Chibolo pulpín, 16-17 si no me equivoco. Todavía recuerdo que, en una reunión con amigos alguien habló de los saunas, y si valía la pena o no pagar para tirar. Recuerdo que fue la primera vez que sentí el mundo del kineo tan cerca, antes obviamente sabía de la existencia de la prostitución, pero jamás en mi vida se me ocurrió que yo podría pagar por dinero. No por puritano, simplemente nunca lo vi tan cercano, tan parte de la socidedad. Sin embargo ahí estaban mis patas hablando de eso, les había pasado y uno lo había hecho. Todas esas salas de masajes y saunas que decoraban las calles por donde circulaba en mi vida cotidiana. Recuerdo que fue casi una epifanía.
Meses después regresando a casa de madrugada de una reunión tranquila con otro grupo de patas, ya muy sazonado, caminé por la fachada de un sauna de por mi barrio. Recordé aquella conversación y, tal vez motivado por el alcohol decidí entrar. No me alcanzaba para sexo, lo sabía, pero quería al menos entrar, recibir un masaje, meter mis pies en las aguas poco profundas antes de zambullirme. Antes de mucho ya estaba en un privado siendo masajeado por una chica agradable vestida solo con una toalla. Me hizo masajes de mil formas mientras me recitaba su tarifario. Se subió sobre mi espalda y me masajeó los hombros, al estar ella desnuda bajo su toalla pude sentir sus labios vaginales y su vello púbico frotarse con mi espalda. Era real, este mundo del sexo existía, lo tenía cerca y estaba a mi merced. Antes de acabar me habló al oído para que la saque por fuera y me escribió su número en la pierna. Nunca lo hice, sabía que había apenas visto a una sola mujer, quería tasar la cancha. Volví a casa a dormir y el mundo parecía ligeramente distinto, estaba ahora consciente de un nuevo mundo.
Para cuando terminé de ahorrar lo suficiente, ya había hecho una larguísima lista de kines con orden de prioridad todavía y me fui a llamar a un teléfono público (esto mucho antes de los smartphones, esto sí trae hasta nostalgia). En mi inexperiencia recuerdo que elegí el peor horario posible, era sabado 5pm y obviamente ninguna contestaba. Terminé con una culona trigueña que no iba muy arriba en mi lista, se hacía llamar Candela y atendía por Tarata, en una especie de posada/hostal que les juro jamás hubiera supuesto que existía ahí, era apenas una puertecita en la pared. Recuerdo, temeroso de mi potencial mala performance, negociarle para que me admita cuanto polvo se pueda pues existía el riesgo de ser precoz. Lo que terminó pasando fue que me demoré la hora entera antes de venirme, la flaca ya estaba perdiendo la paciencia. Qué tales recuerdos por dios, me han hecho hasta recordar la rutina del teléfono público, bajando la voz medio palteado cuando pasaba un peatón muy cerca.