Disculpen el retraso en continuar pero el trabajo no me ha dejado el tiempo libre para sentarme a recordar y redactar. En todo caso, aquí sigo con la historia...
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Había leído mucho sobre las relaciones sexuales y sobre los errores que los hombres cometen pero, a esa edad, no tenía nada de experiencia. Sabía, sin embargo, que lo peor que puede hacer uno inmediatamente después de un polvo con una chica 'decente' es levantarse a orinar o a asearse, supuestamente eso hace que la flaca se sienta usada, se sienta un objeto y, si no es tu pareja formal, se sienta una puta. En consecuencia, al terminar me quedé ahí, con ella, dentro de ella, abrazándola con cariño y besándola con ternura, hablándole al oído y diciéndole que era la chica más dulce del mundo. Entre tanto, habiendo hecho su trabajo, mi fiel compañero de aventuras se 'desinfló' totalmente bien abrigadito dentro de ella. Esa fue la primera vez que lo hice y el origen de una de mis preferencias personales (no sé si llamarla 'fetiche') que me dura hasta hoy; dejarla 'morir adentro' es lo más rico del mundo.
Grave error. Nunca se la deja 'morir adentro' cuando se está usando condón, nunca jamás. Un leve movimiento de la flaca para acomodarse a mi peso sobre ella fué suficiente para que me saliera dejando el jebe dentro de su vagina y mi semen escurriendo lentamente de ella. Tremendo susto (mío), pues ni de vainas quería arriesgar la posibilidad de llenar a la flaca.
Una vez que hube sacado el jebe con los dedos y limpiado (con la punta de la sábana) la leche derramada lo mejor posible, la flaca me preguntó inocentemente...
- ¿Y tú no te limpias?
- No, le contesté, yo te limpio a tí... tú me limpias a mí.
Ella hizo ademán de tomar la otra esquina de la sábana pero yo la detuve y, arrodillado sobre la cama, le dije...
- No, así no, con la boca...
La flaca abrió unos ojazos y puso una cara de sorpresa como si le hubiera pedido que vaya calata a la oficina, pero antes de que pudiera protestar yo le dije...
- Yo te lo hice a tí ¿no? y me tomé todos los jugos que botaste ¿no? para mí fueron como una droga erótica, porque soy hombre y me vuelven loco tus sabores íntimos. Tú eres mujer, verás que no te disgustan mis sabores íntimos.
Ella no parecía muy convencida, pero yo la cogí por la cabeza y le planté la pieza en la cara... ella abrió dócilmente la boca y empezó a chupármela sin ningún convencimiento.
- Usa la lengua, corazón, déjala bien limpiecita.
Ella obedeció
-Chúpala, como un 'Esquimo'
Ella obedeció
Y entre la sensación de poder y dominio que me causaba su obediente docilidad y las sensaciones físicas de su boca y su lengua... el cabezón volvió a despertarse, listo para una nueva batalla.
Entusiasmado, la empujé hacia atrás sobre la cama, dejándola boca arriba, y me acomodé sobre ella en posición de 69. Empecé a sopearla embriagado por su olor a hembra y excitado por el sabor de sus jugos vaginales que, poco a poco, iban borrando el sabor del lubricante del preservativo, mientras al mismo tiempo penetraba su boca. Yo tenía entonces 27 años menos que ahora así que, tan pronto como sentí las primeras contracciones y secreciones de su segundo orgasmo, no pude contenerme más y me vine en su boca. Ella empezó a toser y a atorarse pero yo no la dejé sacarse mi pieza de la boca así que, mientras yo me sadiqueaba con mi lengua en su clítoris para asegurarme que su orgasmo alcanzara el pico máximo, ella no tuvo más remedio que tomarse toda mi leche.
- ¡No me gusta! ¡Qué malo eres!
- ¿Y no te gusta lo que yo te hago?
- Sí me gusta, murmuró bajito.
- Bueno pues, ya te dije, tú eres mi mujer. M-I M-U-J-E-R. Yo te hago lo que te gusta y tú tienes que hacerme lo que me gusta.
- ¿Y te gusta terminar en mi boca? ¿Más que terminar... ahí abajo?
