incubbo
Teniente
- 327
- 548
- 0
- Registrado
- 18 Ago 2008
- Registrado
- 18 Ago 2008
- Mensajes
- 327
- Puntos de reacción
- 548
- Puntos
- 0
16 Years of Service
Cuál sea el resultado del diálogo entre el Arzobispado, la PUCP y la Nunciatura es algo que no me atrevo a pronosticar. Lo que sí puedo suponer es que, cualquiera que éste sea, la Universidad ya no será la misma. Y en buena hora. A veces los cambios son saludables. No es que la catolicidad haya sido abandonada con el giro hacia la modernidad, pero que se necesitaba una revisión de fondo ha resultado patente gracias al Efecto Cipriani.
Nos sentíamos demasiado conformes con la comprensión que teníamos de nosotros mismos, cuando es deber de una buena universidad analizar críticamente los propios supuestos. Aunque débil, somos una comunidad católica; pero si preguntamos en el campus porqué, hallaremos sorpresas. En el plano más superficial, hay profesores que señalan la capilla y los cursos obligatorios de teología, como si eso bastara para crear comunidad. Nos definimos como comunidad universitaria, pero no nos detenemos a considerar que, en un sentido católico, deberíamos fortalecer la comunidad espiritual. El Efecto Cipriani ha mostrado las debilidades del espíritu que anima a nuestra institución. ¿Cuántos de los que, con toda justicia, se indignaron al escuchar decir que la PUCP era propiedad eclesiástica están dispuestos a admitir que, en un sentido espiritual, sí es de la Iglesia?
El avance de la secularización es inevitable y se suele manifestar en primer lugar en las universidades, donde debería ser analizada críticamente; pero muchos profesores de la PUCP, aun los que se declaran católicos, no toman suficiente distancia de ella. Eso se refleja en su praxis de gobierno: reproducen los mismos malos hábitos de la sociedad. Quizá no sea posible hacer política de otro modo, pero ¿debemos resignarnos? El cinismo de algunos colegas llama ‘Realpolitik’ a las mismas mañas y arreglos que vemos en la escena nacional y que —basta investigar un poco— abundan en la política eclesiástica. ¿Cuántas veces hemos oído pronunciar a los ya elegidos, ante la proximidad de otra elección, la frase mágica ‘a quién ponemos’? ¿Se pueden evitar estos vicios? Tal vez nunca del todo; pero avalarlos y fomentarlos es carecer del espíritu de la caridad.
En eso los obispos tienen una lección que dar. Entre ellos también se serruchan el piso, forman argollas, juegan cartas bajo la mesa y hasta cometen crímenes. Al fin y al cabo son seres humanos, vulnerables al yugo del poder que suele convertirlos en cretinos. Pero hay que admitir que los obispos son una comunidad espiritual, lo que significa que poseen la resiliencia suficiente como para no rendirse ante su propia miseria.
¿Hay esa resiliencia en la PUCP? ¿Sabremos responder como católicos a una crisis de la Iglesia en la que la confrontación con Cipriani es apenas un episodio local? Esta etapa de preparación del centenario pone a prueba nuestro espíritu comunitario. La pregunta es si creemos que una universidad de la Iglesia es una comunidad convocada a dar testimonio cotidiano del amor de Cristo, mientras cultiva la ciencia y el conocimiento. ¿Cuánto nos hemos preocupado de la práctica comunitaria del amor cristiano en las décadas pasadas? ¿Cuántos profesores y estudiantes saben que eso tiene directamente que ver con hábitos institucionales poco cultivados? Es poco lo que se aprende del cristianismo en las clases de teología o de ética si se compara con el mensaje que se recibe a través del trato humano, dentro y fuera del aula. Es allí donde se juega la catolicidad.
