Estefany35
Soldado
2 Years of Service
En algún momento hice mención a qué le fui infiel a mi marido hasta incluso un día antes de casarnos. Si bien fue así, quiero contarlo para que no piensen que soy una perra sin sentimientos que está buscando todo el tiempo alguien que se la monte.
Ésto pasó hace como diez años. Yo tenía 25 y estaba de novia desde los 22 con Erick, quién era mi alma gemela, el hombre con quién deseaba ser madre y compartir el resto de mi vida. Si bien todavía no hacíamos planes para casarnos, no sólo nosotros, sino también nuestras familias y amigos sabían que en algún momento terminaríamos pasando por el altar.
Antes queríamos terminar nuestras carreras, él Gastronomía, yo Marketing, para después sí pensar en algo a largo plazo.
Vivíamos juntos en un departamento que estábamos pagando. Y todo iba bien hasta que la relación se derrumbo de un momento a otro. No viene al caso contar cuál fue el detonante, pero fue una pelea de esas que dejan secuelas, que marcan un antes y un después en una relación, si es que sobrevive. La nuestra no sobrevivió.
Y antes que saquen sus propias conjeturas, quiero decir, más bien asegurar, que en esos casi tres años que estuvimos juntos, nunca, jamás le puse los cachos. Él tampoco me los puso a mí, por lo que sé. La pelea no fue por una infidelidad. Fue por otra cosa que no supimos sobrellevar, quizás hoy, con más experiencia y madurez, lo hablaríamos, discutiríamos, pero estoy segura que no llegaríamos al nivel de violencia que hubo en ese momento. Porqué sí, me golpeó, y eso, el golpe, aunque se arrepintió de inmediato, fue la gota que rebasó el vaso.
Por nada del mundo me convertiría en una mujer golpeada, así que ahí mismo, con el rostro hinchado, y con la sangre goteándome de un labio partido, junté unas pocas cosas y me fuí. No lo volví a ver en mucho tiempo.
Finalmente vendió el departamento, me dió mi parte y se volvió a Piura, en dónde abrió un Restaurante.
Yo volví a la casa de mis padres, y durante varios meses, tras haber terminado la relación, y por la forma en qué había terminado, no quería saber nada de los hombres. Hasta que por insistencia de mi amiga Joselyn, otra Charapa radicada en Lima, acepté salir a una cita de cuatro. Hacía rato que quería presentarme a un amigo de su marido, compañero de trabajo y de pichangas. Bueno, ese amigo se convirtió en mi marido. Nos conocimos y ya antes de cumplir un año, nos estábamos casando.
Ni bien se enteró de la inminente boda, por amigos en común, Erick empezó a escribirme, a llamarme. Quería pedirme perdón y que recapacitara, que no podía casarme con alguien que estaba recién conociendo. Yo le decía que ya estaba decidido, que no iba a dar marcha atrás. Entonces me pidió que nos veamos, que quería que le dijera en la cara que ya no lo quería. Yo me negué, no quería verlo porqué sabía lo que seguía sintiendo por él, pero al ver que insistía me empezó a entrar el miedo de que se aparezca en la Iglesia el día de la boda y arme un escándalo, cómo en las telenovelas. Lo creía capaz. Así que le escribí y le dije que aceptaba verlo. Eso fue el día anterior a convertirme en la mujer de...
Nos encontramos en el Open Plaza de Angamos. Tomamos un café, conversamos. Al verlo, después de tanto tiempo, me di cuenta de que todavía sentía algo por él. No sé si amor sea la palabra, pero no me resultaba indiferente.
Fue al despedirnos, luego de más de una hora de plática, que nos besamos. Primero fue un beso en la mejilla, luego del cuál nos quedamos mirándonos y casi por inercia, nos besamos en la boca. Tras ese beso, volvimos a mirarnos, y en ése momento lo decidimos. Siempre fuimos así, de entendernos con tan solo una mirada.
Nos tomamos de las manos y fuimos a un hostal sobre la misma avenida Angamos. Entramos sabiendo ambos que aquello no sería un reencuentro, ni siquiera un remember, sino una despedida.
