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Tema en 'Arequipa: Kinesiólogas-Contactos-Damas-Compañía' iniciado por Loretano40, 22 Nov 2020.

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    Ummm, deseas que retire esa palabra?
    Hasta donde yo entiendo en Perú se le dice paisano o paisana a las personas que son de la sierra, campesinos generalmente. Si te resulta ofensiva la palabra que he empleado lo retiro. Pero no puedo borrarlo porque ya paso mucho tiempo.
     
    Loretano40, 8 Jun 2025 a las 19:38

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    No soy usuario asiduo del foro. La verdad, solo vuelvo cuando la sequía aprieta o cuando mi agarre de turno empieza a apagarse. Esta vez fue lo segundo. Así que volví a mirar el “mercado” arequipeño, ese que siempre me pareció más árido que el desierto de La Joya. Y como quien no quiere la cosa, entré al foro. Me clavé en la zona de relatos. No lo voy a negar: me enganché. Algunos contaban huevadas, pero otros tenían lo suyo. Entonces me dije: “¿Y si me hago el Vargas Llosa versión cochera y escribo lo mío?” Así que aquí estoy, contando algunas historias de mi repertorio:

    De como me comí a la amiga de mi hermana

    Llevaba unos meses de vuelta en Arequipa después de varios años en los unites. Primero me fui por estudios, luego por chamba. Allá la vida era otra cosa, pero decidí volver porque el aire de casa siempre termina llamando. Aunque cuando llegué, me di cuenta de que todo había cambiado. Mis patas estaban en otros rumbos, y yo, literal, no tenía con quién tomarme una chela sin que me cuenten del colegio del hijo. Una tarde, ya medio aburrido, me metí al Facebook. Ahí estaba conectada ella: la amiga de mi hermana. Nos habremos cruzado un par de veces, cuando venía de visita o para algún cumpleaños. Nunca habíamos hablado más allá de un “hola” cortés, pero siempre me llamó la atención. No era modelo, pero tenía algo... un aire maduro, esa mirada de mujer que ya sabe lo que quiere y que no necesita gustarte, porque sabe que lo va a lograr igual. Cinco o seis años mayor que yo, más o menos. ¿Y qué? A veces la experiencia no es un lujo, sino una necesidad.

    No le di muchas vueltas. Le hablé. Un saludo casual, con la excusa más floja del mundo: “Oye, me acordé de ti viendo unas fotos viejas con mi hermana”. Absurdo, pero efectivo. Respondió con un "¡jajaja, qué tiempos!" y ahí empezó todo. Le lancé la invitación sin anestesia: “¿Y si salimos un día?.” No sé si fue el descaro, la curiosidad o simplemente el aburrimiento, pero aceptó. La primera salida fue inofensiva: café en Yanahuara. Charlamos de todo un poco: viajes, trabajo, lo rara que se había vuelto la ciudad. Me gustó cómo se reía. Había química, pero aún no había chispa. Yo sabía que tenía que mover bien las fichas. Me había comido el cuento de que la vida es ajedrez, no dados. Las siguientes salidas fueron parecidas. Cine, mall, otro café. Todo muy casto, muy cordial. Pero yo ya olía lo inevitable. Así que lancé la jugada: “Va a tocar tu cantante favorito en un restobar en Dolores. ¿Te provoca ir? Yo invito.” Ella no lo pensó mucho: “¡De una!” Me mandó emoji de fuego.

    La noche del concierto llegó como llegan esas cosas que uno no planea demasiado, pero sabe que van a dejar marca. Yo no había armado nada demasiado elaborado, solo sabía que quería verla un poco tomada, un poco más suelta… y a mi lado. La recogí en mi auto como un caballero de domingo, pero con intenciones de sábado sucio. Cuando salió de su casa, tuve que respirar hondo. Estaba buena. No de esas que se notan a kilómetros, sino de las que quieres morder cuando se te acercan. Jeans ajustados, botas negras con actitud y una blusa floreada que escondía —maliciosamente— dos razones para querer acelerar la noche.
    Conversamos camino al local, como si fuéramos viejos amigos que apenas se están redescubriendo. Risas, anécdotas, un par de “no puedo creer que me estés diciendo eso” y de pronto ya estábamos en la fila para entrar.