La historia enseña que el catolicismo implica la convivencia, no siempre pacífica, de posiciones contrarias. Para que una universidad católica fortalezca su espíritu debe tener el coraje de aceptar a colegas que no son precisamente “de la línea” gobernante. Sobre esa base no haría falta censurar ninguna posición académica contraria al Magisterio, porque la doctrina de la Iglesia estaría sólidamente representada, con pluralidad de enfoques. La primera vez que escuché la expresión “fulano no es de la línea” me dije a mí mismo: esto no debería estar pasando. Fue en los ochenta. Si esta actitud ha calado en los últimos veinte años, es posible que de un modo espectacular los extremos se junten: Cipriani y el sector separatista de la PUCP habrían logrado la ruptura. Mentiría si les digo que sé qué espíritu prima en la Asamblea; yo, que ni siquiera sé si nada sé.
¿Qué explica el recelo de la PUCP respecto del Cardenal Cipriani? Creo que hay varias cosas que responden a eso, pero la principal razón es que Cipriani es miembro del Opus Dei. Hoy se sabe que en 1941 Escribá de Balaguer (a quien yo llamo San Bala, para abreviar) firmó un documento titulado Reglamentos del Opus Dei como Pía Unión, en el que se lee, bajo el título Espíritu: “No podemos perder el tiempo levantando casas: las tomamos.” Si este apuro refleja el espíritu de la Obra (autoproclamada “de Dios”

El borrador del acuerdo refleja el esfuerzo de Rubio por negociar y evitar que la PUCP se convierta en una casa tomada. El texto refleja un logro brillante porque las aspiraciones de Cipriani, planteadas el 16 de julio de 2011 y reiteradas en el ultimátum de Bertone, no reaparecen en el acuerdo. Si a la vista del borrador a Cipriani sus ‘adláteres’ le han recordado las indicaciones explícitas de San Bala, tampoco extraña el impasse. Cipriani está jugando su juego, Rubio está jugando el suyo y ambos están haciendo lo mejor que pueden en las actuales circunstancias. Así es la dialéctica, y esto no tiene por qué indignar a quienes comprenden la naturaleza de esta partida. Lo que molesta no es lo previsible sino la pateada de tablero, que es la reacción de quienes se sienten entrampados. Este es un riesgo presente en ambas partes, tanto en Cipriani como en la PUCP.
Sería una imprudencia asombrosa, aunque no imposible, que el Cardenal se desdijera de lo hasta ahora acordado. Con eso se enajenaría definitivamente del corazón de una comunidad católica entera, que no aceptaría ser convertida en una casa tomada sin dar batalla. Pero lo que no se explica con la misma facilidad ni permite proyectar consecuencias previsibles es que dentro de la PUCP haya quienes piden la ruptura con la Iglesia.
Propongo esta hipótesis: La PUCP sufrió la secularización de su mundo espiritual. Treinta años de vida democrática, de logros institucionales y académicos, pero de escasa atención a la vida espiritual de la comunidad, llevaron a muchos profesores y a generaciones de estudiantes a suponer que el nombre católica y el título de pontificia eran accidentes históricos con los que se podía convivir, siempre y cuando no molestaran. Solo con esta hipótesis me explico el lenguaje de algunos profesores de la PUCP sobre la Iglesia. No son capaces de ver diferencias entre Cipriani y otros miembros de la jerarquía; no perciben o no quieren ver los conflictos al interior del alto clero; ni siquiera se asumen como observadores sino solo como individuos externos; no parecen tener idea de que los laicos y las instituciones que se llaman católicas son también Iglesia. En el colmo de la secularización, un profesor ha llegado a decir que “la Iglesia es una institución privada”. ¿Qué podemos pensar? Lo único que puedo afirmar con seguridad es que si un católico habla de esta manera es porque no asume que la crisis de la Iglesia católica es también su crisis; no comprende que los graves problemas de la jerarquía, como ocurre en cualquier familia, son también sus problemas.
Urge claridad de análisis en vísperas de la Asamblea. Con vista al centenario de la PUCP, invoco a los asambleístas a que respalden el acuerdo con la convicción de que evitará la toma de la casa. Pero aún en la hipótesis improbable de que la llegaran a tomar, mediten por favor si no es deber ineludible de una comunidad católica dar batalla por la justicia de su causa desde el corazón de la Iglesia, sin soñar siquiera con abandonar la partida.
Luis Eduardo Bacigalupo.
El acuerdo de la PUCP con el Vaticano en contexto (5/5) | El Ojo de Timón