Darth Plagueis
MASTER MEMBER
18 Years of Service
Esta historia es de mi juventud, los nombres han sido cambiados y muchos de los diálogos son reconstruidos e inexactos puesto que ya han pasado más de 25 años, pero la historia es esencialmente cierta.
Mi primer trabajo fue en el departamento de ingeniería de una institución militar. Había sólo una secretaria, para el jefe del departamento, y un secretario (hombre) para todo el pool de ingenieros, el Sr. Carbajal, uno de esos burócratas que se conocía todos los tejes y manejes de la burocracia estatal, si te llevabas bien con él te podía conseguir casi cualquier cosa. Como al año de ingresar me dieron el puesto del renunciante jefe de mi sección; no es que yo fuera un genio ni que tuviera vara, sino que era el único de los ingenieros del departamento que dominaba el idioma Inglés y algo del Alemán, idiomas de las empresas europeas con las que manejábamos convenios de transferencia tecnológica. Y entonces llegó Olguita.
Era una muchacha muy humilde; hija de la ex-empleada doméstica de algún general quien, gracias a su padrino entró como practicante de mecanografía en el departamento de ingeniería. No era bonita pero tampoco fea; alta, delgada, de facciones finas casi mediterráneas y una piel trigueña bien oscura bastante maltratada por la falta de cuidados. Su tipo físico casi europeo y su piel ayacuchana la señalaban como hija ilegítima del patrón quien, por ese motivo, le habría conseguido el puesto. Pero Olguita, que al comienzo no sabía ni qué era una máquina de escribir, se ganó el cariño de todos por su sencillez y sus ganas de aprender; era una chica sencilla, dulce, respetuosa, dócil, puntual... y totalmente inocente, pronto todos los ingenieros la habíamos adoptado como nuestra protegida.
Un día, al cabo de un año, Olguita se encerró en el baño a llorar; tuvimos que recurrir a la secretaria del departamento para que la sacara y al viejo Carbajal para descubrir la explicación a su comportamiento. Rojo de indignación Carbajal nos contó que, con su padrino ya retirado y viviendo en el extranjero, el jefe de personal (un teniente) le había insinuado que tendría que negociar la renovación de su contrato directamente con él, después de horas de oficina, en un lugar más privado. A Olguita, que estaba saliendo con un joven suboficial, se le vino el mundo encima, pero dijo que prefería quedarse sin trabajo antes que ceder al chantaje. Pero todos sabíamos lo que el trabajo significaba para ella, era una chica muy pobre que vivía en una invasión en lo más alto de Villa María del Triunfo y este trabajo era su única esperanza de salir adelante.
Como jefe de la sección, sin ninguna segunda intención y sólo por el cariño sincero que, como todos en la oficina, le tenía, me acerqué para decirle que no se preocupara; que hablaría con el jefe del departamento de ingeniería, un viejo mayor que no sólo tenía más rango sino mucha más cancha que el joven teniente de personal y que de ninguna manera dejaría que la chantajearan así. Nuestro jefe, enterado del problema, habló con Olguita en privado cinco minutos y se fue de frente a la oficina del jefe de personal donde los dos se encerraron por menos de diez minutos; al volver al departamento de ingeniería nuestro jefe le dijo a Olguita en voz alta, en medio de la oficina:
- Todo arreglado hijita, mañana después de almuerzo te vas al departamento de personal a firmar tu contrato, ya no como practicante sino como mecanógrafa, con el aumento correspondiente.
Ese día, a la salida del trabajo, Carbajal, yo y como cinco de los ingenieros, todos de mi sección, invitamos a Olguita a celebrar con una jalea y unas chelas en una chinganita cerca de la oficina; para Olguita era la primera vez porque ella acostumbraba irse de frente a su casa. La flaca estaba radiante de felicidad y agradecidísima conmigo; en su mente era yo el autor de su rescate aunque en realidad, como públicamente lo reconocí en un brindis, el verdadero héroe había sido nuestro jefe, el mayor, quien lejos de tapar las cochinadas del teniente de personal lo amenazó con investigar si había otros antecedentes de conducta similar. Pero Olguita parecía sentirse protegida conmigo y no se despegó de mi lado; además yo era muy joven entonces y ella tenía como 19, seguro que prefería un héroe de veinticinco antes que uno de cuarenta-y-tantos. Desde ese momento ella me trataría con mayor deferencia que al resto de los ingenieros, siempre pendiente de lo que yo necesitara, tanto que muchos empezaron a referirse a ella como la secretaria del ingeniero Fulano (o sea yo).
