marie, sabes que nunca me gustó.
–Está bien. Marietta por favor no comiences.
–Bueno, nos hospedaremos en el XXXXXXXX.
–¿Qué? Pero si tu mamá tiene casa.
–Queremos evitar encontrarnos con mi papá. Pero no tengo por qué explicarte, te estoy avisando, después dices que no te comunico nada.
–Bueno, entonces estamos hablando.
–Adiós.
Marietta no era así, la conocí dulce, era una mujer feliz y se había convertido en un ser amargado y resentido. Nunca he podido evitar pensar que fue por mi culpa, aunque no sé que pude haber hecho. En el camino de nuestra relación cambió radicalmente unos meses antes de embarazarse de Cáleb, de pronto le resultaba molesto todo lo que me concerniera. Decidí no pensar en eso, estaba a punto de salir de viaje y quería concentrarme en el anhelo de la esperanza. Una frase de Rosa María me daba vueltas en la cabeza:
–¿si me mudo a Lima podríamos intentar algo?
Recuerdo que después de escuchar mi respuesta ella había cambiado. Pensando en ella, en por qué había terminado con el novio arequipeño, comencé mi camino. El viaje se hizo muy corto y antes de lo que pensé estaba entrando a Moquegua, estaba emocionado, no conocía Moquegua hasta entonces. Tenía las recomendaciones de mi amigo Rhinox y mucho tiempo para pasear.
–¿Ves? al final siempre te encuentro– eso era lo que le iba a decir a Rosa María al aparecerme en su puerta por sorpresa. Había pensado esa frase todo el viaje. Nada podía salir mal, seguí las precisas indicaciones de varios amistosos moqueguanos y 3 horas después termine en la Av. Balta, absolutamente perdido. Mis ganas de sorprenderla se vieron derrotadas por mi absoluta incapacidad para ubicarme.
–No puedo creer que te hayas perdido– fue lo que ella dijo cuando me tuvo que recoger. No hubo sorpresa, ni frase, ni nada. Cuando subió al carro a mi lado me comenzó a matar cuando dijo ‘Hola, no has cambiado nada’, sonreí y la besé en la mejilla. Me guio a su casa, me presentó a sus papás y durante el almuerzo le dije que quería conocerlo todo, que hasta había pedido consejo a un amigo sobre Ilo y ella me terminó de matar cuando dijo que no se iba a poder, que salíamos al día siguiente a Puno, ‘por los trámites del colegio tú me entiendes’, y claro que ‘yo entendía’.
En la tarde nos escapamos de sus padres y fuimos a una cafetería muy chiquita (creo que en la calle Moquegua, no lo sé con seguridad, como comprenderán no pude conocer nada) y conversamos hasta que se hizo de noche. Le conté por primera vez de mi esposa (bueno, ex esposa) y ella me habló de Joaquín (su exnovio), le conté de cómo Marietta me había dejado más perdido de lo que me había encontrado y ella me dijo que nunca lo había amado, que había sido su primer hombre (sí, eso fue lo que dijo, por muy gracioso y anticuado que suene) y por eso había seguido con él. Le conté como conocí a Marietta en el Queirolo mientras le leía uno de mis poemas a un amigo y famoso pintor, le conté como tras varios vinos nos habíamos hecho novios esa noche y no nos vimos después por 5 años, ella me habló de la debilidad de Joaquín por engañarla con quien pudiera y de cómo una vez la había golpeado. Le dije que había querido volver a amar a Marietta, que ella no quiso y que me había dicho que no amaba a nadie más que a mí y que eso había sido lo más doloroso que me habían dicho, ella me habló de cuando a los 11 años se declaró a Alvarito Fuentes y él, emocionadísimo, la besó tan fuerte que le partió el labio de una dentellada (nueve puntos de sutura dentro del labio inferior y tres por fuera), que desde entonces no dio más besos hasta los 19 años en que en un día lo dio todo. Le dije que Cáleb mi hijo era un petiso muy chistoso y que me alegraba la vida cuando ya tenía ganas de terminar con todo, ella me habló de cuando su padre comenzó a presentar el Parkinson y su hermana se mató en un accidente automovilístico. Dijimos todo lo que pudimos para no tener hablar.
