Recontra Pendexo
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Mis queridos cófrades, es la primera vez que publico un relato erótico y espero les guste.
Esta es una historia real de una chibola rica que me comía hace poco.
Un abrazo de su cófrade.
Recontra Pendexo
La primera vez que vi a Yahaira me sorprendió. No esperaba una ricura así, no esperaba que a su edad tuviera un cuerpo tan hermoso. Sus pechos jóvenes, de un tamaño ideal para su edad y tan ricos. Besarlos era placer puro y ese mismo placer se adivinaba en sus ojos, cuando succionaba primero delicadamente cada uno de sus pezones. Tal vez ella quisiera aparentar que no sentía nada, que la excitación no crecía en ella, pero no podía. Su rostro la delataba, la forma cómo se iba sonrojando y cómo sonreía. Unos minutos después ya succionaba rico sus pechos y tocaba su vagina, sintiéndola húmeda, dispuesta y su boquita exhalando levemente, gimiendo como en un susurro y contra su voluntad.
Por increíble que parezca, a su edad tiene unas piernas esculturales. Largas, de dimensiones casi perfectas, jóvenes sin duda, sin celulitis, sin estrías y rematadas en un culo hermoso. Un culo de mujer que necesita, que exige verga. Y se la di. Le di lo que quería, tal como no se lo habían dado antes. Le di duro en las pocas veces que nos vimos, tanto como no había sentido ella en su corta vida.
Lo que más me gustaba era cuando ella se ponía encima de mi polla. Se notaba su falta de experiencia. La primera vez que jugamos así ella empezó a besarme de a pocos, con besos tímidos, infantiles. Le di un beso largo, con lengua y ella primero se asustó. Nunca me han besado así, dijo. Tal vez fuera cierto, pero a partir de ese momento ella empezó a comerme la boca y a dejar que mi lengua y la suya entrasen en contacto. A ella le encantaba que la bese de esa manera, de tal modo que su vagina empezaba a mojarse y me empapaba la verga en cada roce. A ella le gustaba sentir mi pene cerca a su delicado coño juvenil, yo lo sentía resbaloso y lo acercaba cada momento más y más. Ella era reticente a que la penetre sin preservativo y yo no lo hice. Simplemente me divertía mientras jugaba en la entrada y ella se dejaba, se dejaba, moviéndose de a pocos, sintiendo mi calor y besándome con su boca joven y deliciosa. En una de esas muchas oportunidades estuve tentado a penetrarla así, sólo faltaba que ella bajara un par de centímetros, yo podía sentir cómo mi pene empezaba a ingresar lentamente, delicadamente, ella quería, yo quería, pero lo seguro era usar el condón.
La penetré dulcemente las primeras veces y luego le di duro un par de veces. Cuando la poseía de frente ella sólo atinaba a decirme que tuviera cuidado, que no fuera brusco, pero en realidad yo quería destruirla, que sienta toda la fuerza de mi miembro en su delicada y estrecha conchita. Las primeras veces ella se tapaba la carita con timidez, yo le quitaba la mano y veía cómo ella cerraba los ojos ante el dolor y placer que sentía. Luego, besaba esos labios que me recibían contentos, excitados, agradecidos. Las siguientes veces le empecé a dar más a mi gusto, más rápido y más fuerte. Ella se tapaba al principio pero después ya no podía, no gemía, no decía nada pero su boquita quedaba abierta, en expresión jadeante y gozosa, una visión riquísima.
La última vez que nos encontramos, hice que se siente en mi pene, que se viera al espejo mientras lo hacía. Y me encantó ver su expresión en el espejo, donde se veía reflejada la belleza de su cuerpo y ella se veía y me veía y su cara no podía taparla, donde veía el dolor reflejado en ella, pero también el placer que no podía detener y que lo superaba. Y ahí, frente al espejo, le di de pie, reventando ese culito precioso, tomando sus piernas perfectas, de voleibolista, mientras ella se veía y gozaba.
Lo único que faltó fuera que mamara mi verga y tomara su leche, pues tenía mucha para darle en sus bellos labios, jóvenes y carnosos.