Pocos meses después se produjo otra crisis de llanto. Para entonces, ya tenía yo suficiente ascendiente sobre ella como para encerrarnos en mi oficina, abrazarla y preguntarle cariñosamente qué le ocurría.
- Los hombres son todos unos cochinos, murmuró, sólo quieren una cosa.
- No hables así, sabes que estás exagerando.
- El teniente Barboza (el jefe de personal) lo mismo, mi jefe anterior lo mismo, todos los hombres lo mismo. Por eso he terminado con el Julián (su novio, que estaba destacado en Iquitos) se quejó, no me dejaba en paz, yo quería esperar hasta estar casados pero él...
- Bueno, le dije, qué otra cosa puedes esperar, eres una muchacha bellísima, sólo un maricón no querría acostarse contigo. No me digas que sólo por eso han terminado.
- No sólo por eso, él me engañó, tiene otra mujer allá en Iquitos, me han contado y él no ha podido negarse. Encima dice que yo tengo la culpa.
- Bueno, ya no llores, él no vale la pena. ¿Por qué no me dejas invitarte a comer algo a la salida? Nos vamos la Chorrillos, al muelle a comer un cebichito, o si prefieres unos anticuchos y unos picarones, allí conversamos y me cuentas todo. Ya verás que todo va a estar bien.
Le dejé mi pañuelo y salí de mi oficina para darle algo de privacidad mientras paseaba por los escritorios de los otros ingenieros conversando sobre los distintos trabajos. Terminó con el novio ¿no? era el comentario en voz baja, un mudo asentimiento mío reclamaba paciencia y comprensión. Al poco rato Olguita estaba de nuevo sentada frente a su máquina de escribir.
Habíamos quedado en encontrarnos en el paradero donde ella cambiaba de micro, para no provocar habladurías saliendo juntos de la oficina, y allí la encontré. Subió a mi carro y nos fuimos al quiosco Paquita en el circuito de playas ¿Alguien se acuerda? Paquita y María eran los dos puestos de anticuchos y picarones más buscados de la costa verde en esa época. Pedimos anticuchos, choclo con queso, picarones y un par de chelas grandes (una y una como decíamos en esa época) pero Olguita no quería hablar, decía que le daba vergüenza hablar en público. Terminados los anticuchos y los choclos con queso nos trajeron los picarones y entonces yo, que ya estaba más arrecho que toro en celo, me pedí una cocacola de a litro una chatita de ron y unos vasos descartables, pagué la cuenta y moví el carro hacia el estacionamiento de la playa. Eran apenas las cinco y media de la tarde y mi excusa fue
- Aquí podemos conversar sin que nadie nos moleste y, de paso, vas a ver qué linda puesta de sol hay en esta playa
Sentados en mi carro, nos comimos los picarones acompañados de un roncito con cocacola ya que la cerveza la habíamos terminado en el quiosco. Para cuando terminamos los picarones ya era la hora de la puesta de sol así que midiendo la chata de ron, mezclé un par de vasos bastante suaves y nos pusimos a ver la puesta del sol mientras conversábamos de banalidades relativas a la chismografía del trabajo. Una vez que el sol se retiró para dar paso a una oscuridad cómplice que convertía el carro en un ambiente privado, le puse el brazo por sobre sus hombros, la atraje hacia mí sin resistencia y empecé a tocar el tema álgido.
- ¿De veras que no quisiste acostarte con tu novio? Debe ser que no lo querías tanto como decías.
- Sí lo quería. ¿Acaso el acostarse es lo único que hay? Todo no puede ser sólo sexo. Tiene que haber cariño, amor de verdad como el que tienes por tu mamá o tus hermanos, que no depende del sexo, eso es lo que te hace familia y la familia es para siempre. Yo lo quería, quería casarme con él, formar una familia y tener hijos, pero él no me respetó, no me esperó, él se lo pierde. Si él me hubiera amado como decía, me hubiera esperado.
