Estefany35
Soldado
Los sábados en la tarde mi marido se junta con los amigos para una pichanga. A veces, después de jugar, se van a tomar unas chelas, tal como pasó este último fin de semana.
Nuestros hijos estaban en lo de los abuelos, ya que era el cumpleaños de uno de sus primitos, por lo que se quedaban para pasar con ellos también el domingo. Por eso habíamos arreglado con mi marido tener una noche para nosotros solos, salir a cenar, al cine, y luego a un hotel, cómo cuándo éramos enamorados. Queríamos revivir un poco esa llama que se había perdido, al menos yo lo pretendía. Pero parece que se le olvidó.
Pasaban las horas, y yo arreglada, lista para salir, mandándole mensajes y él que no me contesta. Al final me saco la ropa, me quito el maquillaje y me pongo el camisón.
Ya estoy acostada cuándo escucho el timbre. Miro la hora. Son las once y media de la noche. Me daban ganas de no abrirle y dejarlo afuera como castigo por dejarme plantada.
Al final, ante la insistencia, me levanto y voy a abrir. Era mi marido, pero no venía solo, Richard, uno de sus mejores amigos, lo traía cargando. Estaba recontra huasca.
-Ponlo ahí...- le digo señalándole de mal modo el sofá de la sala.
Después del plantón que me hizo, no iba a permitir que durmiera esa noche en mi cama.
-¡Que tal tranca que se dieron...!- le reprocho a Richard luego de que lo deja caer como un costal de papas.
-Sí, nos pasamos un poco con los tragos...- me dice, aunque a él se lo nota mucho más fresco que a mí marido.
Ahí, cuándo me habla, noto como me recorre con la mirada. Me doy cuenta que estoy en camisón, uno cortito, con bordes de encaje, y aunque no se transparenta, sí se intuyen mis formas.
-Bueno, me voy que Mery debe estar como loca esperándome...- repone, tratando de salir de tan incómodo momento.
Lo acompaño hasta la puerta, caminando por delante suyo. Me volteo, y lo sorprendo mirándome el poto. Se hace el distraído, pero ya es demasiado tarde.
-¿Te gustó lo que mirabas?- le pregunto, encaradora, desafiante.
-Ehhhh... Yo... No...- titubea.
-¡Ah...! ¿No te gustó...?- exclamo, y poniendo las manos en la cintura lo miro como decepcionada.
-Quiero decir sí, pero no te miraba de esa forma- se corrige rápidamente.
-¿Ah no? ¿Y de qué forma me mirabas?- lo apuro.
-Estefy, eres la jerma de mi amigo...- trata de apaciguar los ánimos.
-Sí, pero también soy una mujer...- le digo, mirándolo en todo momento a los ojos, seductora, insinuante.
No dice nada, aunque lo noto confundido, desconcertado.
-Richard, te voy a preguntar esto una sola vez, ¿quieres irte o qurdarte?- le digo a modo de ultimátum.
Mira hacía dónde está mi esposo, tirado en el sofá, durmiendo la borrachera.
-Por él no te preocupes que no se despierta ni que haya un terremoto de once grados, lo conozco muy bien- lo tranquilizo.
-Me quedo- asiente sin pensarlo demasiado.
-Gran decisión...- le digo.
Lo tomo de la mano, y pasando por delante de mi marido, que está completamente noqueado, vamos al dormitorio. Entramos, cierro con llave, por las dudas, nunca hay que confiarse, y cuándo me doy la vuelta, Richard se me echa encima. Es mucho más grande que yo, así que me levanta, le rodeo el cuerpo con las piernas, y teniéndome así levantada, nos besamos como si quisiéramos comerle la cara al otro.
Siempre supe que Richard me tenía ganas, cada vez que hacíamos una reunión de amigos, y aunque estaba con su esposa, notaba la forma en que me miraba. Cómo buscaba acercarse con cualquier excusa y rozarme como si fuera algo casual. No es que a mí me pasara lo mismo, pero justo esa noche tenía ganas de cachar, muchas ganas, y con mi marido out, su amigo tenía el número ganador de la Tinka.
Cargada en sus brazos, me lleva hacía la cama, en dónde caemos, él encima mío, sin dejar de chupetearnos, frotándonos con entusiasmo.
Con una urgencia más que evidente, le desabrocho el pantalón y le chupo la pinga. Me divertía cómo me miraba Richard, sin poder creer que fuese yo, la esposa de su amigo, quién se la estuviera chupando.
Dejándosela en su punto de mayor tensión, me levanto, me saco el camisón, y calata me pongo en cuatro. Richard viene hacía mí, se inclina y abriéndome las nalgas, me recorre con la lengua toda la grieta, de arriba abajo, chupándome con especial gusto el clítoris.
Se levanta, se pone el condón que le doy, de los que usa mi marido cuándo no tomo la píldora, y me penetra. Se me escapa un rugido cuando lo siento entrándome.
Me sujeta de la cintura, fuerte, como si tuviera miedo de que me escape, y me empieza a bombear duro y parejo.