- Me gusta terminar dentro de tí, pero sin jebe. Lo malo es que abajo no podemos, no quieres llenarte de hijos a esta edad ¿no? y yo te prometí que te cuidaría.
- ¿Y siempre vas a terminar en mi boca? Su carita reflejaba, al mismo tiempo, asco y resignación.
- No, bebé, claro que no. Voy a terminar ahí donde te gusta pero siempre con protección. Sólo de vez en cuando, porque tú eres mi mujer y me quieres, me vas a dejar terminar en tu boquita. ¿Está bien?
- Si... Su voz era apenas un murmullo.
Al terminar las 3 horas que duraba en esa época el turno en el 5½, le había hecho el amor dos veces más, aprovechando los tres condones que había llevado y, habiendo ya satisfecho mi morbo al terminar en su boca el segundo polvo, me concentré en satisfacerla sexualmente en los otros dos; no precisamente con mi juvenil potencia sexual sino con mucho romance, mucho cariño, muchos besos, caricias y palabras dulces susurradas al oído.
Después de eso la flaca se convirtió realmente en mi mujer y, durante los casi seis meses que estuve con ella, estuvimos cachando entre tres y cuatro veces por semana. Incluso nos fuimos con mis dos mejores amigos de la oficina y sus costillas (una secretaria y una asistenta social que trabajaban en la misma dependencia que nosotros), al festival de la vendimia en Ica, un fin de semana largo de puro vino, cachina y sexo. Tomamos tres cuartos en el Hotel Colón en plena Plaza de Armas (ese hotel ya no existe), uno con cama matrimonial para mí otro doble para mis dos patas y otro triple para las tres chicas, pero en la práctica cada uno ocupó un cuarto con su respectiva pareja. Salíamos tarde por la tarde a la feria a bailar y emborracharnos hasta la madrugada y, luego, nos íbamos al hotel a cachar, dormir, volver a cachar y volver a dormir y así sin salir del cuarto hasta las 5:00 o 6:00pm en que nos íbamos otra vez a la feria a comer algo y a seguir tomando. Para entonces la flaca ya era tan mía que la convencí de que tomarse mi leche le quitaría el resabio amargo de la cachina y le protegería el estómago de los estragos de la borrachera... y la flaca me la pedía y se la tomaba con unas ganas... creo que hasta le agarró el gusto.
Luego de casi seis meses desde que empecé a sacarla, y cuando ya estaba pensando en cómo sacudirme de ella sin crearme problemas en la oficina (otra lección aprendida: donde se come no se caga), las cosas se me arreglaron solas. La flaca empezó a mostrarse preocupada y distraída en la oficina y desconcentrada a la hora del sexo, muchas veces no quiso salir aduciendo excusas tontas, hasta que un día me cuadró de frente.
- Dime, ¿Qué soy yo para tí?
- Eres mi mujer, lo sabes bien.
- ¿Vas a casarte conmigo?
- Aguanta, Olguita, para el carro. ¿A qué viene todo esto? Recién estamos saliendo unos meses. Estamos bien como estamos. ¿Hay algún problema? ¿Algo que no me has dicho?
Y la flaca se puso a llorar. Me contó que su ex-enamorado había regresado a pedirle perdón y a decirle que quería casarse con ella. Me dijo que ella se había dado cuenta que todavía lo quería, no tanto como a mí pero lo quería... y, a diferencia de mí, él sí quería casarse con ella. Y entonces el mundo se le había caído encima porque ella sí quería casarse pero ya no era virgen; ellos habían terminado porque ella insistía en llegar virgen al matrimonio y ahora ya no sabía qué hacer. Especialmente porque, a pesar de todo lo vivido, ella nunca creyó realmente que yo me casaría con ella y me lo dijo así, con toda crudeza, terminando con un...
- Soy una puta, tú me has hecho tu puta y ahora ya nunca me voy a casar... y un mar de lágrimas.
El alma me volvió al cuerpo, yo pensé que me diría que estaba embarazada. La abracé, la besé y le dije,
- Vamos a nuestro hotel a conversar tranquilos.