- No es así tampoco. El amor entre un hombre y una mujer es mucho más que sexo pero también es sexo. El sexo es una parte importante en toda relación de pareja. Por eso cuando es más que sexo se le dice hacer el amor. Cuando una mujer ama a un hombre quiere hacer el amor con él, no es algo que acepta con resignación, es algo que ella también quiere, se muere de ganas de hacerlo. Cuando tú dices te amo pero no quieres tener sexo estás diciendo te amo, pero no lo suficiente. Si tú lo hubieras amado como decías, no lo hubieras hecho esperar.
- Eres muy cruel al decirme eso, me dijo y se puso a llorar mojándome toda la camisa, ¿Acaso crees que yo también no tengo ganas? Pero me controlo, no es malo querer casarme virgen.
- Ya, no llores, salud (recargando su vaso), no es malo pero es prehistórico, ya nadie se casa virgen. ¿Cómo vas a saber, si no, si vas a querer acostarte sólo con esa persona todos los días del resto de tu vida?
- Pero yo no quiero terminar como mi mamá, todos mis hermanos tenemos distinto papá y ninguno sabe quién es, mi mamá no dice. Yo creo que mi padrino es mi papá pero no lo sé de seguro y mis hermanos ni eso y mi mamá sigue sola. Y siguió llorando a mares.
Yo la acaricié, le besé los ojos, me bebí sus lágrimas, le invité más trago y le susurré al oído
- Pero eso no tiene que pasarte a ti, si tú me quisieras a mí, por ejemplo, yo te cuidaría para que no te embaraces; cualquier hombre decente haría eso por su pareja, tú misma deberías saber cómo cuidarte. Además ya tienes casi 20 años, ningún novio que tengas esperará que seas virgen; así tan linda como eres ninguno creerá siquiera que eres virgen, pensará que te niegas porque no lo quieres.
- ¿Tú de veras crees que soy linda...?
¡Bingo! En ese momento supe que ya era mía.
--------------------------
Continuará...
.
Mi primer trabajo fue en el departamento de ingeniería de una institución militar. Había sólo una secretaria, para el jefe del departamento, y un secretario (hombre) para todo el pool de ingenieros, el Sr. Carbajal, uno de esos burócratas que se conocía todos los tejes y manejes de la burocracia estatal, si te llevabas bien con él te podía conseguir casi cualquier cosa. Como al año de ingresar me dieron el puesto del renunciante jefe de mi sección; no es que yo fuera un genio ni que tuviera vara, sino que era el único de los ingenieros del departamento que dominaba el idioma Inglés y algo del Alemán, idiomas de las empresas europeas con las que manejábamos convenios de transferencia tecnológica. Y entonces llegó Olguita.
Era una muchacha muy humilde; hija de la ex-empleada doméstica de algún general quien, gracias a su padrino entró como practicante de mecanografía en el departamento de ingeniería. No era bonita pero tampoco fea; alta, delgada, de facciones finas casi mediterráneas y una piel trigueña bien oscura bastante maltratada por la falta de cuidados. Su tipo físico casi europeo y su piel ayacuchana la señalaban como hija ilegítima del patrón quien, por ese motivo, le habría conseguido el puesto. Pero Olguita, que al comienzo no sabía ni qué era una máquina de escribir, se ganó el cariño de todos por su sencillez y sus ganas de aprender; era una chica sencilla, dulce, respetuosa, dócil, puntual... y totalmente inocente, pronto todos los ingenieros la habíamos adoptado como nuestra protegida.