    Una vez dentro, el ambiente hizo lo suyo. Luz tenue, música en vivo, y nosotros dos sentados al borde de la barra. Ella pidió mojitos. Yo agradecí al universo por el 2x1. El alcohol fue la llave: con el segundo vaso ya nos reíamos como si lleváramos años saliendo. Con el tercero, ya la tenía abrazada, su cabeza recostada sobre mi pecho mientras cantaba bajito las canciones de su ídolo. Y yo ahí, sintiendo su perfume y el calor de su cuerpo. La noche empezaba a vibrar, no por la música, sino por cómo nuestras miradas se sostenían un segundo más de lo normal. En una de esas, ella levantó la vista. Estábamos cerca, demasiado cerca. Labios a centímetros. Y sin pensarlo, se acercó. O quizás fui yo. El punto es que nuestras bocas se encontraron.

    El primer beso fue suave, pero con hambre. Como quien prueba algo que sospecha que va a gustarle... y no se equivoca. De ahí no paramos. Nos besábamos sin pudor, rodeados de desconocidos que ya ni existían. Yo ya tenía las manos acariciando su espalda, su cintura, y ese maldito huequito entre la blusa y el jean que te invita a explorar.
    Terminó el concierto y ella me preguntó, entre risas y con una voz más ronca:
    —¿Estás bien para manejar?
    Le respondí que sí… pero añadí, con sonrisa de cómplice:
    —Aunque si quieres, nos quedamos un rato en el carro.
    Asintió. Subimos. El carro se volvió un cuarto provisional. La besé como si el asiento fuera cama, como si no hubiera más noches. Mis manos no pidieron permiso: se fueron directo a sus piernas, a sus caderas. Ella no se opuso. Al contrario, abrió más las piernas. Me apretó contra ella. Sentí su respiración agitada, y cómo su cuerpo respondía a cada caricia mía.
    Toqué sus tetas por encima de la ropa. Firmes. Grandes. Respondían a mis dedos como si supieran lo que estaba buscando. Me costaba contenerme. Ella tampoco ayudaba: me mordía el labio, me decía "espera" solo para volver a besarme más fuerte.
    —¿Y si vamos a un lugar más cómodo? —le susurré.
    Se quedó callada por dos segundos. Luego asintió.
    —Ya.

    El auto arrancó con rumbo fijo: un hotel de esos con cochera privada. El trayecto fue corto. No hablamos mucho. Ella miraba por la ventana con esa media sonrisa de “sé exactamente lo que estás pensando” y yo tenía una sola imagen en la cabeza: su cuerpo extendido en una cama, esperándome. Entramos. Subimos. Al abrir la puerta del cuarto, no hubo tiempo para contemplaciones. La jalé hacia mí, la besé con fuerza. Ella respondió igual: sin miedo, sin freno, como si también hubiera estado guardando las ganas. La empujé suavemente sobre la cama. Me puse encima de ella, la besé desde la boca hasta el cuello, y mis manos comenzaron a explorar. Su blusa cayó primero. Luego el sujetador negro, que abrí con una sola mano —cosa que me salió bien por puro instinto y suerte. Cuando sus tetas quedaron al aire, me quedé un segundo mirándolas como quien encuentra un tesoro. No eran simplemente grandes. Eran llenas, redondas, con pezones oscuros que se endurecían apenas los rozaba. Empecé a jugar con ellos con la lengua, mientras mis manos acariciaban sus costados. Ella ya se arqueaba, como queriendo ofrecerme más. Y yo, encantado, me tomé mi tiempo. Le quité los jeans. Bajo ellos, una tanga negra ajustada. La deslicé lentamente, y ahí estaba: su vagina húmeda, tibia, con vello natural, no del todo depilado. Confieso que normalmente prefiero otra presentación, pero esa noche me supo más salvaje, más cruda, más ella. Me incliné y empecé a probarla con la lengua, con una mezcla de ternura y hambre. Ella gemía sin filtros, apretaba las sábanas, se mordía los labios.

