SEXTA PARTE
Ahí estábamos los tres, con el dormitorio a media luz, en medio de un ambiente lleno de erotismo. Mi mujer y yo nos habíamos echado nuestros mejores perfumes contribuyendo a una atmósfera de pasión y sensualidad. En el medio, Maruja, seducida por mis caricias y el trato suave y amable de Marisol.
Me agaché a besarle la boca, siendo correspondido con mucha complacencia y dulzura por parte de mi doméstica amante. Marisol se quedó mirándonos, sorprendida totalmente por la romántica escena, casi a un paso de dejar brotar sus celos. Entonces me detuve y la besé también a mi mujer. No podía permitir que ese momento de lujuria se desaprovechara. Ella me devolvió el beso con fogosa pasión. Mientras besaba a Marisol que ya lucía desnuda su figura, aún conservada pese a los años, con una mano le desabotonaba el vestido a Marujita, quien había inclinado su cabeza a besar mi mano que la desnudaba.
Exaltada nuevamente por el beso que le dí, Marisol se recostó en la cama, esperando que la poseyera. Casi instintivamente Maruja ya desnuda- y yo, nos acercamos al cuerpo de mi mujer, pletórico de fragancias exóticas, propicias al amor más candoroso que se hubiera vivido. Comenzamos a besarla, yo -una vez más- sus labios ansiosos de placer y Maruja su fino y delicado cuello. Los besos de Marisol eran bocanadas de pasión, estaba disfrutando del instante plenamente. Fue entonces que me aparté, con mucha delicadeza y le dije casi susurrando en el silencio del dormitorio:
- Cierra los ojos y solo disfruta del encanto de esta noche, que es exclusiva para ti.
Dejé entonces que Maruja continuara besándola, delicadamente como si lo hiciera con los pétalos de una rosa. Y las dos bien que disfrutaban. En mi caso, ya con experiencia en estos menesteres, no tenía que hacer sino de director escénico, tratando siempre de mantener el clímax en el nivel más alto que se pudiera.
Marisol estaba echada sobre la cama y Maruja en posición perrito sobre ella, besándole el cuerpo. Del cuello bajó a su pecho, ese amplio y hermoso pecho en el cual se lucía cualquier joya que se pusiera, pero donde lo que más resaltaba ahora eran sus senos blancos y sus pezones rubios.
Ante tan sugerente cuadro, yo no podía quedarme inmóvil. Me acerqué por atrás de Maruja y comencé a besarle el trasero, primero con los labios y luego con la lengua. Mi cómplice sexual por un momento se sorprendió, pero volteó a mirarme dando su aprobación. Ella ya se encontraba besando los pechos de mi mujer, la que gemía suavemente de placer, acariciando también el cabello de su ocasional amante.
A como iba retrocediendo en el cuerpo objeto de su lujuria, Maruja iba dejando más al acceso su vagina. Aproveché de ello para comenzar a hacerle la sopa por detrás, a la par que delicadamente le metía mi dedo por el ano, sabiendo que era el lugar de su excitación acostumbrada. Casi en simultáneo comenzó a hacerle la sopa a Marisol, quien no dejaba de gemir y de mojarse abundantemente.
Las dos estaban súper encendidas y entregadas una a la otra, se prodigaban caricias e intercambiaban gemidos que demostraban el grado de clímax que estaban alcanzando. Yo no me quedaba atrás, pero tenía mi objetivo claramente establecido y no dejaría de conseguirlo en esa noche.
Las detuve en un momento y les hice cambiar de posición. Maruja estaría echada en la cama y Marisol encima de ella, colocándole su vagina en la boca para que continuara haciéndole la sopa. Así, la parte baja de ese juvenil cuerpo estaría a mi total disposición. Yo volví a lo mío, al principio con total delicadeza y después rudamente, ataqué la bulba de esa charapita coquetona que había osado ofrecerse a mi hijo.
Mis dos compañeras de placer estaban ocupadas mutuamente. Mi mujer mirando hacia el frente y tráncida de los espasmos que le ocasionaba las relamidas de la lengua de Maruja, y ésta última atrapada estratégicamente bajo el cuerpo de Marisol. Entonces, ese era el momento que tanto había esperado.
Los gemidos y exclamaciones continuaban. "Ay, qué rico
nunca había sentido esto
sigue
sigue, ahí
ahí", susurraba casi agónicamente mi mujer. Yo preparaba también mi camino.
Me puse de rodillas al pie de la cama, tomé las dos piernas de Maruja sobre mis hombros, y direccioné mi boca hacia su vagina, toda cerradita, pero ya lubricada por la estimulación que le estaba realizando. Le dí dos o tres buenas lamidas más que la hicieron contornearse, señal que estaba también lista para mis propósitos.
¿Habría llegado el momento de darle curso a mis ocultos deseos?
CONTINUARÁ.