Hace tiempo, en esas reuniones de amigas en las que nos juntamos y chismoseamos de nuestras parejas, Mery, la esposa de Richard, contó que lo que más le gustaba del sexo con su marido era cuándo al penetrarla, él le daba un último empujoncito, cómo queriendo ir más allá, lo que le arrancaba los más excitados suspiros.
Y ahora yo lo estaba sintiendo, cómo, con la pinga toda adentro, trata de hundirse todavía más. Y al igual que su esposa, yo también estallo en gemidos.
Estoy tan arrecha, que me desengancho yo sola, me doy la vuelta y con las manos le pido que se eche encima mío. Lo hace, me la vuelve a clavar, así que lo rodeo con mis piernas, y me fundo con él en un goce irresistible.
¡Cómo mueve la pelvis! Me sacude toda con cada envión.
Cuándo llego al orgasmo, se detiene, me deja disfrutarlo, eso me gusta, que no piense solo en su propio placer. Cierro los ojos y me entrego a esa delicia. Cuándo los abro, ya me está poniendo de lado, y acomodándose a mi espalda, me penetra de nuevo. Me coge fuerte de los pechos y arremete con todo. Levanto una pierna y la pongo encima de la suya, ofreciéndole un mejor acceso. No pasa mucho para que el amigo de mi marido me regale otro orgasmo, aunque esta vez compartido, ya que él también tiene el suyo.
Por un momento nos quedamos los dos muy juntos, disfrutando en sintonía, suspirando satisfechos, sintiendo que acabamos de echarnos un polvo que en nada se parece a los que tenemos con nuestras parejas.
Cuándo sale de mí, volvemos a besarnos, con una pasión que hasta a nosotros mismos nos sorprende. Ya cachamos, ya gozamos, ¿porqué nos resistimos a separarnos?
El baño está dentro de la habitación, así que disfruto verlo cuándo se levanta para ir a orinar.
-¿Y ahora...?- me pregunta cuando vuelve, las manos en la cintura, la pinga colgándole medio gomosa todavía.
-Y ahora te vistes y derecho a tu casita, que acá no ha pasado nada- le contesto, señalando su ropa que está botada por el suelo.
Mientras se viste, yo cambio las sábanas y perfumo el ambiente para encubrir el olor a sexo. Cuándo ya está listo lo acompaño hasta la puerta. Está vez no me mira el poto, sino que me lo va acariciando por el camino. Nos despedimos con un beso, prometiéndonos hablar en la semana.
Cuándo paso por delante de mi marido, que sigue bien dormido, roncando ruidosamente, le doy un beso en la frente, le deseo buenas noches y me voy a dormi
r... bien cachadita por su mejor amigo.
Nuestros hijos estaban en lo de los abuelos, ya que era el cumpleaños de uno de sus primitos, por lo que se quedaban para pasar con ellos también el domingo. Por eso habíamos arreglado con mi marido tener una noche para nosotros solos, salir a cenar, al cine, y luego a un hotel, cómo cuándo éramos enamorados. Queríamos revivir un poco esa llama que se había perdido, al menos yo lo pretendía. Pero parece que se le olvidó.
Pasaban las horas, y yo arreglada, lista para salir, mandándole mensajes y él que no me contesta. Al final me saco la ropa, me quito el maquillaje y me pongo el camisón.
Ya estoy acostada cuándo escucho el timbre. Miro la hora. Son las once y media de la noche. Me daban ganas de no abrirle y dejarlo afuera como castigo por dejarme plantada.
Al final, ante la insistencia, me levanto y voy a abrir. Era mi marido, pero no venía solo, Richard, uno de sus mejores amigos, lo traía cargando. Estaba recontra huasca.
-Ponlo ahí...- le digo señalándole de mal modo el sofá de la sala.
Después del plantón que me hizo, no iba a permitir que durmiera esa noche en mi cama.
-¡Que tal tranca que se dieron...!- le reprocho a Richard luego de que lo deja caer como un costal de papas.
-Sí, nos pasamos un poco con los tragos...- me dice, aunque a él se lo nota mucho más fresco que a mí marido.
Ahí, cuándo me habla, noto como me recorre con la mirada. Me doy cuenta que estoy en camisón, uno cortito, con bordes de encaje, y aunque no se transparenta, sí se intuyen mis formas.
-Bueno, me voy que Mery debe estar como loca esperándome...- repone, tratando de salir de tan incómodo momento.
Lo acompaño hasta la puerta, caminando por delante suyo. Me volteo, y lo sorprendo mirándome el poto. Se hace el distraído, pero ya es demasiado tarde.
-¿Te gustó lo que mirabas?- le pregunto, encaradora, desafiante.
-Ehhhh... Yo... No...- titubea.
-¡Ah...! ¿No te gustó...?- exclamo, y poniendo las manos en la cintura lo miro como decepcionada.
-Quiero decir sí, pero no te miraba de esa forma- se corrige rápidamente.
-¿Ah no? ¿Y de qué forma me mirabas?- lo apuro.
-Estefy, eres la jerma de mi amigo...- trata de apaciguar los ánimos.
