Un pequeño texto, para mi interesantisimo, sobre la cultura en el peru en estos tiempos.Jue. 12 MAR '09,Peru21:
Mario Vargas Llosa es, además de uno de los mejores escritores de nuestro tiempo, uno de los intelectuales más agudos y rigurosos del mundo contemporáneo. En lo que consideramos un interesante aporte al debate cultural en el Perú, cuando se discute la creación de un ministerio de Cultura, la revista Arkinka publica la transcripción de una contundente conferencia que el autor de Conversación en la Catedral ofreció en España el año pasado, en la cual critica la civilización del espectáculo.
Para el novelista, esta corresponde a la de un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento; donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo señala. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas.
Vargas Llosa enumera las características que le atribuye a la civilización del espectáculo: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo.
El escritor explica que esta situación se origina con la bonanza económica posterior a la Segunda Guerra Mundial de las que llama democracias liberales de Occidente, donde el bienestar, la libertad de costumbres y el espacio creciente para el ocio constituyó un estímulo para que proliferaran las industrias del entretenimiento, promovidas por la publicidad, madre y maestra mágica de nuestro tiempo.
Otro factor es la democratización de la cultura. Este aparente beneficio ha tenido efectos negativos, como la trivialización y adocenamiento de la vida cultural. La cantidad a expensas de la calidad, la desaparición de la alta cultura.
INSOPORTABLE LEVEDAD. No es por eso extraño que la literatura más representativa de nuestra época sea la literatura light, es decir, leve, ligera, fácil, una que sin el menor rubor se propone ante todo y sobre todo (y casi exclusivamente) divertir, afirma. Y amplía las consecuencias de esta banalización a otras artes como el cine light y el arte light y los efectos que producen en quien las consume: Le da la impresión cómoda al lector y al espectador de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo de esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, propaga el conformismo, la complacencia y la autosatisfacción.
LA CAÍDA DEL INTELECTUAL. En su juventud, Vargas Llosa fue un devoto y fervoroso seguidor de Jean Paul Sartre. Creía cree en el compromiso en libertad plena y sin más ataduras que las de su conciencia del escritor con el mundo en el que vive. Por eso, critica el rol del intelectual en nuestros días: En la civilización del espectáculo, el cómico es el rey. En nuestros días, el intelectual se ha esfumado de los debates públicos, por lo menos de los que importan. En la civilización del espectáculo, solo interesa si sigue el juego de la moda y se vuelve un bufón.
¿Las razones? El autor de La guerra del fin del mundo señala la ínfima vigencia que tiene el pensamiento en la civilización del espectáculo. Porque otra característica de ella es el empobrecimiento de las ideas como fuerza motora de la vida cultural. Hoy reina la primacía de las imágenes. Por eso, los medios audiovisuales: el cine, la televisión y, ahora, Internet, han ido dejando rezagados a los libros.
ECRAN Y LIENZO. Nuestro narrador es un apasionado del cine desde pequeño. Admirador de Bergman y de Buñuel, también muestra su preocupación por la decadencia del séptimo arte. El cine de nuestra época, conforme a la inflexible presión de la cultura dominante que privilegia el ingenio sobre la inteligencia, las imágenes sobre las ideas, el humor sobre la gravedad, la banalidad sobre lo profundo y lo frívolo sobre lo serio ya no produce creadores como Ingmar Bergman o Luchino Visconti.
Y, amante de las artes plásticas (como lo expresa nítidamente en Elogio de la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto), también muestra su preocupación por ellas: Las artes plásticas se adelantaron a todas las otras expresiones en la vida cultural en sentar las bases de la cultura del espectáculo, estableciendo que el arte podía ser juego y diversión y nada más que eso. Hoy, lo que se espera de los artistas no es el talento ni la destreza, sino la bravata y el desplante.
Vargas Llosa ya había expresado esta preocupación en un ensayo que dedicó a la obra de Damian Hirsch, el polémico artista inglés que usa animales muertos en formol en obras que, además, se venden a precios exorbitantes. Para el destacado narrador, la desaparición de mínimos consensos sobre los valores estéticos hace que en la actualidad todo sea permitido. Ya no es posible discernir con una cierta objetividad qué es tener talento o carecer de él, qué es bello y qué es feo, qué obra representa algo nuevo y durable y cuál no es más que un fuego fatuo: genuinos creadores y vivillos y embusteros andan revueltos.
AMARILLO. Finalmente, el autor de La ciudad y los perros apunta al periodismo: La frontera que separaba al periodismo serio del escandaloso y amarillo ha ido perdiendo nitidez. Una de las consecuencias de convertir el entretenimiento y la diversión en valor supremo de una época es un trastorno de las prioridades: las noticias pasan a ser importantes o secundarias no tanto por su significación económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso, insólito, escandaloso o espectacular.
Esto lo lleva a cuestionar el periodismo que se hace hoy, casi sin excepciones. Convertir la información en un instrumento de diversión es abrir poco a poco las puertas de la legitimidad y conferir respetabilidad al escándalo, la infidencia, el chisme, la violación de la privacidad; al libelo, la calumnia y el infundio, sentencia.
Para Vargas Llosa, la prensa contribuye a consolidar esa civilización light, que ha dado a la frivolidad la supremacía que antes tuvieron las ideas y las realizaciones artísticas.
Su balance de nuestra época es, como él mismo afirma, pesimista: No está en poder del periodismo por sí solo cambiar la civilización del espectáculo. Esta es una realidad enraizada en nuestro tiempo. Nos ha tocado a nosotros el derecho de contemplar con cinismo y desdén todo lo que aburre, preocupa y nos recuerda que la vida no es solo diversión, también drama, dolor, misterio y frustración.