Una cronica:
Viaje a Chone, un pueblo de 20.000 habitantes en el interior de Ecuador donde sus habitantes tienen los nombres más increíbles del planeta: Alí Babá, Burger King, Vick Vaporup, Alka Seltzer, Lincoln Stalin... La colonización española no llegó hasta allí. En España, en cambio, hay apellidos que te marcan la vida
Los habitantes de Chone y los 1.180.375 de la provincia de Manabí, bañada por el Pacífico -agazapadas entre agrestes montañas y caminos laberínticos sus casitas de adobe y caña- lucen en sus carnés de identidad nombres como Hitler, Unidad Nacional Centeno, Burger King Herrera, Alí Babá Cárdenas, Vick Vaporup Gíler, Conflicto Internacional Loor, Cien Pies Pinares, Puro Aguardiente Zambrano...
Basta ojear las guías telefónicas y los registros civiles de la provincia para verificar la realidad de esta fiebre que impele a los padres manabas a bautizar a sus hijos con copyrights de marca de ropa, coches, perfumes, jarabes, alimentos, equipos o hasta resultados de fútbol, instituciones...
«A campeonatos de nombres raros no nos gana nadie», se carcajea Wilson Waner Flores de Valgas, sobrino de Hitler. «Conocí a una tal Alka Seltzer. Le pusieron así porque esas pastillas fueron las únicas que aliviaron los dolores de su madre en el parto». Después, recita de carrerilla los nombres de los más egregios vecinos de Chone: Arcángel Gabriel Salvador, Blanca Nieves Vera, Land Rover García... O Tranquilino Loor, conocido como don Tranco y dueño de una tienda de abastos. «¿Por qué no me llamaron Juan Carlos?», bromea. El nombre viene de un antepasado, pero no siempre le hizo gracia. «No me querían nombrar gerente del Banco de la Vivienda; no creían que me llamara así».
En uno descansa don Querido Ecuador, de 69 años. Él, al contrario que su hermano, está encantado con la delirante tradición onomástica del lugar. «Me dicen Mi Querido, Queridísimo, hasta mi amor...». Tan encantado está que puso a uno de sus hijos Ecuador de segundo nombre. Delante, Yuri, protagonista de una novela radiofónica de la época, otra tradición bautismal del pueblo.
A su pequeña le puso Venus Lollobrigida. Dice que nunca tuvo problemas en la escuela. Cómo iba a tenerlos si uno de sus compañeros se llamaba Angel Gaduol Compuesto, como el jarabe. Los inconvenientes vinieron después, cuando quiso pedir un crédito y se lo denegaron porque pensaban que su cédula de identidad era falsa.
Y es que lo que ocurre en Manabí no pasa en ningún sitio. Es la conclusión a la que ha llegado Enrique Zambrano, director del registro civil de Portoviejo, la capital de la región. Tiene 250.000 habitantes, 70.000 más que la otra gran ciudad de Manabí, Manta, el segundo puerto del país después de Guayaquil.
En el registro reposan las actas de Luz Divina, Ford Chevrolet, Selva Alegre, Oferta Bienleída, Sostenes, Semiencanto, Perfecta Heroína, Everguito Coito, Dumas, Sony, Poderoso Melchor o Juan Ob. (por obispo, porque así apocopaba la grafía el santoral que inspiró a sus padres). No es fácil encontrar a muchas de estas personas porque muchas ni siquiera nacieron en Portoviejo, sino que sus padres las inscribieron allí porque les pillaba de paso o ya les habían impedido hacer gala de su originalidad en otro registro.
Precisamente en Portoviejo registró Ramón Falconí Yepes a su hijo Rafaye (responde a las dos primeras letras del nombre y los apellidos del padre), después de que se lo impidieran en su ciudad, Jipijapa. ¿Por qué? «Porque decían que no era un nombre». Sin embargo, al afectado le encanta cómo suena y tiene claro que su primer hijo se llamará así. «Es original», argumenta el joven de 25 años mientras cambia un disco en la emisora La voz del sur de Manabí, que dirige su padre. Custodian la sala imágenes de las megaestrellas de la cumbia, bastante ligeritas de ropa. La singularidad de la familia llega hasta su tío Segundo Ecuador («mi abuelo pensó que ya había un Ecuador, el país, y su hijo sería el segundo») y hasta su madre, Blanca Nieves Baque, que ya está acostumbrada a que la pregunten desde cría dónde dejó a los siete enanitos.