-Sí, pero también soy una mujer...- le digo, mirándolo en todo momento a los ojos, seductora, insinuante.
No dice nada, aunque lo noto confundido, desconcertado.
-Richard, te voy a preguntar esto una sola vez, ¿quieres irte o qurdarte?- le digo a modo de ultimátum.
Mira hacía dónde está mi esposo, tirado en el sofá, durmiendo la borrachera.
-Por él no te preocupes que no se despierta ni que haya un terremoto de once grados, lo conozco muy bien- lo tranquilizo.
-Me quedo- asiente sin pensarlo demasiado.
-Gran decisión...- le digo.
Lo tomo de la mano, y pasando por delante de mi marido, que está completamente noqueado, vamos al dormitorio. Entramos, cierro con llave, por las dudas, nunca hay que confiarse, y cuándo me doy la vuelta, Richard se me echa encima. Es mucho más grande que yo, así que me levanta, le rodeo el cuerpo con las piernas, y teniéndome así levantada, nos besamos como si quisiéramos comerle la cara al otro.
Siempre supe que Richard me tenía ganas, cada vez que hacíamos una reunión de amigos, y aunque estaba con su esposa, notaba la forma en que me miraba. Cómo buscaba acercarse con cualquier excusa y rozarme como si fuera algo casual. No es que a mí me pasara lo mismo, pero justo esa noche tenía ganas de cachar, muchas ganas, y con mi marido out, su amigo tenía el número ganador de la Tinka.
Cargada en sus brazos, me lleva hacía la cama, en dónde caemos, él encima mío, sin dejar de chupetearnos, frotándonos con entusiasmo.
Con una urgencia más que evidente, le desabrocho el pantalón y le chupo la pinga. Me divertía cómo me miraba Richard, sin poder creer que fuese yo, la esposa de su amigo, quién se la estuviera chupando.
Dejándosela en su punto de mayor tensión, me levanto, me saco el camisón, y calata me pongo en cuatro. Richard viene hacía mí, se inclina y abriéndome las nalgas, me recorre con la lengua toda la grieta, de arriba abajo, chupándome con especial gusto el clítoris.
Se levanta, se pone el condón que le doy, de los que usa mi marido cuándo no tomo la píldora, y me penetra. Se me escapa un rugido cuando lo siento entrándome.
Me sujeta de la cintura, fuerte, como si tuviera miedo de que me escape, y me empieza a bombear duro y parejo.
Hace tiempo, en esas reuniones de amigas en las que nos juntamos y chismoseamos de nuestras parejas, Mery, la esposa de Richard, contó que lo que más le gustaba del sexo con su marido era cuándo al penetrarla, él le daba un último empujoncito, cómo queriendo ir más allá, lo que le arrancaba los más excitados suspiros.
Y ahora yo lo estaba sintiendo, cómo, con la pinga toda adentro, trata de hundirse todavía más. Y al igual que su esposa, yo también estallo en gemidos.
Estoy tan arrecha, que me desengancho yo sola, me doy la vuelta y con las manos le pido que se eche encima mío. Lo hace, me la vuelve a clavar, así que lo rodeo con mis piernas, y me fundo con él en un goce irresistible.
¡Cómo mueve la pelvis! Me sacude toda con cada envión.
Cuándo llego al orgasmo, se detiene, me deja disfrutarlo, eso me gusta, que no piense solo en su propio placer. Cierro los ojos y me entrego a esa delicia. Cuándo los abro, ya me está poniendo de lado, y acomodándose a mi espalda, me penetra de nuevo. Me coge fuerte de los pechos y arremete con todo. Levanto una pierna y la pongo encima de la suya, ofreciéndole un mejor acceso. No pasa mucho para que el amigo de mi marido me regale otro orgasmo, aunque esta vez compartido, ya que él también tiene el suyo.
Por un momento nos quedamos los dos muy juntos, disfrutando en sintonía, suspirando satisfechos, sintiendo que acabamos de echarnos un polvo que en nada se parece a los que tenemos con nuestras parejas.
Cuándo sale de mí, volvemos a besarnos, con una pasión que hasta a nosotros mismos nos sorprende. Ya cachamos, ya gozamos, ¿porqué nos resistimos a separarnos?
El baño está dentro de la habitación, así que disfruto verlo cuándo se levanta para ir a orinar.
-¿Y ahora...?- me pregunta cuando vuelve, las manos en la cintura, la pinga colgándole medio gomosa todavía.
-Y ahora te vistes y derecho a tu casita, que acá no ha pasado nada- le contesto, señalando su ropa que está botada por el suelo.
Mientras se viste, yo cambio las sábanas y perfumo el ambiente para encubrir el olor a sexo. Cuándo ya está listo lo acompaño hasta la puerta. Está vez no me mira el poto, sino que me lo va acariciando por el camino. Nos despedimos con un beso, prometiéndonos hablar en la semana.
Cuándo paso por delante de mi marido, que sigue bien dormido, roncando ruidosamente, le doy un beso en la frente, le deseo buenas noches y me voy a dormi
r... bien cachadita por su mejor amigo.