Definitivamente creo que aquí hay algo más que un problema de salud en un paciente que presentó un tumor maligno en la lengua y que fue tratado con éxito por los médicos.
Aquí hay, aparte de las complicaciones propias de un hombre de la tercera edad, una utilización política del tema. Fujimori, antes y después de la primera vuelta, se convirtió en el principal promotor de la campaña de su hija. Su chalet, perdón, prisión de la Diroes, servía como el principal centro de campaña, recolección de propaganda y donativos de un Alberto Fujimori como en sus mejores tiempos, cuando gritaba ¡Disolver, disolver! o corría junto a sus guardaespaldas allanando casas buscando a Montesinos.
Nada de la campaña de Keiko le era ajeno al condenado. Inclusive se dio el lujo de humillar a su propia hija al imponer como candidata a su enfermera privada, la potable Gina Pacheco, a quien le mandó confeccionar ¡cinco mil afiches a todo color!
Cuando el flash de la primera vuelta anuncia que Keiko había quedado segunda, desplazando a PPK y Toledo e ingresa a la segunda vuelta con Ollanta, en la Diroes se armó una espectacular celebración y se brindó con sake.
Los fujimoristas alucinaron que Keiko iba a ganar y el Chino sería indultado. Pero Fujimori no brindaba ni celebraba por eso, pues en su frialdad y orgullo nipón, un indulto era una humillante salida.
El papá de Kenji celebraba porque el triunfo de Keiko ¡iba a significar que volvería a ser presidente por cuarta vez! ¿Acaso Montesinos siendo un simple asesor del SIN no había cogobernado con él diez años? Ahora gobernaría solito, armaría el gabinete y cobraría venganza, como haría un buen samurai.
Su querida hija debería cuidar a sus hijitos y esposo, pues allí estaría el Chino para gobernar y asegurar el futuro de la dinastía sin cometer los errores de antaño. Con los empresarios y una ayudadita de Alan García, Keiko le ganaría al milico hijo de Chávez.
Pero todo se derrumbó el 5 de junio, cuando a boca de urna se anunció a Ollanta Humala como presidente electo por claros tres puntos arriba. Carlos Raffo, que estuvo en ese momento con el Chino, asegura que Fujimori palideció. Su rostro sonriente y optimista de los últimos tiempos se transformó en esa mueca aterrorizada, la misma que el Perú vio por TV cuando lo trajeron esposado y extraditado de Chile a Lima.
Vislumbró su oscuro final. No solo no volvería a gobernar sino no iba a salir nunca de la Diroes con Ollanta en el gobierno. Allí decidió, secando sus lágrimas, ejecutar el Plan 2, jugando en pared con García. Timbró a Alan y empezó a rodar la maquinaria.
De la noche a la mañana un congresista aprista de las ligas menores, José Vargas, propuso a título personal que García indulte a Fujimori, porque está muy grave. Luego, aprovechando el desafortunado anuncio del vicepresidente electo, Omar Chehade, que iban a trasladarlo a una cárcel común, se pretende sacar a Fujimori de prisión antes de que Ollanta tome el poder.
Con su liberación se cerraría el pacto sombrío entre Alan y el fujimorismo. Prisión dorada para el ex dictador y alianza parlamentaria sin condiciones de la bancada naranja con el Apra. El pacto de sangre se consumaría con el indulto. La bancada de Kenji, en retribución, blindaría como bravos samurais a García y sus principales compañeros involucrados en nefastos faenones y corruptelas, ante inminentes investigaciones parlamentarias ya anunciadas por el nacionalismo.
Un reyezuelo que pugnó una amnistía para los asesinos del Grupo Colina o casi justificó las esterilizaciones forzadas del régimen del Chino, no tiene autoridad moral para pedir su indulto por cuestiones humanitarias.
(TOMADO DEL TROME 14-06-11)