Cerca de las 8 salimos y subimos a mi carro. No podía evitar pensar que era la mujer con quien mejor he podido conversar, y recordé Putina Punco. Cuando llegamos a su casa me propuso entrar a tomar algo, le dije que mejor era descansar para poder viajar al día siguiente sin problemas, ella aceptó, me dio un beso y se bajó de carro. Me quedé pensando un rato y me dieron ganas de escribir cuando recordé que no sabía donde coño era mi hotel. Avergonzado estacioné el auto, lo aseguré y esperé que un taxi me llevara.
Ya en la habitación intentaba escribir y nada salía, escribía dos líneas y las borraba al instante. Puse un poco de música, The village of dwarves de Rhapsody, tuve ganas de llamarla, pero no hizo falta ella dio el primer paso y me llamó.
–¿Ya estabas durmiendo?– me dijo.
–No preciosa, veía televisión.
–Quería decirte algo y no tuve el valor de hacerlo viéndote a la cara– estaba seguro de lo que venía.
–También se me quedaron algunas frases en el bolsillo.
–Pero antes quería preguntarte algo.
–Lo que quieras, hoy, lo que quieras.
–¿Por qué estás tan triste?
–A la Ro– así comencé a decirle desde el café, no sé por qué –y yo que sé, nací nostálgico imagino, triste, ahuevonado.
–Bueno, ya me contarás por qué. Te quería decir que… me gustas mucho– esto sumado a aquello de su primer hombre , eran el recordatorio perfecto de su adolescencia inocua, y continuó –no lo digo esperando nada, sé que no somos ni seremos nada, pero no quería que te duermas sin saberlo.
–No sé qué decir.
–No digas nada.
–Gracias por encontrarme hoy, comenzaba a desesperarme. Quise sorprenderte y todo salió para el carajo.
–No digas groserías. Estoy para buscarte. Además sí me sorprendiste.
–¿Acaso yo estoy para perderme?
–jajajaja
–No tengo sueño ¿y tú?
–Tampoco por eso te llamé, para no dejarte dormir– ahí había un mensaje escondido.
–¿Quieres venir?– le dije tanteándola.
–Sí… – hizo una pausa y colgó, no sabía si vendría o no, al final sólo me había dicho que sí quería venir, no si vendría.
No sabía a cuánto tiempo estaba exactamente, me acerqué a la ventana a fumar un cigarro. Sonaba Rage of the Winter cuando recordé un juego que teníamos con Marietta, nos sentábamos en un parque cualquiera y adivinábamos lo que pensaba la gente que pasaba, sonreí. Llamaron a la puerta.
–Pase, está abierto.
–Hola ¿dónde estás?– dijo una voz que parecía asustada, todavía desde fuera de la habitación.
–Pasa preciosa, estoy aquí junto a la ventana.
Sentí sus pasos detrás de mí, unos segundos después me pasó los brazos por la cintura y me abrazó. Enterró su rostro en mi espalda y soltó un gemido muy bajito.
–¿Quieres un cigarro?– murmuré mientras ofrecía el paquete abierto de Winston.
–Bueno.
–No entiendo tu ciudad– le dije –es desordenada, estaba seguro que llegarías por este lado.
–Me lo hubieras dicho, yo le decía al taxista que se diera la vuelta.
Se movió al otro lado de la ventana y nos quedamos casi veinte minutos en silencio viendo la calle vacía, fumando, de rato en rato nos mirábamos y sonreíamos incómodamente, ninguno de los dos sabía cómo romper ese silencio. Ella otra vez dio el primer paso, sí otra vez.
–¿Por qué siempre fumas Winston?– dijo avanzando hacia mí.
–Es una vieja costumbre, llevo casi veinte años fumándolos.
–¿Que música es esa? ¿No hay algo menos ruidoso?
–Es Metal, el grupo se llama Rhapsody– se detuvo frente a mí y me dio un beso seco en los labios. Olía delicioso (el olor de una mujer es uno de los factores de seducción más importantes para mí), la tomé por la cintura y la miré a los ojos, no sé que buscaba o si buscaba algo, pero la miraba fijamente, ella cruzó sus manos sobre mi cuello y nos dimos un largo beso. Aquí fue donde comencé el relato.
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Lamento detenerme aquí, pero ya me conocen, mis ganas de escribir son sólo superadas por una ninfa me espera en algún sitio, espero encontrarla.
Post-Scriptum: Sancus hermano, gracias, es en serio, muchas gracias, lo que pidas mi amigo, estoy para servirte.
Regreso a mi avatar y firma. El luto terminó.