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Sargento
La señora Ofelia (parte 2)
De niño, mi abuela y mi madre cuchicheaban sobre el hijo de don Anselmo, Richard. Yo las escuchaba atentamente a escondidas . En nuestro pueblo, este secreto a voces desencadenaba un huracán de chismes: el Richard había estado enamorando a la hija de doña Eusebia. Sin embargo, por alguna razón, ella lo denunció a la policía, ya que su hija era menor de edad. Las autoridades llevaron al Richard ante la justicia. Esta historia me persiguió durante mucho tiempo, agravada por la educación católica y conservadora que recibí de mi madre y mi abuela. Siempre tuve cierto temor de acercarme a las chibolas.
La pequeña broma de la chibola me dejó pensando brevemente. No entendía a qué se refería, a pesar de que apenas tenía veinte años, pero diversas inquilinas habían visitado mi habitación en el pasado. Con cierta extrañeza, levanté la mirada y le pregunté a quién se refería. Ella respondió con una sonrisa: "la señora Ofelia, pues" y luego agregó con insistencia: "ya pues flaco invítame un fallo, tienes una caja llena, te he visto".
Permanecí en silencio por un momento y finalmente respondí de manera indiferente: "Si quieres, baja". No pasó mucho tiempo antes de que llamara al timbre de la puerta. Una vez en la azotea, me pidió un cigarro, y un poco confundido, le pregunté: "¿No eres demasiado chibola para fumar?". Ella casi se cagó de risa en mi cara y replicó: "Cumpliré diecisiete en unos meses, y en mi colegio hasta hemos lanzado con mis amigas". Lo dijo sin ruborizarse. Me quedé huevón y le pasé la cajetilla. Llevaba el uniforme azul de su escuela y una trenza que le llegaba hasta la espalda. Sus ojos eran verdes, como los de su madre, y su piel tenía un agradable tono bronceado. Su nombre era Ángela, y a través de su uniforme, destacaban sus caderas y su busto modesto. Su cuerpo estaba dejando atrás la adolescencia para convertirse en una mujer. Mientras hablaba, observé cómo sus labios se movían de manera exagerada, y en mi mente recordé el libro de Nabokov, especialmente la adaptación cinematográfica de Armen Oganezov, que tantas pajas le había dedicado.
Me confesó que el esposo de su madre había llegado de España y se iba a quedar todo el mes, además me contaría que él no era su papá, sino el padre de su hermano y por eso le parecía algo aburrido estar en casa. Ángela hablaba y me contaba anécdotas de su escuela, que no me interesaban, pero quería saber un poco mas de su madre, sus ojos verdes me hacian recordar a los de su madre y cada vez que se reía sus pechos se movían a través de la polera blanca que llevaba. "Mi mamá dice que estás estudiando en la universidad, ¿estudias biología?", me decía con la curiosidad y alegría propia de las chibolas de su edad. "¿Porqué tienes tantas plantas en tu azotea?, siempre te veo regándolas", agregaría mientras no dejaba de tocarlas.
Cuando terminó de fumar, le dije que tenía que salir, ella no se quedó contenta con mi respuesta y me pidió la llevara al centro comercial, "vamos en tu carro pues", "¿recien te lo has comprado, no?, esta viejito"; esta chibola parecía conocer detalles íntimos de mi vida o era una especie de stalker.
A partir de aquel día, Ángela se convirtió en una presencia constante en mi vida, como una insistente mosca que no se aleja. Había memorizado incluso mis horarios de clases y mis actividades, saludándome en la calle y, en ocasiones, asustándome cuando me encontraba en mi azotea.
Los dias pasaron y un dia recibo un mensaje de la señora Ofelia, me decía que quería conversar. Yo estaba medio palteado; su hija había demostrado tener una aguda percepción y un ojo avizor. No deseaba que me descubriera mientras su madre visitaba mi habitación. Durante un rato, fingí no comprender sus insinuaciones y haciéndome el huevón le pregunté por sus hijos. La señora Ofelia me informó que los fines de semana solían visitar a sus abuelos. Esta fue la respuesta que esperaba; sin perder tiempo, la invité a que se uniera a mí en ese mismo instante.
Apenas si conversamos, su marido había vuelto a españa unas semanas antes y estaba necesitando un poco de cariño. Esta vez quería ir contra el tráfico, me pidió que me ponga lubricante, accedí con todo gusto. Apenas me quité la ropa, se abalanzo hacia mi pinga erecta, lo chupaba y lo frotaba con sus manos, me encantaba como me miraba en esa posición, sus ojos verdes tenía un brillo de lujuria y me repetía "¿me has extrañado?", yo le decía que si, mientras que con mi mano le jalaba la cabeza haciendo que se meta toda mi pinga en su boca. Cuando me senté en la cama, ella notó que mi pinga estaba dura y casi como un resorte se sentó, sin esperar siquiera a que me coloque el condón. Mientras me cabalgaba chupaba sus tetas caídas y sus pezones grandes, era excitante verla gemir con los ojos cerrados, pero mientras mis manos presionaban su culo, no podía quitarme la imagen de Ángela de mi cabeza.
