Gerineldo Marquez
General
Me siento satisfecho, aunque el origen de ese sentimiento no sea el triunfo de Ollanta Humala.
A Humala le toca a partir de hoy demostrar que la confianza que la mayoría del país ha depositado en él no está sustentada en sus debilidades manifiestas a lo largo de la campaña y mucho menos aun en una posible dependencia de proyectos extranjeros de peligrosa cercanía. Lo que la mayoría de los peruanos han dado hoy ha sido ciertamente un salto al vacío y lo que a él le toca entonces, como tarea fundamental, es llenar ese vacío con esperanza. Y demostrarnos que su propuesta no va en contra del sistema democrático peruano sino que apuesta por su fortalecimiento ya que una democracia solo será verdadera cuando abarque a la totalidad de la población.
Si me siento satisfecho, es por haber comprobado que en nuestro país la memoria colectiva aun le da un espacio principal a nuestra dignidad y que, por encima de conveniencias meramente personales, los conceptos de honor y humanidad han ocupado el lugar que les merece, en el momento más importante. Demasiado le costó al país superar la herida que los 90 nos dejo, teniendo como clara muestra de ello la lamentable polarización que nuestro país experimento al acceder a segunda vuelta una candidata que apostaba por la legitimación de una dictadura tan dañina como vergonzante. Haber optado por ese error histórico hubiera sido implantar en definitiva en nuestro país, la cultura de la impunidad y la humillación. Abrirle una vez más las puertas de nuestro país a la ideología de los antivalores hubiera significado lo peor de nuestro legado como generación a un país que siempre se ha reclamado como karma el ser el paraíso de las oportunidades perdidas. Hoy día tuvimos la oportunidad histórica de declararnos un país digno y honorable y NO la desperdiciamos. Y aunque la alternativa que resulto ganadora nos genera temores y desconfianzas, será ese honor rescatado el que nos permitirá mantenernos vigilantes ante cualquier intento de menoscabarlo.
Llega ahora el momento de la reconciliación, de encarar sin egoísmos ni odios a un futuro en el que la inclusión de los más olvidados es tarea pendiente y que esto, lejos de ser palabras bonitas pero ilusas, es condición irrenunciable y principal para lograr la paz y el desarrollo. Esto no lo conseguiremos en los próximos 5 años ni solo con este nuevo gobierno, toda meta fundamental implica tiempo, riesgo y sacrificio. Pero con la dignidad intacta la esperanza se podrá hacer realidad. La dignidad amigos, nos lleva a saber que hoy no se entrego un cheque en blanco. Y que tras esta victoria electoral del nacionalismo esta la mirada atenta de un país, ahora con la frente en alto, que sabrá mantener o despojar de la confianza a los vencedores. Síntoma exacto de ello fueron las palabras, unánimemente coincidentes, de los manifestantes humalistas que festejaban esta tarde el triunfo electoral en la Plaza de Armas de Iquitos. Ellos no hablaban de caudillos, ni de fanatismos ni mucho menos de un nuevo gobernante preparado para ser el mejor de la historia del Perú. Ellos, en medio de su justa satisfacción, hablaban de un gobernante que tenía una tarea principal: cumplir con su palabra.
Allí me di cuenta que los 90 son ahora solo un mal recuerdo. Que el Perú sabe reponerse a las peores encrucijadas del destino. Y que nuestro país nunca volverá a ser el mismo, pero esta vez por fin para bien.
Y eso amigos, solo me puede llenar de sincera satisfacción.
A Humala le toca a partir de hoy demostrar que la confianza que la mayoría del país ha depositado en él no está sustentada en sus debilidades manifiestas a lo largo de la campaña y mucho menos aun en una posible dependencia de proyectos extranjeros de peligrosa cercanía. Lo que la mayoría de los peruanos han dado hoy ha sido ciertamente un salto al vacío y lo que a él le toca entonces, como tarea fundamental, es llenar ese vacío con esperanza. Y demostrarnos que su propuesta no va en contra del sistema democrático peruano sino que apuesta por su fortalecimiento ya que una democracia solo será verdadera cuando abarque a la totalidad de la población.
Si me siento satisfecho, es por haber comprobado que en nuestro país la memoria colectiva aun le da un espacio principal a nuestra dignidad y que, por encima de conveniencias meramente personales, los conceptos de honor y humanidad han ocupado el lugar que les merece, en el momento más importante. Demasiado le costó al país superar la herida que los 90 nos dejo, teniendo como clara muestra de ello la lamentable polarización que nuestro país experimento al acceder a segunda vuelta una candidata que apostaba por la legitimación de una dictadura tan dañina como vergonzante. Haber optado por ese error histórico hubiera sido implantar en definitiva en nuestro país, la cultura de la impunidad y la humillación. Abrirle una vez más las puertas de nuestro país a la ideología de los antivalores hubiera significado lo peor de nuestro legado como generación a un país que siempre se ha reclamado como karma el ser el paraíso de las oportunidades perdidas. Hoy día tuvimos la oportunidad histórica de declararnos un país digno y honorable y NO la desperdiciamos. Y aunque la alternativa que resulto ganadora nos genera temores y desconfianzas, será ese honor rescatado el que nos permitirá mantenernos vigilantes ante cualquier intento de menoscabarlo.
Llega ahora el momento de la reconciliación, de encarar sin egoísmos ni odios a un futuro en el que la inclusión de los más olvidados es tarea pendiente y que esto, lejos de ser palabras bonitas pero ilusas, es condición irrenunciable y principal para lograr la paz y el desarrollo. Esto no lo conseguiremos en los próximos 5 años ni solo con este nuevo gobierno, toda meta fundamental implica tiempo, riesgo y sacrificio. Pero con la dignidad intacta la esperanza se podrá hacer realidad. La dignidad amigos, nos lleva a saber que hoy no se entrego un cheque en blanco. Y que tras esta victoria electoral del nacionalismo esta la mirada atenta de un país, ahora con la frente en alto, que sabrá mantener o despojar de la confianza a los vencedores. Síntoma exacto de ello fueron las palabras, unánimemente coincidentes, de los manifestantes humalistas que festejaban esta tarde el triunfo electoral en la Plaza de Armas de Iquitos. Ellos no hablaban de caudillos, ni de fanatismos ni mucho menos de un nuevo gobernante preparado para ser el mejor de la historia del Perú. Ellos, en medio de su justa satisfacción, hablaban de un gobernante que tenía una tarea principal: cumplir con su palabra.
Allí me di cuenta que los 90 son ahora solo un mal recuerdo. Que el Perú sabe reponerse a las peores encrucijadas del destino. Y que nuestro país nunca volverá a ser el mismo, pero esta vez por fin para bien.
Y eso amigos, solo me puede llenar de sincera satisfacción.