Beyonder
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Dejando de lado el estrés laboral, doy paso al estrés de cuarentena. Forzado a estar aislado por más de 21 días, aunque felizmente estable y sin síntomas dramáticos, encuentro tiempo para insistir con estás historias. Espero tenga buena... acogida.
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia. En esta, mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
Iba haciéndome paso entre el humo del tercer cigarro mientras que, con cada pitada, recordaba algún momento tóxico de aquella relación. Así, cada exhalación de humo era un suspiro de arrepentimiento que se extendía tanto como mis ganas de mandarla a la mi erda. Me ahogaba en humo.
Tengo que reconocer, sin embargo, mi cuota de responsabilidad en esa relación que nunca debió existir, pues, ya con 27 años no fui lo suficientemente directo como para dejar en claro mis intenciones, o mejor dicho, mi ausencia de intenciones.
A esta jovenzuela la conocí al empezar la especialidad. Admito que estaba un tanto emocionado por la posibilidad de conocer flacas jóvenes y dispuestas en el Post grado, además; ya trabajaba y gozaba de suficiente independencia como para impresionar a una jovencita que apresuradamente se metió a hacer una especialidad ni bien acabó la carrera. El hecho es que me llevé un chasco. La más buena de las flacas tenía enamorado desde el pregrado y también estaba haciendo una especialidad en la misma universidad; las otras no me entusiasmaban.
Mientras pasaron los meses se estrechó la confianza con Lourdes, a fuerza de compartir la ruta de vuelta a casa. Así, reuniones van, reuniones vienen; me encontré sentado en un Rústica, solo con ella y una jarra de Maracuyá Sour. Antes de chapamerla pasó por mi mente la idea de no hacerlo, un primitivo instinto me sugería no mezclar el placer con el deber, pero bueno, me la chapé y seguí chapando. Luego cometí el error de seguirle el juego, tal vez confiado por una vaga promesa de que se iría del país, quizá por una aún no superada mansedumbre… No. Mientras me dirigía a su casa tenía claro que la única razón por la que le había seguido el juego fue porque podía. Quise seducirla porque sí, como quien se come algo a su alcance; de modo que mi responsabilidad y torpeza radicaron en no habérselo dejado en claro a la primera escenita.
Así había empezado una relación que al inicio fue solo de amantes, luego Lourdes se autoproclamó mi enamorada. Cuando me dijo “Santi, NECESITAMOS un carro, ¡UR-GEN-TE!” supe que todo tenía que terminar. Habíamos durado unos dos meses, quizá tres, no estoy seguro. Ante la puerta de su casa recordé lo infernal de nuestra relación.
Reclamos, silencios forzados, desplantes, acoso telefónico, roches grupales, tormento al momento de hacer trabajos con otras compañeras, frases ridículas, celos enfermizos, llanto en persona y por teléfono, indisposición ante mis colegas y compañeros de especialidad, insultos, críticas destructivas que buscaban ofender mediante la desvalorización de la personalidad; pero nada me molestaba más que cuando era pegajosa... me parecía ridículo. Cuando me llamó un día y me dijo “te pienso”, supe que tenía que terminar. Y terminamos.
La termine dos veces en una semana y me odio por casi un mes. Cuando estuve tocando la puerta de su casa, aun me odiaba. La gran desventaja de haberme metido con una jovenzuela de 23 años, compañera de posgrado, es que de todos modos teníamos que hacer trabajos juntos. Ahora bien, algo especialmente jodido es que ella me trataba como si yo tuviera la obligación de enseñarle o hasta hacer parte de su trabajo. La maldita tesis, en específico, requería de unas cepas bacterianas que habíamos comprado en conjunto (mucho antes de la toxicidad), lo cual nos ataba en su disposición dentro de los laboratorios de microbiología.
-Ah, ya estás acá. (se dio media vuelta luego de verme con desprecio) Sube de una vez.
