¿Perra? Puede ser, pero yo la quiero, la he querido toda mi vida. Es la hermanita menor de mi mejor amigo de colegio, seis años menor que yo, la dejé de ver cuando yo tenía 16 y ella 10 pero ya la quería... como si fuera mi hermanita menor. Terminado el colegio la vida nos llevó a mí y a su hermano, mi amigo, por caminos tan diferentes que ya nunca nos hemos vuelto a encontrar.
Pasaron 25 años y un día me la encontré en el colegio de mi hijo menor, resultó que estaba en el mismo salón que su hijo mayor. Me dio un gustazo verla, la abracé, la besé, casi la cargué en frente de su marido y de mi mujer; hablamos de los años que habían pasado, de sus papás y de los míos, de sus hermanos y de los míos, de nuestros matrimonios y de nuestros hijos, etc. etc. Estaba bellísima, parecía tener 25 y no 35, delgada, atlética y con esa voz ronquita que había heredado de su mamá; casada con un muchachito de su edad, uno de esos hijitos de papá que nació podrido en plata pero que tuvo la suerte de que su padre le enseñara a no dilapidarla sino, más bien, a hacer más plata. Durante once años nos vimos en las reuniones de padres de familia, en las kermeses, en los cumpleaños... aunque nunca, por alguna extraña coincidencia, en su casa ni en la mía. Pero ya nunca pude volver a verla como a una hermanita menor, estaba demasiado rica y ella sabía que lo estaba y le gustaba mostrarse rica.
Han pasado 11 años más y los chicos salieron del colegio, era el último de los míos así que ya no habría oportunidad de volvernos a ver pero, cuando el diablo mete la cola en el asunto, las cosas más improbables pueden suceder. Decidí comprar una casa nueva y mi abogado me comentó que la esposa de un primo de su mujer se dedicaba al corretaje de residencias así que quedamos en que él coordinaría una reunión con la fulana en su estudio; cuál no sería mi sorpresa cuando llego a la cita y me la encuentro a ella. ¡Yo ni siquiera sabía que ella trabajaba! Y por cierto que no tiene necesidad de hacerlo, pero parece que se muere de aburrimiento sin hacer nada en su casa y el corretaje de residencias le proporciona la distracción que necesita aparte de que, con sus relaciones sociales, tampoco le resulta un mal negocio.
Hablamos pues de negocios y tomó todos mis datos incluyendo la dirección de mi oficina que, yo no me había percatado, no está a más de 5 minutos en carro de su casa. Entre lo que yo estaba buscando y de lo que ella tenía en cartera no había coincidencias felices, pero ella me aseguró que me conseguiría algo; hasta allí todo había sido busines pero al final, al despedirnos en el estacionamiento del estudio me dijo... '¿Por qué no me visitas en mi casa? Está muy cerca de tu oficina, yo estoy generalmente sola a la hora de almuerzo y podemos aprovechar para conversar de... negocios...' y al decirlo me guiñó el ojo.
El gesto me tomó por sorpresa, me descuadró totalmente, yo siempre la había mirado con disimulada lujuria desde que nuestros hijos entraron juntos al colegio pero ella nunca me había dado ninguna señal en respuesta. Durante dos días repasé en la memoria cada encuentro en los últimos once años y, si bien era cierto que nunca me había alentado a tomarme confianzas con ella también era cierto que nunca de había resistido a mis abrazos de saludo algo más cariñosos que lo normal entre dos amigos. ¿Qué significaba ese guiño? ¿Era una insinuación o una inocente expresión de su natural coquetería? Finalmente un día a media mañana me decidí a llamarla y quedamos en que me esperaba en su casa a la hora del almuerzo; eso fue la semana pasada.
La cosa era ciertamente peligrosa, ella podía ofenderse si yo me extralimitaba y entonces sí que ardería Troya, tenemos demasiadas amistades íntimas en común. Pero yo estaba decidido a todo, la leche me nublaba los ojos y la razón, lo que no es obstáculo para proceder paso a paso y con cautela. Llegué a su casa y ella me abrió la puerta con el control remoto diciéndome por el intercomunicador ‘Pasa de frente, estoy en la cocina’. Entré, me dirigí hacia donde suponía que estaba la cocina y ella salió a darme el encuentro con una gran sonrisa y los brazos abiertos.
- ¡Hola Fulanito...!
- ¡Hola linda...!
Y entonces puse en práctica el primer paso de mi plan... La abracé con fuerza y me demoré en soltarla. Ella correspondió al abrazo y no hizo ademán de querer soltarse. Estabamos cachete con cachete y me hubiera sido fácil, como otras veces, voltear la cara aflojar un poco el abrazo y besarla en la mejilla pero, en lugar de ello, volteé a besarla sin aflojar el abrazo por lo que mi beso cayó en su quijada, apenas debajo de su oreja... y no hubo ningún ademán de protesta. Sin soltar el abrazo la mecí un poco, como jugando, y allí sí me incliné con la clara intención de besarle el cuello... y ella inclinó la cabeza hacia atrás y hacia un lado ofreciéndome su delicioso cuello. No sé si lo he comentado antes pero el cuello de las mujeres es una de mis debilidades y esta flaca lo tiene largo, blanco y suave.
- ¡Mmmmm...! Te estás aprovechando de que estamos solos ¿no?
- Yo jamás me he aprovechado de ti. ¿Te parece que me estoy aprovechando?
