Cerca a las dos de la mañana del pasado domingo, cuando ya estaban anunciando la próxima llegada de Elvira Palomino, la música se detuvo. Las anfitrionas fueron llevadas a la sala que sirve de camerino y se prohibió la salida de todo cliente que hasta ese momento disfrutaba de sus cervezas y una que otra compañía. Fueron cerca de diez oficiales quienes dieron la orden.
Con grabación a través de un teléfono celular, los agentes emprendieron una supuesta redada. Hicieron desaparecer las botellas de licor de las mesas, arrimaron sillones y mesillas atrincherando la puerta del vestidor y encomendaron a los asistentes a sostener su documento de identidad en la mano. Incautaron todo el alcohol visible de la barra, separaron trabajadores del público, demandaron la presencia de algún responsable del establecimiento y revisaron todos los espacios del Clímax: Desde baños hasta la pequeña habitación ubicada al lado de la zona de privados. Ellos fueron asistidos por una veintena de municipales. dispuestos de equipo de protección y armados con garrotes.
La orden fue sencilla: revisar antecedentes; los limpios se podrían retirar tranquilos, los requisitoriados serían llevados a la comisaría. Después de media hora, aproximadamente, en fila de dos hicieron salir a los asistentes, siendo estos escoltados hasta sendos camiones levantadores de intervenciones. Mareados y maltratados en el interior fueron llevados hasta la dependencia policial vecina del Congreso de la República. Allí fueron detenidos hasta la llegada del jefe de turno. A un lado, las féminas que entre risas y preocupaciones pasaban diferentes inspecciones a cargo de la Policía. Los parroquianos fueron instados a mostrar sus documentos con la amenaza de ser investigados y cuya salida era permitida solo después de ser fotografiados.
Se supo de un par de personas que carecían de papeles, algunas extranjeras fuera de reglamentación y una aglomeración injustificada en el patio del edificio de orden público. Para ellos solo fue la anotación de su nombre y número de identificación y una firma escueta -sin que esta haya sido corroborada- para que puedan seguir con su noche. Solo algunos malcriados tuvieron contratiempos como ser rezondrados y uno que otro hasta agredido como mocoso malcriado -más allá de quienes sí presentaron antecedentes-. Los trabajadores del local vivieron una suerte distinta. La historia ya es conocida: Algún arreglo bajo mesa, la tentación de cobrar libertades por carnes y las amenazas propias de quienes dicen cumplir solo con su deber. Más cerca de las cuatro de la mañana que de las tres, los bien librados, en su mayoría, enrumbaron a destinos similares del que fueron sacados.
En la zona, ningún otro local fue intervenido. En la Rumba no sabían nada, pero tampoco tenían clientes. Lo mismo sucedía en el local vecino. LeBaron se justificó diciendo: "acá, sí nos cuidamos de los operativos", y se notó por una gran presencia de público, pero muy pocas anfitrionas, de las cuales solo un par se podía jactar de haber podido facturar esa noche.
Por otra parte, es posible que Clímax ya se estaba preparando para una contingencia como la vivida. Poco se sabe de su clausura y de su futuro proceder, lo que sí es cierto es que minutos antes de la llegada de los oficiales anunciaron la próxima apertura de un nuevo local: La gruta. "Será con la misma calidad que esta casa; tendrá el sello de nuestra casa", dijo el animador como quien prevé las horas contadas de un punto de encuentro que ya era referencia en la zona.