III. RETORICA INSTITUCIONAL Y GOBIERNO MILITAR
Aunque los primeros cuerpos del ejército Peruano, los “Granaderos a caballo” y el Batallón "Leales del Perú”, se crearon en 1821, el ejército considera el 9 de diciembre de 1824 como la fecha de su fundación institucional. Ese día se llevó a cabo la batalla de Ayacucho, en donde el ejército patriota, liderado por Antonio José de Sucre, derrotó al ejército realista. A raíz de esta batalla se produjo el retiro definitivo de las tropas españolas del Perú. Por ello, los militares asocian el nacimiento del ejército peruano con el evento que selló la independencia de la república. Es decir, consideran a su institución como la forjadora de la patria libre y soberana y por ello sienten que tienen una responsabilidad para con ella.
Esta manera de considerar al ejército no es, por cierto, un discurso nuevo sino que se remonta hasta los primeros años de vida republicana, durante la Confederación Perú-Boliviana y el gobierno del Mariscal Santa Cruz. Cristóbal Aljovín (2005:113) sostiene que fue precisamente la Confederación la que creó la imagen pública que sugería que el jefe del ejército y sus oficiales y soldados eran los fundadores de una institución política pacífica. Por otro lado, parte importante del mito fundacional del ejército es la noción de continuidad entre presente y pasado, y de que la corporación de oficiales forma parte de una institución que perdura y se mantiene a lo largo del tiempo. Esto tiene mucho valor en un país como el Perú en que las instituciones estatales están en constante crisis y en donde el horizonte de continuidad no solo en la conducción de políticas públicas sino en la misma naturaleza del tipo de gobierno suelen presentar mucha incertidumbre para la población. Aunque periódicamente se produce el relevo generacional al interior del ejército, lo cierto es que dentro de esta institución existe un sentido colectivo que va más allá de los individuos y que se nutre de marcos normativos, rituales, tradiciones y conmemoraciones, así como de la alusión constante a figuras heroicas ideales que trazan la línea de carrera del oficial. En este contexto, recurrir a un pasado glorioso asociado con la imagen de los incas permite al ejército revestirse de legitimidad y tradición.
Cuando se revisa la información contenida en los sitios web de los institutos castrenses peruanos, se observa las diferentes maneras en que estas instituciones se auto representan. Así, cuando la Marina se refiere al periodo prehispánico del Perú, la información que brinda se refiere a la relación existente entre el mar y los antiguos pobladores del Perú y menciona el tipo de embarcaciones empleadas en el mundo andino Antes de la conquista española: los caballitos de totora (embarcaciones hechas a base de juncos) y las balsas de palos. En cambio, en la página web del ejército, la información sobre el mismo periodo, resalta el carácter bélico del ejército y su importancia como aparato de defensa de los estados pre hispánicos. En la reseña histórica institucional se lee lo siguiente: “Como se sabe, la existencia de una civilización implica necesariamente una organización política, social y económica y la aparición del Estado, y por ende la necesidad de un ejército para sostenerlo y defenderlo”. Esta suerte de nostalgia por lo incaico, lo prehispánico, que se percibe en las imágenes y los discursos del ejército de hoy es consecuencia del gobierno del general Velasco.
El último gobierno militar del Perú estuvo en el poder de 1968 a 1980. La primera etapa del autodenominado Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada fue de 1968 a 1975 y estuvo liderada por el general Juan Velasco Alvarado. La segunda fase, de 1975 a 1980, fue conducida por el general Francisco Morales Bermúdez. Durante su primera etapa, el gobierno revolucionario de la Fuerza Armada percibió a la oligarquía como el enemigo del país y el ente que impedía su desarrollo. Por ello, llevó a cabo una serie de reformas referentes a la propiedad de recursos productivos como yacimientos mineros que fueron traspasados al Estado, diseñó una política de sustitución de importaciones y puso en marcha una reforma agraria radical que implicaba la expropiación de latifundios de la sierra y costa del país. A pesar del poco éxito en términos económicos de las políticas llevadas a cabo por los militares, uno de los eventos más importantes de esta primera fase del Gobierno Revolucionario fue el discurso inclusivo que los militares desarrollaron con respecto a las poblaciones excluidas del país: los indios. Es sintomático que uno de los hechos más significativos haya sido el cambio de denominación de “indio” a “campesino”. Así, la celebración del 24 de junio, que solía ser el Día del Indio, paso a llamarse Día del Campesino. (contreras y Cueto (2000:316) señalan que la reforma agraria modificó la
composición de las clases altas y las bases agrarias de su poder, ellos agregan que el dinero empezó a primar como el principal factor de ingreso a estas clases y que debido a este hecho, se atenuó el racismo, que hasta ese momento había sido uno de los principales factores de exclusión para la pertenencia a las clases más privilegiadas de la sociedad peruana.