La señora Ofelia venía esporádicamente a mi habitación, ella sabía que su hija era muy curiosa y entendió rapidamente que podría facilmente adivinar nuestras escapadas. La señora Ofelia, para mi buena suerte, quería cachar con alguien sin ataduras, mientras su marido venía una o dos veces al año. Eso me convenía a mi.
Con Ángela, empezamos a tener una relación amical, nunca sospechó que cuando iba a la casa de sus abuelos, su madre me entregaba el culo y solía terminar tragándose mi leche y hasta lo saboreaba. Un dia la encontré mientras se iba al colegio, sin decir nada, se subió al asiento del copiloto de mi carcochita. "Arranca, antes que me mi mamá me vea", me dijo. No se porqué le hice caso, me preguntó si estaba yendo a la universidad, ese dia creo que apenas si tenía un laboratorio. "Quiero tirarme la pera", me contó con desparpajo. Iba a decir que se quite, pero rápidamente agregó "llévame a la playita pues flaco, quiero probarme el bikini que me ha comprado mi tía", eso me dejo algo pensativo, tenía un temor infundado, pero por otro lado el morbo de ver a la chibola me hizo perder la razón por un rato y nos fuimos a la playa.
Yo conocía una playa medio caleta antes de Ancón, ahi la llevé. Me compré un short de esos de cinco lucas y me bajé del auto, ella queria cambiarse. Cuando salió del auto vi que sus tetas eran medianas y blancas, llevaba un short blanco que dejaba ver sus piernas contorneadas y sus caderas provocativas. Tenía la barriga plana y ese aire a Lolita me hacía olvidar de momentos el asunto del Richard allá en mi tierra.
Cuando nos fuimos a la orilla, me saqué el polo para meterme al agua y la chibola me dejaría huevón quitándose el short y quedandose en una tanga amarilla que me permitía apreciar su hermosa anatomía. Chapuceamos en el agua y jugamos un rato, cuando salimos vi que su conchita se marcaba a través del bikini mojado. Eso me puso mas caliente. Empecé a jugar un poco mas con ella. "Siempre eres frío conmigo, ¿que te ha pasado?", me preguntó riéndose. "El mar siempre me pone de buen humor", le respondí. De nuevo en el agua empezamos a jugar de nuevo, esta vez me acerqué a ella y de a poco y entre juegos comencé a abrazarla, cuando la tuve cerca nos besamos, cómo estaría de arrecho que debajo del agua le acerqué hacia mi y sintió mi pinga dura. La chibola me miro con picardía y me dijo: "no estoy lista, soy señorita, sabes", eso me puso aún más arrecho, hasta ese momento nunca había estado con ninguna chica virgen.
La llevé de regreso a su casa, y en el interior del automóvil, nuestros labios se encontraron nuevamente en un beso apasionado. Pasados unos días, como era costumbre, nos cruzamos cuando regresaba de la universidad. Ella me pidió que la acompañara a la librería, y mientras caminábamos juntos por la calle, nuestros labios se unieron en un beso, como si la pasión que compartíamos se negara a ser contenida. Me dijo que iba a salir de vacaciones y sus abuelos iban a viajar con ellos. No me hice paltas, en mi mente, no había lugar para las ambigüedades; deseaba estar con ella, aunque también tenía mis propios asuntos pendientes.
Antes de su partida, nos entregamos una vez más al sabor de nuestros labios en un beso ardiente.
A las pocos días de aquel encuentro, yo me subía a un bus rumbo a un viaje sin planificar. El cofrade que desee puede encontrar un poco mas sobre aquella aventura aquí.
Un año pasó desde aquel viaje. Durante mi estancia en Brasil había experimentado varias depravaciones y el temor que tenía por chibolas, viejas o quien fuese había casi desaparecido. Pero al regresar, no podía evitar mirar la casa de mi vecino, esperando ver a Ángela, aunque en vano. Cierto dia vi al vecino, don Manuel, en la calle, después de una corta conversación, le pregunté sutilmente por la inquilina charapa que le había recomendado. Me confesó que la después que la hija acabo el colegio, se mudaron. Llamé al teléfono de la señora Ofelia, pero ese número ya no existía.
Los meses pasaron, nuevas inquilinas pasaban nuevamente por mi habitación. Me compré otro auto carcocha, a veces, en mis tiempos libres, hacia colectivo o taxeaba para cachulearme un poco. Me gustaba ir a un instituto donde la mayoría eran mujeres, usaban incluso uniforme. A veces subían chicas interesantes, y si la suerte me acompañaba me salía algún plancito. En una ocasión mientras esperaba algún pasajero, distinguí a una chica de cabello castaño y ojos verdes, tenia el uniforme azul, minifalda, blusa blanca y una especie de corbatín. Era ella: Ángela. Me acerqué con el auto hacia ella y la saludé por su nombre. Ella se agachó un poco para ver quién era y medio que se avergonzó y se hizo la desatendida. Me acerqué nuevamente y le dije sonriente "¿dónde vas?, te llevo".