    Estaba lista. Lo sentía en su cuerpo, en su sabor, en cómo se aferraba a mi nuca. Me puse el poncho y me acomodé entre sus piernas. Estaba caliente, ajustada, húmeda…. Se aferró a mi espalda mientras comenzábamos a movernos al ritmo del deseo contenido. No hablamos. Solo nos mirábamos, nos sentíamos. Ella con las mejillas rojas, con los ojos entrecerrados, con ese sonido casi animal que salía cada vez que embestía más profundo. Me cambié de posición, la puse de espaldas. Esa vista… ese culo blanco, firme, empujando hacia atrás… fue demasiado. La tomé por las caderas y la penetré con fuerza. Me pidió que no pare. Estuve así, bombeándola como si fuera la última mujer sobre la tierra, hasta que el placer fue demasiado. Me corrí apretando sus caderas, sintiendo cómo su cuerpo junto al mío.

    El segundo round vino luego de unos minutos. Esta vez fue más lento, más íntimo. De costado, con besos suaves, con sus manos acariciando mi espalda. Cambiamos a misionero, luego otra vez de espaldas. Volví a correrme, esta vez más suave, pero igual de satisfecho. Terminamos acurrucados, aún desnudos. No dijimos gran cosa. No hacía falta.

    —Tengo que irme —me dijo mientras se vestía.

    La dejé en su puerta. Desde ahí, todo se volvió sexo seguido y sin culpa. Pero ya contaré esa parte
     
    Última edición: 8 Jun 2025 a las 22:56
    gameguard2, 8 Jun 2025 a las 22:49

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    Bien varguitas, ganaste tu nobel adónde te lo envío?
     
    Jim Delaiz, 9 Jun 2025 a las 05:11

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    El mercado kinero en Arequipa es hasta las caiguas, es preferible no salir a que te cobren por un trato pésimo.
    Pero en en tu caso que vienes del extranjero, con fichas, con caña, normal puedes escribir a conocidas y te sale un mejor plan.
    Pero dijiste que tenias más aventuras, este relato estuvo bueno, pero comenta más relatos. No le hagas caso a @Jim Delaiz a veces fantasea con ser protagonista de una aventura donde no pague por encuentro.
     
    Loretano40, 9 Jun 2025 a las 06:35

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    Es una flaca chiquita noma, estimo 1.5m y con forma de corazón atrás, en cara no es agraciada, en la edad 19 a 20 aprox... Lo que me vaciló es que ajusta, y vi varias como ella en ese evento. La agarré en un polvo más después de una semana, pero como note que quería algo serio pues no volví a profanarla, salvo que hace un mes de aburrido la invite a comer.
     
    PantroAQP, 9 Jun 2025 a las 08:00

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    PantroAQP, 9 Jun 2025 a las 08:01

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    PantroAQP, 9 Jun 2025 a las 08:02

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    Como puedo borrar los mensajes? Porfa
     
    PantroAQP, 9 Jun 2025 a las 08:14

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    No pasa nada, eso pasa cuando el celular esta lento, los mensajes se acumulan, se envian. No tienes el rango para borrar tus mensajes, no pasa nada, saludos
     
    Loretano40, 9 Jun 2025 a las 08:44

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    Este podría ser el último relato sobre la amiga de mi hermana. Le pondré un nombre falso: Camila. Si me animo, más adelante escribiré historias con otras amigas.

    Desquitandome con Camila.