Estaba con un buzo que le remarcaba las caderas. Al verla en su puerta, me concentré en sus pechos. Era lo más resaltante que tenía. De cara era normalona, digamos que con cara de mamona, no muy alta; metro sesenta máximo. Su piel canela no llegaba a ser negra, pero era más oscura que el mestizo promedio y sus pezones marrones eran como dos chocolates kisses. Pensar en sus pezones era pensar en su buen par de tetas, bamboleándose cuando estaba encima de mí. Viéndola en su puerta, caminando hacia a dentro, recordé que me había vendido la imagen de mujer súper liberada, experimentada en el sexo. Es más, recordé que luego de haber tirado por primera vez me contó experiencias sexuales en las que, según ella, le había pedido a los patas que se vengan en su boca, había hecho anal, hasta le habían dejado una lesión intra vaginal de tanto coger. Naturalmente, conmigo no pasó nada eso, al punto que cuando una vez le dije “ponte de perrito” me respondió “¿qué es eso?” y después me dijo que le parecía una pose rara. Hija de puta. Cuando entré, cerré la puerta pensando “Debí haber ido a Rústica con un polo que diga <<No tengo la intención de ser enamorado de nadie>>. Puta madre”.
Antes de subir todas las escaleras al segundo piso ya se habían acabado mis ganas de coger. Había planeado terminar los deberes, irme a Lince para un polvo kinero sabatino y cerrar almorzando tarde un chifita. Todas mis ganas se fueron al diablo, sustituidas por una inmensa frustración derivada del recuerdo de todas las ridículas discusiones que tuvimos, en nombre de nada. Loca de .
Si bien en ese momento aún me odiaba, era menos que al principio; incluso habíamos tirado una vez luego de que la dejé. Digamos que me odiaba tan poco como para hablarnos sínica y civilizadamente.
-Santi no entiendo cómo hacer esto. A ver, pásame cómo lo has hecho para ver. Apura
-Bien, ahí está.
Maldita. Le pasé mi usb a sabiendas de que no entendería por más que viera. Guardé silencio y esperé que me pidiera ayuda. Luego de un rato decidí acortar la incómoda situación. Quería irme a dormir lo antes posible.
-Mira, guárdalo en tu laptop y vamos de una vez al laboratorio. Leemos los resultados y ya, lo que sigue es estadística e interpretación. Cada uno en su laptop.
Me miró como si se tragara una mentada de madre. Fuimos al laboratorio e hicimos lo que teníamos que hacer. Regresamos a su casa, que estaba sola, y pasamos los datos a Excel. Ya todo estaba consumado y era momento de irme.
-Santi, tengo sed. Voy a hacer limonada, pero no me voy a acabar una jarra. Te invito. Para que veas que soy gente.
Puta madre. Esa situación ya la conocía. Me invitaba limonada, conversábamos hasta sentirnos cómodos, nos acercábamos y agarrábamos. Con la excusa de ese ambiente me comprometía para ayudarla en el trabajo y para lidiar con su aparente soledad derivada de su incapacidad para mantener relaciones. Pensé “¡Ja, por supuesto que nadie te aguanta, loca de !” y cerré mi pensamiento con el recuerdo de ella lanzándome un vaso de café en plena avenida Ricardo Palma, 10 minutos antes de ver al jefe de un curso.
Cuando terminé de guardar mis cosas llegó con la jarra y dos vasos. Le dije “Bueno Lourdes, pero no tengo mucho tiempo”, a lo que me respondió “¡Ve este! No te hagas el sobrado”. Caraj0. Ya estaba sentado y cediendo al clima. Le había retirado la mano de mi rodilla discretamente pero ya estábamos demasiado cerca.
-Lourdes. Voy a ser lo más claro y tajante posible. No quiero estar contigo. No quiero tirar contigo. Quiero irme a hacer cualquier cosa y vernos de nuevo, en clases, para tratarnos civilizadamente.
A pesar de lo que dije, mi intención perdía fuerza porque se lo dije mirándole los pechos. Está bien que me llegue al pincho, pero una mujer que se te regala, es una mujer que se te regala.
- ¡No me digas Santi! ¿Por eso estás que me miras las tetas? ¿Qué pasa, las extrañas? Tú sabes lo que va a pasar, por qué le das vueltas, no te hagas el difícil.
Le volví a quitar la mano de mi rodilla. No podía evitar sentir mi erección, pero me sentía como un imbécil, como alguien acorralado, como cuando vas a la Sunat a pagar la primera cuota de refinanciación de tu deuda.
Qué habrá sido, quizá el recuerdo de lo tóxica que había sido, tal vez puro carácter; el hecho es que no quise ceder en nada.