Ángela estaba guapísima, habia dejado atrás ese aire de niña adolescente y ya era una mujer. Me bajé del vehículo y la saludé nuevamente. Recién me saludó, me dijo que no me había reconocido. La invité a subir, ella accedió. En el camino la notaba amable, pero seria. Habia dejado de lado ese aspecto de niña y ya conversaba de una forma distinta. Le pregunté por su mamá y me contó que había conseguido un trabajo y por eso se habían mudado. Me preguntó por mi ausencia, le dije que habia estado un año viajando por trabajo y por la universidad. Intercambiamos números y la dejé en su casa.
Pasaron unos días antes de que le enviara un mensaje, expresando lo feliz que me había hecho verla de nuevo. Sin embargo, no recibí respuesta durante varios días. Una tarde, recibí un mensaje suyo en el que se disculpaba, alegando problemas de saldo, y me pedía que la llevara a ella y a sus amigas. Habían asistido a un concierto de salsa y necesitaban un taxi. Cumpliendo con lo acordado, esperé pacientemente a Ángela y sus amigas, las llevé a cada una a sus respectivas casas, hasta que finalmente quedamos sólo ella y yo. Le propuse tomar algo juntos, a lo que ella vaciló, pero finalmente aceptó.
Mientras conversábamos, y después de algunos cócteles, me recriminó mi desaparición, me contó que me había llamado, pero que desaparecí sin decir nada a nadie. Me excusé nuevamente que no pensaba que mi viaje iba a durar tanto, pero que siempre había pensado en ella y cuanto floro se me ocurrió. Me acerqué a ella e intenté besarla, pero ella me advirtió que no lo hiciera. Me decía que no confiaba en los hombres, su mamá le había dicho, además, que todos los hombres son unos mentirosos y que ella lo había comprobado en varias oportunidades. Yo soló le decía que desde que la conocí fui siempre claro con ella y nunca le prometí nada que no haya cumplido. Ella se quedó en silencio. Nuevamente me acerqué a ella y nos besamos, me dijo que quería ir a bailar. Le iba a decir a su mamá que se iba a quedar en casa de una amiga.
Después de la discoteca fuimos a mi habitación. Ella había bebido varios cócteles y estaba algo ebria. En mi habitación nos besamos y mientras empezaba a desnudarla me susurraba "si me hubieras hecho tuya en aquel momento, te hubiera entregado mi pureza sólo a ti". Eso me prendió más, empece a desnudarla de a pocos, sus pechos eran medianos y sus pezones rosados y pequeños.
Los chupaba con ahínco, mis manos desabrochaban con lujuria su pantalón y me encontraba con su conchita rasurada. Ángela me abrazaba y gemia "hazme tu mujer", me decía, extasiada. Cuando la desnudé, empecé a jugar con mi dedos y mi lengua dentro de su conchita. Su conchita era pequeña, sus labios estaban metidos hacia dentro, yo le abría la conchita y con mi lengua invitaba a su clitoris a ser parte de nuestro encuentro. Ella gemía, "métemela por favor", repetía, pero yo quería hacerla llegar al orgasmo con mis manos y mi lengua. Escupía en su conchita y con mis manos la abría mas y nuevamente mi lengua recorría su vagina y yo saboreaba cada uno de sus fluidos. De a poco fui buscando con mi lengua el botoncito dentro de su conchita y cada vez que lo presionaba con mi lengua, ella aullaba de placer, con sus manos me jalaba los cabellos y me invitaba deseosa a penetrarla.
Después de un largo rato, pude colocarme encima de ella y comencé a penetrarla. "Así, así, más fuerte", me decía loca de placer. En un momento le pedí que se volteara. Ella obedeció y empecé a penetrarla, cada vez mas fuerte, yo le cogía de la cintura y la atraía con fuerza hacia mi, de pronto Ángela totalmente extasiada y arrecha me diría algo que me dejó perplejo "así que rico, metémela mas fuerte, como lo hace mi padrastro". En ese momento ya estaba a punto de venirme y no tuve tiempo de pensar en lo que decía. Me vine en esa posición y ella se quedó dormida.
Al dia siguiente cuando nos despertamos, ella sintió mi pinga parada, "¡qué rico, me haces provocar!", me dijo burlonamente. Nuevamente la penetré de costado hasta venirme. Nos despedimos con un beso.
Luego de ese día, me quede cavilando por mucho rato, porqué habia dicho eso. Tenía muchas dudas y preguntas, pero, entendía que no eran de mi incumbencia. Ángela me llamó unos dias después, salimos a beber y a bailar y luego nuevamente a mi habitación a cachar. Ese dia me preguntaba si había algo entre nosotros "sólo quiero cachar", le contesté friamente, pero con un nudo en mi garganta y cierta tristeza sin razón. Nunca más la volví a ver.
rayos, que triste... estoy acostumbrada a leer estos finales. pero esta me sorprendió personalmente.