    Como escribí anteriormente, todo empezó con salidas casuales hasta que después una noche en la dolores terminábamos en un hotel. Luego se volvió natural y siempre que podíamos nos perdíamos entre besos y jadeos, y cada vez el sexo se volvía más salvaje. Con el tiempo, encontramos otro hotel más cerca de su casa y me salía mas conveniente. Cuando se acercó Halloween, Camila me propuso salir disfrazados. Nada elaborado, solo algo simbólico. Le dije que sí. Aquella noche fui sin carro, sabiendo que no regresaría sobrio. Nos encontramos cerca del Siglo XX y caminamos hacia la plaza de armas. Durante el trayecto, entre risas, nos pintamos los rostros. Camila vestía como siempre: jeans ajustados que moldeaban su trasero perfecto, un polo blanco y una casaca de cuero. Me costaba no imaginar lo que había debajo.

    Y entonces, la vi. Su amiga. Era la primera vez que la veía. No tenía idea de quién era hasta que Camila la presentó. Bajita, con esa belleza que no necesita esfuerzo. Una falda mínima, piernas suaves, una actitud fresca y ligeramente coqueta. Pero, estaba con su enamorado. Verla así, sonriente, tocando a su chico con naturalidad, me encendió de una forma que no esperaba. No podía tocarla. Ni debía. Pero no dejé de mirarla en toda la noche. Cada vez que cruzaba las piernas, cada vez que se acomodaba el cabello, me perdía. Fantaseaba. Y lo peor era que eso aumentaba mis ganas por Camila. Quería desquitarme. Usarla. Poseerla hasta sacarme de la cabeza a su amiga… aunque sabía que no lo lograría. Después de unas copas y una “sellada” en un bar por San Francisco, el ambiente se volvió íntimo. Camila se pegaba a mí, me hablaba al oído, me acariciaba. En el taxi, ya no aguantó más: metió la mano bajo mi pantalón y empezó a tocarme con descaro. Quería chupármela ahí mismo, pero se contuvo. “Después”, me dijo con una sonrisa traviesa. “No quiero darle un show al taxista.”

    Llegamos al hotel habitual… pero estaba lleno. Maldito Halloween. Yo ya no podía más. La presión en mis bolas era insoportable. La miré, y le dije:
    —Hoy te tengo que comerte sí o sí. No me importa dónde.
    Ella, excitada pero preocupada, propuso su casa. Nunca había estado ahí. No conocía ni a sus padres ni su cuarto, pero estábamos a dos cuadras. El cuerpo ya mandaba. No había espacio para la razón. Entramos por el patio. Sus padres vivían en el primer piso. Su papá, desde la cocina, nos saludó. Estábamos mareados, sí, pero fingimos normalidad. Nos ofreció una sopa caliente. Probé un par de cucharadas, solo por respeto. Pero mis ojos ya estaban fijos en ella. Quería llevármela al segundo piso, desnudarla, hundirme en su cuerpo. Subimos al cuarto. Pequeño, con cama de plaza y media, una luz tenue, y una puerta que cerró con seguro. Apenas giró la manija, la tomé por la cintura y la empujé contra la pared. Le besé el cuello, las clavículas, le arranqué el polo y el sostén. Sus tetas quedaron frente a mí, blancas, firmes, duritas. Las besé, las mordí suave, sentí cómo su piel se erizaba bajo mi lengua. Bajé lentamente por su abdomen, entre sus muslos. Le quité el jean, la ropa interior estaba empapada. Le hice un oral largo, sucio, ruidoso. Ella gemía, se aferraba a mi cabeza. Le metí los dedos al mismo ritmo que le lamía el clítoris. Su sabor me volvía loco. Me desnudé. Ella se abrió para mí, y la penetré sin condón. Fue la primera vez. Y cuando lo sintió, no me detuvo… se volvió salvaje.
    —Así se siente mejor… no pares, por favor. No pares.
    Yo estaba descontrolado. Sus paredes húmedas me apretaban como si me suplicaran no salir. La cogía con fuerza, embistiendo con rabia, con ritmo, con hambre. La cama golpeaba contra la pared. Ella gemía alto. Y ahí fue donde el morbo se apoderó de mí. Quería que sus padres escucharan. Quería que supieran que su hija estaba arriba, siendo usada, gritando de placer, abierta, completamente mía. Esa idea me encendió más. La cogí más fuerte. Más rudo. Le apretaba las tetas mientras le decía al oído:
    —¿Y si tu papá nos escucha? ¿Y si sube y te ve así, llena de mí?
    Ella abrió los ojos con susto.
    —¡Callate! No hables así… mis papás están abajo.
    Pero yo no paré. Todo lo contrario. La penetré más profundo, con más ritmo. Quería marcarla. Hacerla temblar. Que sus padres supieran, aunque no dijeran nada. Ella, nerviosa, tiró unas sábanas al suelo.
    —Aquí. En el piso. Menos ruido. Por favor.
    La puse en cuatro. Le abrí las nalgas con las manos y me metí de nuevo. Empecé a darle con fuerza. Le jalaba el pelo, le azotaba las nalgas con la palma, mientras le decía cosas sucias al oído. Me aferraba a sus caderas y la embestía como si quisiera romperla. Su cara estaba enterrada en una almohada, sus gemidos eran cortos, sofocados… pero su cuerpo decía lo contrario. Terminamos jadeando, sudando y nos dormimos así, desnudos.