Un día, al cabo de un año, Olguita se encerró en el baño a llorar; tuvimos que recurrir a la secretaria del departamento para que la sacara y al viejo Carbajal para descubrir la explicación a su comportamiento. Rojo de indignación Carbajal nos contó que, con su padrino ya retirado y viviendo en el extranjero, el jefe de personal (un teniente) le había insinuado que tendría que negociar la renovación de su contrato directamente con él, después de horas de oficina, en un lugar más privado. A Olguita, que estaba saliendo con un joven suboficial, se le vino el mundo encima, pero dijo que prefería quedarse sin trabajo antes que ceder al chantaje. Pero todos sabíamos lo que el trabajo significaba para ella, era una chica muy pobre que vivía en una invasión en lo más alto de Villa María del Triunfo y este trabajo era su única esperanza de salir adelante.
Como jefe de la sección, sin ninguna segunda intención y sólo por el cariño sincero que, como todos en la oficina, le tenía, me acerqué para decirle que no se preocupara; que hablaría con el jefe del departamento de ingeniería, un viejo mayor que no sólo tenía más rango sino mucha más cancha que el joven teniente de personal y que de ninguna manera dejaría que la chantajearan así. Nuestro jefe, enterado del problema, habló con Olguita en privado cinco minutos y se fue de frente a la oficina del jefe de personal donde los dos se encerraron por menos de diez minutos; al volver al departamento de ingeniería nuestro jefe le dijo a Olguita en voz alta, en medio de la oficina:
- Todo arreglado hijita, mañana después de almuerzo te vas al departamento de personal a firmar tu contrato, ya no como practicante sino como mecanógrafa, con el aumento correspondiente.
Ese día, a la salida del trabajo, Carbajal, yo y como cinco de los ingenieros, todos de mi sección, invitamos a Olguita a celebrar con una jalea y unas chelas en una chinganita cerca de la oficina; para Olguita era la primera vez porque ella acostumbraba irse de frente a su casa. La flaca estaba radiante de felicidad y agradecidísima conmigo; en su mente era yo el autor de su rescate aunque en realidad, como públicamente lo reconocí en un brindis, el verdadero héroe había sido nuestro jefe, el mayor, quien lejos de tapar las cochinadas del teniente de personal lo amenazó con investigar si había otros antecedentes de conducta similar. Pero Olguita parecía sentirse protegida conmigo y no se despegó de mi lado; además yo era muy joven entonces y ella tenía como 19, seguro que prefería un héroe de veinticinco antes que uno de cuarenta-y-tantos. Desde ese momento ella me trataría con mayor deferencia que al resto de los ingenieros, siempre pendiente de lo que yo necesitara, tanto que muchos empezaron a referirse a ella como la secretaria del ingeniero Fulano (o sea yo).
Pocos meses después se produjo otra crisis de llanto. Para entonces, ya tenía yo suficiente ascendiente sobre ella como para encerrarnos en mi oficina, abrazarla y preguntarle cariñosamente qué le ocurría.
- Los hombres son todos unos cochinos, murmuró, sólo quieren una cosa.
- No hables así, sabes que estás exagerando.
- El teniente Barboza (el jefe de personal) lo mismo, mi jefe anterior lo mismo, todos los hombres lo mismo. Por eso he terminado con el Julián (su novio, que estaba destacado en Iquitos) se quejó, no me dejaba en paz, yo quería esperar hasta estar casados pero él...
- Bueno, le dije, qué otra cosa puedes esperar, eres una muchacha bellísima, sólo un maricón no querría acostarse contigo. No me digas que sólo por eso han terminado.
- No sólo por eso, él me engañó, tiene otra mujer allá en Iquitos, me han contado y él no ha podido negarse. Encima dice que yo tengo la culpa.
- Bueno, ya no llores, él no vale la pena. ¿Por qué no me dejas invitarte a comer algo a la salida? Nos vamos la Chorrillos, al muelle a comer un cebichito, o si prefieres unos anticuchos y unos picarones, allí conversamos y me cuentas todo. Ya verás que todo va a estar bien.
Le dejé mi pañuelo y salí de mi oficina para darle algo de privacidad mientras paseaba por los escritorios de los otros ingenieros conversando sobre los distintos trabajos. Terminó con el novio ¿no? era el comentario en voz baja, un mudo asentimiento mío reclamaba paciencia y comprensión. Al poco rato Olguita estaba de nuevo sentada frente a su máquina de escribir.