A esa hora tenía ensayo en la Iglesia, así que lo llamé a mi futuro marido para avisarle que estaba demorada en el trabajo. Hablaba con él mientras Erick me besaba y acariciaba en esas partes en dónde ya tendría que tener vedado el acceso.
Cachamos cómo en los viejos tiempos, con esas ganas que nos hacía remecer la cama. Siempre tuvimos buen sexo, y esa vez no fue la excepción.
Chuparle el pincho fue como reencontrarme con aquel amigo que dejaste de ver y no sabías que extrañabas hasta tenerlo de nuevo enfrente, o en éste caso, en la boca.
Se la chupé incluso mejor que antes, para dejarle en claro que mis labios no habían estado inactivos.
Mientras me tenía en cuatro, penetrándome a mansalva, volvía a darme cuenta, una vez más, que era mucho mejor cogedor que quién estaba por convertirse en mi esposo. Siempre fui una mujer muy sexual, a la que le gusta hacer de todo en la cama, y Erick era mi igual, el rival idóneo para mi líbido.
Recordaba cuándo me cogió en el baño de un restaurante. Estábamos cenando, festejando un nuevo año de noviazgo, cuándo se nos ocurrió, así, espontáneamente.
-¿Que te parece si...?- me había preguntado en un momento.
Le dije que sí antes de que terminara de formular la pregunta. Éramos así, podíamos adivinar lo que pensaba el otro con solo mirarnos.
Me levanté y fui al baño de mujeres. Al instante vino tras de mí. Yo ya lo estaba esperando en un reservado. Fue entrar y besarnos con unas ganas que no decrecían pese a estar ya dos años juntos.
Me levantó la falda del vestido, me hizo a un lado la tanga y ahí nomás me penetró. Con quién sería a partir del día siguiente mi marido, no creía poder disfrutar de situaciones como esas.
Si bien al conocernos yo ya había experimentado el sexo anal, con él fue que lo llevamos a otro nivel.
Fue un polvo sanador el que nos echamos. Fue acabar y echarnos a llorar los dos porque sabíamos lo que estábamos perdiendo.
Cuándo llegué a la Iglesia para el ensayo, sintiendo aún la tibieza del semen de mi ex en mi sexo, ya estaban todos. Lo besé a mi futuro marido, le pedí disculpas por la demora y le dije, le aseguré, que estaba lista para ser su esposa...
Ésto pasó hace como diez años. Yo tenía 25 y estaba de novia desde los 22 con Erick, quién era mi alma gemela, el hombre con quién deseaba ser madre y compartir el resto de mi vida. Si bien todavía no hacíamos planes para casarnos, no sólo nosotros, sino también nuestras familias y amigos sabían que en algún momento terminaríamos pasando por el altar.
Antes queríamos terminar nuestras carreras, él Gastronomía, yo Marketing, para después sí pensar en algo a largo plazo.
Vivíamos juntos en un departamento que estábamos pagando. Y todo iba bien hasta que la relación se derrumbo de un momento a otro. No viene al caso contar cuál fue el detonante, pero fue una pelea de esas que dejan secuelas, que marcan un antes y un después en una relación, si es que sobrevive. La nuestra no sobrevivió.
Y antes que saquen sus propias conjeturas, quiero decir, más bien asegurar, que en esos casi tres años que estuvimos juntos, nunca, jamás le puse los cachos. Él tampoco me los puso a mí, por lo que sé. La pelea no fue por una infidelidad. Fue por otra cosa que no supimos sobrellevar, quizás hoy, con más experiencia y madurez, lo hablaríamos, discutiríamos, pero estoy segura que no llegaríamos al nivel de violencia que hubo en ese momento. Porqué sí, me golpeó, y eso, el golpe, aunque se arrepintió de inmediato, fue la gota que rebasó el vaso.
Por nada del mundo me convertiría en una mujer golpeada, así que ahí mismo, con el rostro hinchado, y con la sangre goteándome de un labio partido, junté unas pocas cosas y me fuí. No lo volví a ver en mucho tiempo.
Finalmente vendió el departamento, me dió mi parte y se volvió a Piura, en dónde abrió un Restaurante.