-Lourdes. No te quiero. No quiero nada contigo. No me provocas nada
- ¿Qué te pasa? (me agarra la pieza encima del jean) ¿Me vas a decir que no se te para? ¿Ya no te acuerdas que hacíamos el amor?
-La verdad no Lourdes...
Para cuando terminé de hablar Lourdes estaba encima de mí, intentando besarme, cerrando y abriendo los ojos, respirando fuerte. Yo la esquivaba y separaba su cabeza de mí, actuando una expresión dura, mirándola como galán ranchero de película mexicana en blanco y negro.
-Ya pues Santi. Hace meses que nada de nada. No tengo tiempo de salir y no quiero tirar con el primer desconocido que pase. No me digas que no quieres.
-¿Estás como loquita, no? Ahora vas a ver
-¿Que?
La acomodé encima de mí a la vez que me desabrochaba el jean y me bajaba el cierre. Empecé a chapármela con salvajismo, sin una pizca de ternura. Extendí mis besos por su cuello a la vez que acariciaba con firmeza sus caderas y el resto de su cuerpo, le bajé la blusa hasta la cintura y le amasé los pechos sin dejar de besarla.
-¡Ay Santi! ¿No que no querías? ¿Ves que todavía te gusto? ¡Te mueres por hacerme el amor!
Lourdes me decía todo eso gimiendo, extraviada en el trance de las caricias previas, seguramente convencida de arrojarse a sus instintos y nada más ¡Ja!
-¡De ningún modo! No me gustas y definitivamente no te voy a hacer el amor. Lo que te voy a hacer no se puede llamar “hacer el amor”
-¿Qué hablas?
-Cállate y déjate llevar.
-¡Ay!
Los pocos reparos que tenía se fueron cuando llevé mi mano dentro de su ropa interior. Mis besos eran esforzados, así como la presión de mis labios en sus pezones; igualmente, mi lengua latigueaba sus aureolas y su piel. Le daba chupetones desde el cuello hasta sus grandes tetas, a la vez que mis dedos estimulaban su clítoris. Estuve así hasta que mi muñeca perdía sensibilidad; luego, le metí los dedos en búsqueda de su punto G. Me guiaba de su increíble cara de mamona, sus ojos y de cómo se mojaba, para medir su excitación.
-¡Ay Santi! ¡Aaay! ¡Ya hay que hacerlo mi amor!
Entonces comenzó lo bueno...
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia. En esta, mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
Iba haciéndome paso entre el humo del tercer cigarro mientras que, con cada pitada, recordaba algún momento tóxico de aquella relación. Así, cada exhalación de humo era un suspiro de arrepentimiento que se extendía tanto como mis ganas de mandarla a la mi erda. Me ahogaba en humo.
Tengo que reconocer, sin embargo, mi cuota de responsabilidad en esa relación que nunca debió existir, pues, ya con 27 años no fui lo suficientemente directo como para dejar en claro mis intenciones, o mejor dicho, mi ausencia de intenciones.
A esta jovenzuela la conocí al empezar la especialidad. Admito que estaba un tanto emocionado por la posibilidad de conocer flacas jóvenes y dispuestas en el Post grado, además; ya trabajaba y gozaba de suficiente independencia como para impresionar a una jovencita que apresuradamente se metió a hacer una especialidad ni bien acabó la carrera. El hecho es que me llevé un chasco. La más buena de las flacas tenía enamorado desde el pregrado y también estaba haciendo una especialidad en la misma universidad; las otras no me entusiasmaban.
Mientras pasaron los meses se estrechó la confianza con Lourdes, a fuerza de compartir la ruta de vuelta a casa. Así, reuniones van, reuniones vienen; me encontré sentado en un Rústica, solo con ella y una jarra de Maracuyá Sour. Antes de chapamerla pasó por mi mente la idea de no hacerlo, un primitivo instinto me sugería no mezclar el placer con el deber, pero bueno, me la chapé y seguí chapando. Luego cometí el error de seguirle el juego, tal vez confiado por una vaga promesa de que se iría del país, quizá por una aún no superada mansedumbre… No. Mientras me dirigía a su casa tenía claro que la única razón por la que le había seguido el juego fue porque podía. Quise seducirla porque sí, como quien se come algo a su alcance; de modo que mi responsabilidad y torpeza radicaron en no habérselo dejado en claro a la primera escenita.