Habíamos quedado en encontrarnos en el paradero donde ella cambiaba de micro, para no provocar habladurías saliendo juntos de la oficina, y allí la encontré. Subió a mi carro y nos fuimos al quiosco Paquita en el circuito de playas ¿Alguien se acuerda? Paquita y María eran los dos puestos de anticuchos y picarones más buscados de la costa verde en esa época. Pedimos anticuchos, choclo con queso, picarones y un par de chelas grandes (una y una como decíamos en esa época) pero Olguita no quería hablar, decía que le daba vergüenza hablar en público. Terminados los anticuchos y los choclos con queso nos trajeron los picarones y entonces yo, que ya estaba más arrecho que toro en celo, me pedí una cocacola de a litro una chatita de ron y unos vasos descartables, pagué la cuenta y moví el carro hacia el estacionamiento de la playa. Eran apenas las cinco y media de la tarde y mi excusa fue
- Aquí podemos conversar sin que nadie nos moleste y, de paso, vas a ver qué linda puesta de sol hay en esta playa
Sentados en mi carro, nos comimos los picarones acompañados de un roncito con cocacola ya que la cerveza la habíamos terminado en el quiosco. Para cuando terminamos los picarones ya era la hora de la puesta de sol así que midiendo la chata de ron, mezclé un par de vasos bastante suaves y nos pusimos a ver la puesta del sol mientras conversábamos de banalidades relativas a la chismografía del trabajo. Una vez que el sol se retiró para dar paso a una oscuridad cómplice que convertía el carro en un ambiente privado, le puse el brazo por sobre sus hombros, la atraje hacia mí sin resistencia y empecé a tocar el tema álgido.
- ¿De veras que no quisiste acostarte con tu novio? Debe ser que no lo querías tanto como decías.
- Sí lo quería. ¿Acaso el acostarse es lo único que hay? Todo no puede ser sólo sexo. Tiene que haber cariño, amor de verdad como el que tienes por tu mamá o tus hermanos, que no depende del sexo, eso es lo que te hace familia y la familia es para siempre. Yo lo quería, quería casarme con él, formar una familia y tener hijos, pero él no me respetó, no me esperó, él se lo pierde. Si él me hubiera amado como decía, me hubiera esperado.
- No es así tampoco. El amor entre un hombre y una mujer es mucho más que sexo pero también es sexo. El sexo es una parte importante en toda relación de pareja. Por eso cuando es más que sexo se le dice hacer el amor. Cuando una mujer ama a un hombre quiere hacer el amor con él, no es algo que acepta con resignación, es algo que ella también quiere, se muere de ganas de hacerlo. Cuando tú dices te amo pero no quieres tener sexo estás diciendo te amo, pero no lo suficiente. Si tú lo hubieras amado como decías, no lo hubieras hecho esperar.
- Eres muy cruel al decirme eso, me dijo y se puso a llorar mojándome toda la camisa, ¿Acaso crees que yo también no tengo ganas? Pero me controlo, no es malo querer casarme virgen.
- Ya, no llores, salud (recargando su vaso), no es malo pero es prehistórico, ya nadie se casa virgen. ¿Cómo vas a saber, si no, si vas a querer acostarte sólo con esa persona todos los días del resto de tu vida?
- Pero yo no quiero terminar como mi mamá, todos mis hermanos tenemos distinto papá y ninguno sabe quién es, mi mamá no dice. Yo creo que mi padrino es mi papá pero no lo sé de seguro y mis hermanos ni eso y mi mamá sigue sola. Y siguió llorando a mares.
Yo la acaricié, le besé los ojos, me bebí sus lágrimas, le invité más trago y le susurré al oído
- Pero eso no tiene que pasarte a ti, si tú me quisieras a mí, por ejemplo, yo te cuidaría para que no te embaraces; cualquier hombre decente haría eso por su pareja, tú misma deberías saber cómo cuidarte. Además ya tienes casi 20 años, ningún novio que tengas esperará que seas virgen; así tan linda como eres ninguno creerá siquiera que eres virgen, pensará que te niegas porque no lo quieres.
- ¿Tú de veras crees que soy linda...?
¡Bingo! En ese momento supe que ya era mía.
--------------------------
Continuará...
.