    Despertamos cerca de las diez. El cuarto estaba en penumbra. Ella dormía boca arriba, completamente desnuda. Sus tetas seguían ahí, irresistibles. Me incliné, le lamí los pezones con suavidad. Ella se revolvió, despertó con una sonrisa y los ojos llenos de deseo.
    —¿Otra vez? me dijo, con voz ronca.
    No respondí. La besé. La toqué. La puse de lado, le abrí las piernas. Ya estaba mojada. Me deslicé dentro de ella sin esfuerzo. La follé lento, profundo, conectando miradas, respiraciones, gemidos.
    Y entonces… se tensó.
    —¡Mi hermano!, gritó. Miró hacia la ventana. Saltó de la cama, cubriéndose el cuerpo.
    —¡Degenerado, lárgate!, gritó.
    Él desapareció corriendo. Ella regresó, se quedó un momento en silencio, luego me miró.
    —¿Dónde estábamos?, dijo con una sonrisa perversa. Se montó sobre mí y comenzó a moverse. Su pelvis contra la mía, sus tetas rebotando. Terminamos otra vez, gemidos apagados por las paredes, sudor resbalando por nuestras pieles.

    Salí de esa casa como se supone que debía haber entrado: en silencio, sin ser visto.
     
    gameguard2, 9 Jun 2025 a las 09:11

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    Esa experiencia en casa de los viejos son de las mejores, me gustan tus relatos, se ve que arrasas con las flacas, por ahi no hay para centrar? jajajaja. Saludos
     
    Loretano40, 9 Jun 2025 a las 09:53

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    Tenía la percepción que no, que era bastante tranquilo, pero ahora que comencé a escribir, supongo que si tuve mis buenos momentos. Como escribí antes, estoy con flaca fija así que tiene un buen tiempo que no pruebo carne nueva pero no me quejo si me recomiendan alguna. Estoy recordando varias historias, seguramente escribiré pronto!
     
    gameguard2, 9 Jun 2025 a las 12:28

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    Pareces flaca que cae redondita con un buen floreo, salu2
     
    Jim Delaiz, 9 Jun 2025 a las 13:03

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    Pasaste con la Palomino o todavia sigues soñando con ella? de aqui a unos años ya va estar mas vieja, aprovecha.
     
    Loretano40, 9 Jun 2025 a las 17:17

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