Esta es una historia real de una chibola rica que me comía hace poco.
Un abrazo de su cófrade.
Recontra Pendexo

La primera vez que vi a Yahaira me sorprendió. No esperaba una ricura así, no esperaba que a su edad tuviera un cuerpo tan hermoso. Sus pechos jóvenes, de un tamaño ideal para su edad y tan ricos. Besarlos era placer puro y ese mismo placer se adivinaba en sus ojos, cuando succionaba primero delicadamente cada uno de sus pezones. Tal vez ella quisiera aparentar que no sentía nada, que la excitación no crecía en ella, pero no podía. Su rostro la delataba, la forma cómo se iba sonrojando y cómo sonreía. Unos minutos después ya succionaba rico sus pechos y tocaba su vagina, sintiéndola húmeda, dispuesta y su boquita exhalando levemente, gimiendo como en un susurro y contra su voluntad.
Por increíble que parezca, a su edad tiene unas piernas esculturales. Largas, de dimensiones casi perfectas, jóvenes sin duda, sin celulitis, sin estrías y rematadas en un culo hermoso. Un culo de mujer que necesita, que exige verga. Y se la di. Le di lo que quería, tal como no se lo habían dado antes. Le di duro en las pocas veces que nos vimos, tanto como no había sentido ella en su corta vida.
Lo que más me gustaba era cuando ella se ponía encima de mi polla. Se notaba su falta de experiencia. La primera vez que jugamos así ella empezó a besarme de a pocos, con besos tímidos, infantiles. Le di un beso largo, con lengua y ella primero se asustó. Nunca me han besado así, dijo. Tal vez fuera cierto, pero a partir de ese momento ella empezó a comerme la boca y a dejar que mi lengua y la suya entrasen en contacto. A ella le encantaba que la bese de esa manera, de tal modo que su vagina empezaba a mojarse y me empapaba la verga en cada roce. A ella le gustaba sentir mi pene cerca a su delicado coño juvenil, yo lo sentía resbaloso y lo acercaba cada momento más y más. Ella era reticente a que la penetre sin preservativo y yo no lo hice. Simplemente me divertía mientras jugaba en la entrada y ella se dejaba, se dejaba, moviéndose de a pocos, sintiendo mi calor y besándome con su boca joven y deliciosa. En una de esas muchas oportunidades estuve tentado a penetrarla así, sólo faltaba que ella bajara un par de centímetros, yo podía sentir cómo mi pene empezaba a ingresar lentamente, delicadamente, ella quería, yo quería, pero lo seguro era usar el condón.
La penetré dulcemente las primeras veces y luego le di duro un par de veces. Cuando la poseía de frente ella sólo atinaba a decirme que tuviera cuidado, que no fuera brusco, pero en realidad yo quería destruirla, que sienta toda la fuerza de mi miembro en su delicada y estrecha conchita. Las primeras veces ella se tapaba la carita con timidez, yo le quitaba la mano y veía cómo ella cerraba los ojos ante el dolor y placer que sentía. Luego, besaba esos labios que me recibían contentos, excitados, agradecidos. Las siguientes veces le empecé a dar más a mi gusto, más rápido y más fuerte. Ella se tapaba al principio pero después ya no podía, no gemía, no decía nada pero su boquita quedaba abierta, en expresión jadeante y gozosa, una visión riquísima.
La última vez que nos encontramos, hice que se siente en mi pene, que se viera al espejo mientras lo hacía. Y me encantó ver su expresión en el espejo, donde se veía reflejada la belleza de su cuerpo y ella se veía y me veía y su cara no podía taparla, donde veía el dolor reflejado en ella, pero también el placer que no podía detener y que lo superaba. Y ahí, frente al espejo, le di de pie, reventando ese culito precioso, tomando sus piernas perfectas, de voleibolista, mientras ella se veía y gozaba.
Lo único que faltó fuera que mamara mi verga y tomara su leche, pues tenía mucha para darle en sus bellos labios, jóvenes y carnosos.