Aflojando un poco el abrazo la miré de frente y me acerqué a su rostro hasta casi tocar mi nariz con la suya, con la mirada totalmente clavada en sus ojos. Ella se quedó un interminable momento mirándome a los ojos, como dudando a último minuto de una decisión ya tomada, o como tratando de decidir qué hacer; yo simplemente esperé.
- No... –Me dijo finalmente sin moverse ni un milímetro- tú jamás te aprovecharías de mí.
Y sin más me besó en los labios.
Apenas fue un piquito, a labios cerrados, pero entonces yo la besé; largo, suave, primero los labios, luego acariciando sus labios con mi lengua hasta que, finalmente, ella abrió su boca apenas lo suficiente para un beso húmedo y profundo. Todavía ahora, mientras escribo, siento el sabor de su boca en la mía.
- Te preparé un almuerzo ligero. ¿Tienes hambre? –Me preguntó despacito.
- Me muero de hambre, pero no precisamente de comida –Le dije antes de volverla a besar.
- Ven...
Me tomó de la mano y me llevó a un dormitorio que, obviamente, no era el suyo (después supe que era el de visitas). Allí la seguí besando, la desnudé, me desnudó e hicimos el amor casi en absoluto silencio; hasta sus gemidos a la hora del orgasmo eran suaves y ronquitos.
No le pregunté por su marido, no me preguntó por mi mujer, no quise hacer ni decir nada que pudiera desviarme o distraerme de alcanzar este sueño que había tenido desde el día que la volví a ver hace once años. La flaca no es ninguna mocosa; tiene sólo seis años menos que yo, es decir que tiene la edad de Gisela, pero la señito es una zapatilla a su lado. Bellísima, siempre lo fue y ahora lo sigue siendo; delgadita, unas piernas finas y bien dibujadas, un vientre plano y firme a pesar de los años y los partos, un busto pequeño y elegante, un trasero anglosajón (léase casi inexistente) pero firme, una piel blanca suave y sin la más mínima línea de expresión como sólo las cremas más caras pueden conservar y un tono muscular envidiable, producto de miles de horas de gimnasio bajo la dirección de un personal trainer. Nada de cirugías ni de botox; simplemente belleza natural, buena genética (recuerdo que su vieja era la mamá más rica de la promo), y miles y miles de soles en cosmética y entrenamiento. Lujos que sólo las flacas ricas y ociosas se pueden dar.
- Tengo que ducharme y volver a la oficina. –Le dije.
- Y yo tengo que recoger a los chicos de la casa de su abuela –Me dijo.
Nos duchamos juntos pero, aunque hubo algún chape y algún paleteo en la ducha, no podía pasar a más por el tema del horario. Le pregunté por sus hijos (ella me los había mencionado y me pareció pertinente preguntar) y me contó que estaban en academias de ‘vacaciones útiles’ y que de allí se iban caminando a almorzar a la casa de su suegra que estaba cerca de la academia. La empleada los llevaba a la academia y los esperaba en la casa de su suegra hasta que ella los iba a recoger a todos, razón por la cual habíamos podido estar solos en la casa ya que su marido almuerza en el comedor de ejecutivos de su empresa.
No habíamos tenido tiempo de revisar los prospectos de casas que me había conseguido pero quedamos en ir el siguiente sábado (el sábado pasado) a medio día, saliendo de mi oficina, a visitar una casa en La Molina. Los dueños ya se mudaron fuera del país y la casa está desocupada, pero está totalmente amoblada y los muebles se venden por separado. Me fue a buscar a mi oficina y nos fuimos juntos. Qué puedo decir, probamos la piscina, probamos el Jacuzzi, probamos la cama principal... estuvimos más de tres horas calatos inspeccionando la casa y, sobre todo, inspeccionándonos el uno al otro.
Hacer el amor con ella en esta casa ajena fue como hacerlo con una enamorada en un hotel de vacaciones. Desnudos en la cama le besé hasta el último centímetro de su piel, desde parte alta de la frente hasta los dedos de los pies, la sopeé hasta el orgasmo y la besé con la boca empapada de sus jugos, me prendí de sus pezones rosados como un bebé y ella, a su vez, hizo lo mismo por mí. Hicimos el amor en el jacuzzi, sentados frente a frente con sus preciosas piernas enrolladas alrededor de mi cintura. Hicimos el amor en la picina, aunque no con mucho éxito pero sí con mucha arrechura. Hicimos el amor en la alfombra de la sala, en la mesa de marmol de la cocina y en la silla tipo gerente del estudio. Hicimos el amor durante casi cuatro horas con largos intermedios de besos y abrazos totalmente desnudos. No hemos usado preservativos en ninguno de nuestros dos encuentros, ella no me lo ha pedido y yo no he sabido cómo planteárselo ya que ella se hizo ligar las trompas luego de su último embarazo y estoy seguro que piensa que ella es la única mujer que tengo fuera de mi matrimonio; yo por mi parte no estoy tan seguro de ser el único que se la come además de su marido, pero no sé cómo planteárselo sin insultarla, así que por el momento estoy jugando con fuego... pero qué rica es...
Ya en camino de regreso a su casa se me ocurrió preguntarle por su marido, para tratar de comprender un poco mejor cómo entiende ella esta aventura que estamos empezando.
- ¿Y Roberto? (Nombre cambiado)
- Roberto es un huevón. Si se interesara por mí no estaríamos aquí. Olvídate de Roberto, no me hables de él si quieres que te muestre más casas como ésta.
Sospecho que me va a tomar un buen tiempo encontrar una casa que me convenga, voy a tener que visitar muchas casas pero de pronto siento que no tengo ningún apuro en decidir... Y ciertamente no pienso volver a preguntarle por Roberto.