Entre las últimas inscripciones que Zambrano recuerda, figuran las de una niña a la que pusieron Sunami sin t (nacida poco después del huracán que arrasó Indonesia en diciembre de 2003) o Roberto.-. Sí, punto y raya. El director tiene que escribirlo textualmente intercambiando estupefacciones con los ciudadanos que esperan turno. «El padre me dijo que pusiera eso así y no sabía ni qué decirle». Zambrano siempre intenta cumplir el artículo 78 de la Ley de Registro Civil, que, desde 1979, obliga a no inscribir más de dos nombres por persona y a evitar palabras «extravagantes, ridículas, que denigren la personalidad o que expresen cosas o nociones». También prohíbe los diminutivos o los términos que no aclaren el sexo. «Pero muchas veces es imposible hacer entender a la gente, sobre todo del campo, que no puede poner a su hijo Jesucristo porque es malo para él», explica.
Y es que en el Manabí rural vive el 48% de la población. La agricultura y la ganadería dan de comer al 70% de los censados. Aunque en los últimos años se han instalado bastantes industrias aceiteras, cerámicas, cementos, fideos y procesadoras de pescado. Son los datos que maneja el Instituto Nacional de Estadística, que también dice que la renta per cápita no supera los 320 dólares mensuales en la región, por debajo de ciudades como Quito, Cuenca (ciudad fundada por conquistadores conquenses al sur del país) o Guayaquil, que rondan los 380.
Además, la geografía abrupta que aísla a los manabas también influye en su carácter. Cuando los campesinos salen a la ciudad se quedan impresionados. «Esa falta de poder hace que la gente lo busque en otro lado, como en las grandes empresas o instituciones y ponen a su hijo Autoridad Portuaria o Burger King; es un símbolo de poder», dice Hidrovo.
Aunque siempre está la opción de cambiarse de nombre por dos dólares en cualquier registro. Es el premio que concedía hace años el periodista guayaquileño Marcelo Marchán, más conocido como Tomás del Pelo, seudónimo que empleaba en el diario El Universo. Allí publicaba cada semana un cupón para que los lectores le confesaran sus vergüenzas. Se hizo popular por sus campeonatos de nombres raros, que reunió en un libro. Entre los ganadores, destacan Exquisita Pílsener (una cerveza) Vera y Olvido Romántico Cedeño. «Había gente que lo tomaba bien, pero otra me llamaba amenazándome hasta el punto de declararme persona non grata en Manabí, pero yo me lo pasaba estupendamente» Otro de los galardones era una botella de aguardiente. «Para que se olvidaran de su nombre», recalca entre risas. «Pero nadie vino a reclamarlo».
Entre los que optaron por cambiar de nombre está don Espíritu Santo Zambrano, que eligió Oscar Espíritu en 1992, tras pasar avergonzado buena parte de su vida. De hecho, no quería ni aparecer en este reportaje: «Ni aunque hagamos el amor, señorita». Su historia es cómica, ya que su madre escribió una nota a su padre con el nombre con el que quería inscribirle, pero el buen señor se emborrachó con unos amigos y al llegar a la parroquia se le ocurrió lo de Espíritu Santo. Además, tuvo otras tres hijas: Fe, Esperanza y Caridad. La anécdota la cuenta el sobrino, Napoleón.
El cambio de nombre es comprensible con historias así. Que se lo digan a Darling Chunga (es un hombre), cuya madre vio un darling en el diario de ese día; a Dos a Uno Angulo, que nació el domingo en el que el equipo de su padre triunfó sobre el San Lorenzo; a Mary Nissan (como el coche) Loor, la esposa de un abogado de Chone; a Diosita Párraga, que le debe el nombre al novio de su tía, Diosito; o a la peluquera España Parrales, que nació el 25 de julio, día de Santiago Apóstol, patrón de España. «Al menos me gusta más que Santiaga, que era la otra opción...».