Yo volví a la casa de mis padres, y durante varios meses, tras haber terminado la relación, y por la forma en qué había terminado, no quería saber nada de los hombres. Hasta que por insistencia de mi amiga Joselyn, otra Charapa radicada en Lima, acepté salir a una cita de cuatro. Hacía rato que quería presentarme a un amigo de su marido, compañero de trabajo y de pichangas. Bueno, ese amigo se convirtió en mi marido. Nos conocimos y ya antes de cumplir un año, nos estábamos casando.
Ni bien se enteró de la inminente boda, por amigos en común, Erick empezó a escribirme, a llamarme. Quería pedirme perdón y que recapacitara, que no podía casarme con alguien que estaba recién conociendo. Yo le decía que ya estaba decidido, que no iba a dar marcha atrás. Entonces me pidió que nos veamos, que quería que le dijera en la cara que ya no lo quería. Yo me negué, no quería verlo porqué sabía lo que seguía sintiendo por él, pero al ver que insistía me empezó a entrar el miedo de que se aparezca en la Iglesia el día de la boda y arme un escándalo, cómo en las telenovelas. Lo creía capaz. Así que le escribí y le dije que aceptaba verlo. Eso fue el día anterior a convertirme en la mujer de...
Nos encontramos en el Open Plaza de Angamos. Tomamos un café, conversamos. Al verlo, después de tanto tiempo, me di cuenta de que todavía sentía algo por él. No sé si amor sea la palabra, pero no me resultaba indiferente.
Fue al despedirnos, luego de más de una hora de plática, que nos besamos. Primero fue un beso en la mejilla, luego del cuál nos quedamos mirándonos y casi por inercia, nos besamos en la boca. Tras ese beso, volvimos a mirarnos, y en ése momento lo decidimos. Siempre fuimos así, de entendernos con tan solo una mirada.
Nos tomamos de las manos y fuimos a un hostal sobre la misma avenida Angamos. Entramos sabiendo ambos que aquello no sería un reencuentro, ni siquiera un remember, sino una despedida.
A esa hora tenía ensayo en la Iglesia, así que lo llamé a mi futuro marido para avisarle que estaba demorada en el trabajo. Hablaba con él mientras Erick me besaba y acariciaba en esas partes en dónde ya tendría que tener vedado el acceso.
Cachamos cómo en los viejos tiempos, con esas ganas que nos hacía remecer la cama. Siempre tuvimos buen sexo, y esa vez no fue la excepción.
Chuparle el pincho fue como reencontrarme con aquel amigo que dejaste de ver y no sabías que extrañabas hasta tenerlo de nuevo enfrente, o en éste caso, en la boca.
Se la chupé incluso mejor que antes, para dejarle en claro que mis labios no habían estado inactivos.
Mientras me tenía en cuatro, penetrándome a mansalva, volvía a darme cuenta, una vez más, que era mucho mejor cogedor que quién estaba por convertirse en mi esposo. Siempre fui una mujer muy sexual, a la que le gusta hacer de todo en la cama, y Erick era mi igual, el rival idóneo para mi líbido.
Recordaba cuándo me cogió en el baño de un restaurante. Estábamos cenando, festejando un nuevo año de noviazgo, cuándo se nos ocurrió, así, espontáneamente.
-¿Que te parece si...?- me había preguntado en un momento.
Le dije que sí antes de que terminara de formular la pregunta. Éramos así, podíamos adivinar lo que pensaba el otro con solo mirarnos.
Me levanté y fui al baño de mujeres. Al instante vino tras de mí. Yo ya lo estaba esperando en un reservado. Fue entrar y besarnos con unas ganas que no decrecían pese a estar ya dos años juntos.
Me levantó la falda del vestido, me hizo a un lado la tanga y ahí nomás me penetró. Con quién sería a partir del día siguiente mi marido, no creía poder disfrutar de situaciones como esas.
Si bien al conocernos yo ya había experimentado el sexo anal, con él fue que lo llevamos a otro nivel.
Fue un polvo sanador el que nos echamos. Fue acabar y echarnos a llorar los dos porque sabíamos lo que estábamos perdiendo.
Cuándo llegué a la Iglesia para el ensayo, sintiendo aún la tibieza del semen de mi ex en mi sexo, ya estaban todos. Lo besé a mi futuro marido, le pedí disculpas por la demora y le dije, le aseguré, que estaba lista para ser su esposa...