Por otro lado, Guillermo Nugent (1992:86) sostiene que el Velasquismo significó para los sectores conservadores del Perú una experiencia traumática pues supuso el primer intento serio por cuestionar una cultura oficial y un orden social basados en el desprecio hacia las poblaciones más pobres y andinas. Lo cierto es que la primera fase del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada implicó una ruptura de los militares a nivel de discurso y práctica con el pasado oligárquico de la clase política peruana.
El perfil social del general Velasco y de otros oficiales que formaban parte de la Junta de Gobierno fue un aspecto que influyó en el discurso antioligárquico del gobierno militar. Velasco era costeño, del departamento de Piura, pero provenía de una familia bastante humilde; hizo el servicio militar y después ingresó a la Escuela Militar de Chorrillos.
Dirk Kruijt señala que de los 14 oficiales que tomaron parte en el golpe de 1968 (3 generales y 11 coroneles), la mayor parte tenía orígenes humildes. Así, los generales provenían de sectores medios altos y altos, pero todos los coroneles menos 1 provenían de familias de modesta condición económica o de familias campesinas del interior del país. Kruijt (1989: 77) agrega que un número sorprendente de ellos había servido primero como soldado raso para procurar la subsistencia de la familia, luego fueron recorriendo un lento camino por los grados de cabo primero, sargento segundo y sargento primero hasta llegar a la escuela de oficiales, la Escuela Militar de Chorrillos. La extracción social de estos oficiales era distinta a la de los oficiales de la Marina y la Fuerza Aérea. La Marina, en particular, siempre se caracterizó por contar con una oficialidad proveniente de los sectores más acomodados del país. Para Juan Martín (2002:103), las diferencias de extracción social habrían sido un factor no sólo de autonomía de la minoría militar respecto de los compromisos de la oligarquía, sino también de “autolegitimación e identificación con las mayorías populares.
Más aún, el gobierno militar tuvo una retórica nacionalista que apeló constantemente a la historia y que se puso de manifiesto en imágenes asociadas a lo andino. En opinión de Juan Martín, el nacionalismo del gobierno militar más que un discurso redentorista de grupos étnicos ancestralmente dominados, lo que buscó fueron elementos de integración y diferenciación con el pasado oligárquico en tradiciones culturales que se tenían por autóctonas. En ese contexto, agrega Juan Martín (2002:163), las referencias andinas e indias, “dejaban de ser, con la reforma agraria y todo su proceso de aplicación, exclusivas de una diferencia étnica para transformarse en valores nacionales, en imágenes de toda la nación para un país que estaba dejando de ser mayoritariamente rural en favor de la vida en las ciudades”. De esta manera, el Perú de esos años fue testigo de un cambio en el discurso iconográfico estatal que dio gran énfasis a lo andino como expresión de lo nacional. Como señala Carlos Iván Degregori (1995:313), la imagen de Túpac Amaru, el curaca líder de la gran revuelta indígena de 1780, fue “rescatada” y se convirtió en el símbolo de la reforma agraria. Además del curaca, otros personajes andinos o mestizos fueron empleados en diferentes emblemas o instituciones estatales. De esta manera, las imágenes del inca Pachacutec y del escritor mestizo Garcilazo de la Vega se plasmaron en billetes y monedas de circulación nacional y una severa máscara de la cultura Chimú, famosa por sus sofisticados trabajos en metales, fue el logotipo de Petro Perú, la flamante nueva empresa estatal encargada de la extracción del nacionalizado petróleo (Sánchez 2005).
CONTINUARA...