Así había empezado una relación que al inicio fue solo de amantes, luego Lourdes se autoproclamó mi enamorada. Cuando me dijo “Santi, NECESITAMOS un carro, ¡UR-GEN-TE!” supe que todo tenía que terminar. Habíamos durado unos dos meses, quizá tres, no estoy seguro. Ante la puerta de su casa recordé lo infernal de nuestra relación.
Reclamos, silencios forzados, desplantes, acoso telefónico, roches grupales, tormento al momento de hacer trabajos con otras compañeras, frases ridículas, celos enfermizos, llanto en persona y por teléfono, indisposición ante mis colegas y compañeros de especialidad, insultos, críticas destructivas que buscaban ofender mediante la desvalorización de la personalidad; pero nada me molestaba más que cuando era pegajosa... me parecía ridículo. Cuando me llamó un día y me dijo “te pienso”, supe que tenía que terminar. Y terminamos.
La termine dos veces en una semana y me odio por casi un mes. Cuando estuve tocando la puerta de su casa, aun me odiaba. La gran desventaja de haberme metido con una jovenzuela de 23 años, compañera de posgrado, es que de todos modos teníamos que hacer trabajos juntos. Ahora bien, algo especialmente jodido es que ella me trataba como si yo tuviera la obligación de enseñarle o hasta hacer parte de su trabajo. La maldita tesis, en específico, requería de unas cepas bacterianas que habíamos comprado en conjunto (mucho antes de la toxicidad), lo cual nos ataba en su disposición dentro de los laboratorios de microbiología.
-Ah, ya estás acá. (se dio media vuelta luego de verme con desprecio) Sube de una vez.
Estaba con un buzo que le remarcaba las caderas. Al verla en su puerta, me concentré en sus pechos. Era lo más resaltante que tenía. De cara era normalona, digamos que con cara de mamona, no muy alta; metro sesenta máximo. Su piel canela no llegaba a ser negra, pero era más oscura que el mestizo promedio y sus pezones marrones eran como dos chocolates kisses. Pensar en sus pezones era pensar en su buen par de tetas, bamboleándose cuando estaba encima de mí. Viéndola en su puerta, caminando hacia a dentro, recordé que me había vendido la imagen de mujer súper liberada, experimentada en el sexo. Es más, recordé que luego de haber tirado por primera vez me contó experiencias sexuales en las que, según ella, le había pedido a los patas que se vengan en su boca, había hecho anal, hasta le habían dejado una lesión intra vaginal de tanto coger. Naturalmente, conmigo no pasó nada eso, al punto que cuando una vez le dije “ponte de perrito” me respondió “¿qué es eso?” y después me dijo que le parecía una pose rara. Hija de puta. Cuando entré, cerré la puerta pensando “Debí haber ido a Rústica con un polo que diga <<No tengo la intención de ser enamorado de nadie>>. Puta madre”.
Antes de subir todas las escaleras al segundo piso ya se habían acabado mis ganas de coger. Había planeado terminar los deberes, irme a Lince para un polvo kinero sabatino y cerrar almorzando tarde un chifita. Todas mis ganas se fueron al diablo, sustituidas por una inmensa frustración derivada del recuerdo de todas las ridículas discusiones que tuvimos, en nombre de nada. Loca de .
Si bien en ese momento aún me odiaba, era menos que al principio; incluso habíamos tirado una vez luego de que la dejé. Digamos que me odiaba tan poco como para hablarnos sínica y civilizadamente.
-Santi no entiendo cómo hacer esto. A ver, pásame cómo lo has hecho para ver. Apura
-Bien, ahí está.
Maldita. Le pasé mi usb a sabiendas de que no entendería por más que viera. Guardé silencio y esperé que me pidiera ayuda. Luego de un rato decidí acortar la incómoda situación. Quería irme a dormir lo antes posible.
-Mira, guárdalo en tu laptop y vamos de una vez al laboratorio. Leemos los resultados y ya, lo que sigue es estadística e interpretación. Cada uno en su laptop.
Me miró como si se tragara una mentada de madre. Fuimos al laboratorio e hicimos lo que teníamos que hacer. Regresamos a su casa, que estaba sola, y pasamos los datos a Excel. Ya todo estaba consumado y era momento de irme.
-Santi, tengo sed. Voy a hacer limonada, pero no me voy a acabar una jarra. Te invito. Para que veas que soy gente.
Puta madre. Esa situación ya la conocía. Me invitaba limonada, conversábamos hasta sentirnos cómodos, nos acercábamos y agarrábamos. Con la excusa de ese ambiente me comprometía para ayudarla en el trabajo y para lidiar con su aparente soledad derivada de su incapacidad para mantener relaciones. Pensé “¡Ja, por supuesto que nadie te aguanta, loca de !” y cerré mi pensamiento con el recuerdo de ella lanzándome un vaso de café en plena avenida Ricardo Palma, 10 minutos antes de ver al jefe de un curso.
Cuando terminé de guardar mis cosas llegó con la jarra y dos vasos. Le dije “Bueno Lourdes, pero no tengo mucho tiempo”, a lo que me respondió “¡Ve este! No te hagas el sobrado”. Caraj0. Ya estaba sentado y cediendo al clima. Le había retirado la mano de mi rodilla discretamente pero ya estábamos demasiado cerca.
-Lourdes. Voy a ser lo más claro y tajante posible. No quiero estar contigo. No quiero tirar contigo. Quiero irme a hacer cualquier cosa y vernos de nuevo, en clases, para tratarnos civilizadamente.
A pesar de lo que dije, mi intención perdía fuerza porque se lo dije mirándole los pechos. Está bien que me llegue al pincho, pero una mujer que se te regala, es una mujer que se te regala.
- ¡No me digas Santi! ¿Por eso estás que me miras las tetas? ¿Qué pasa, las extrañas? Tú sabes lo que va a pasar, por qué le das vueltas, no te hagas el difícil.
Le volví a quitar la mano de mi rodilla. No podía evitar sentir mi erección, pero me sentía como un imbécil, como alguien acorralado, como cuando vas a la Sunat a pagar la primera cuota de refinanciación de tu deuda.
Qué habrá sido, quizá el recuerdo de lo tóxica que había sido, tal vez puro carácter; el hecho es que no quise ceder en nada.
-Lourdes. No te quiero. No quiero nada contigo. No me provocas nada
- ¿Qué te pasa? (me agarra la pieza encima del jean) ¿Me vas a decir que no se te para? ¿Ya no te acuerdas que hacíamos el amor?
-La verdad no Lourdes...
Para cuando terminé de hablar Lourdes estaba encima de mí, intentando besarme, cerrando y abriendo los ojos, respirando fuerte. Yo la esquivaba y separaba su cabeza de mí, actuando una expresión dura, mirándola como galán ranchero de película mexicana en blanco y negro.
-Ya pues Santi. Hace meses que nada de nada. No tengo tiempo de salir y no quiero tirar con el primer desconocido que pase. No me digas que no quieres.
-¿Estás como loquita, no? Ahora vas a ver
-¿Que?
La acomodé encima de mí a la vez que me desabrochaba el jean y me bajaba el cierre. Empecé a chapármela con salvajismo, sin una pizca de ternura. Extendí mis besos por su cuello a la vez que acariciaba con firmeza sus caderas y el resto de su cuerpo, le bajé la blusa hasta la cintura y le amasé los pechos sin dejar de besarla.
-¡Ay Santi! ¿No que no querías? ¿Ves que todavía te gusto? ¡Te mueres por hacerme el amor!
Lourdes me decía todo eso gimiendo, extraviada en el trance de las caricias previas, seguramente convencida de arrojarse a sus instintos y nada más ¡Ja!
-¡De ningún modo! No me gustas y definitivamente no te voy a hacer el amor. Lo que te voy a hacer no se puede llamar “hacer el amor”
-¿Qué hablas?
-Cállate y déjate llevar.
-¡Ay!
Los pocos reparos que tenía se fueron cuando llevé mi mano dentro de su ropa interior. Mis besos eran esforzados, así como la presión de mis labios en sus pezones; igualmente, mi lengua latigueaba sus aureolas y su piel. Le daba chupetones desde el cuello hasta sus grandes tetas, a la vez que mis dedos estimulaban su clítoris. Estuve así hasta que mi muñeca perdía sensibilidad; luego, le metí los dedos en búsqueda de su punto G. Me guiaba de su increíble cara de mamona, sus ojos y de cómo se mojaba, para medir su excitación.
-¡Ay Santi! ¡Aaay! ¡Ya hay que hacerlo mi amor!
Entonces comenzó lo bueno...