Me la llevé al 5½ y estuvo más dócil y sumisa que nunca antes. Le hice el amor con toda la ternura de que fui capaz y luego, echados en la cama, ella sobre mí con la cabeza apoyada en mi pecho mientras yo acariciaba su larga cabellera negra, me puse a hablarle del tema que nos preocupaba.
- Así que me quieres dejar para casarte con Julián, ya no quieres ser mi mujer.
- Yo quiero casarme, no quiero ser una puta.
- Tú no eres una puta, eres la chica más buena y más dulce del mundo. Yo sólo quiero lo mejor para ti. Si quieres casarte con Julián, adelante, yo me voy a morir de la pena pero me voy a alegrar por ti.
- Pero cuando sepa que ya no soy virgen, me va a botar.
- No si eres inteligente; dile que en realidad no eras virgen, que el hijo de un patrón de tu mamá te violó cuando eras adolescente y que por eso ya no querías nada con el sexo, que sabías que con tu marido tendrías que hacerlo pero que no querías que otro hombre te use y te bote...
- Así como tú, me dijo, pero sus ojitos y su mirada me decían que era en broma.
- ¿Acaso yo te estoy botando? Eres tú la que me está botando, me estás cambiando por el Julián.
- Es que yo quiero casarme, quiero ser una señora decente.
- Y yo quiero que seas feliz, le dije despacito al oído, eso es todo lo que quiero. Tú vas a ser siempre mi primer amor de verdad. Dentro de muchos años me conseguiré una esposa y tendré una familia, pero siempre que le haga el amor cerraré los ojos e imaginaré que lo hago contigo.
- Yo también. Me susurró antes de besarme en la boca. Pero antes de separarnos quiero hacerte un regalo... me dijo mientras frotaba su cuerpo desnudo con el mío para, de improviso, introducirse mi miembro ya erecto sin darme opción a ponerme el preservativo. Yo me olvidé de todo y me dejé seducir por esta cholita dulce como la miel; terminar dentro de ella, llenarla completamente de mi leche, fue quizás la mejor experiencia sexual de mi juventud.
Volvimos a hacer el amor una vez más, la última vez, antes de llevarla a su casa; era un Viernes. Al siguiente Lunes Olguita llegó tarde a la oficina, llegó sin uniforme a despedirse de todos diciendo que había renunciado y que en tres semanas se iba a Iquitos a casarse. Le deseamos suerte y pensé que nunca más la volvería a ver.
Unos meses después fui al hospital FAP a visitar a la esposa de nuestro jefe que acababa de dar a luz a su tercer hijo, su primer varoncito luego de dos hembritas. Cuando ya me retiraba, caminando por el corredor del piso de maternidad en dirección a los ascensores, escuché una voz llamando a la enfermera; una voz que yo conocía muy bien. Me acerqué a la puerta entreabierta y allí estaba Olguita, sola en el cuarto, rodeada de flores y globos celestes y con un recién nacido en brazos. Saqué la cuenta rápidamente y los pelos se me pusieron de punta; uno, dos, tres... ¡nueve!
Ya no podía irme, ella me había visto y me saludaba entusiasmada. Entré armado de una sonrisa.
- ¡Hola, felicitaciones, qué bien te veo, qué linda estás! Una mentira que todas las mujeres recién paridas se la creen indefectiblemente.
- ¡Qué lindo eres tú! ¡Te adoro! ¿Cómo te enteraste?
Yo sólo sonreí. Ella reacomodó las mantas para mostrarme al recién nacido que se resistía fieramente a soltar el pezón de su madre.
- ¡Míralo! ¿No es precioso? ¡Es igualito a ti!
El corazón se me detuvo.
- Y... ¿Qué le has dicho a Julián? No tienes nueve meses de casada.
- El piensa que es suyo; ese Sábado le dije lo que me dijiste pero también le dije que, si de verdad se iba a casar conmigo, yo no lo haría esperar. Así que él cree que es suyo. Yo no lo puedo saber así, saber de seguro, pero en mi corazón yo sé que es tuyo y por eso soy feliz, así no te olvidaré nunca.
Yo le dí un beso en la frente mientras la enfermera llegaba a recoger al bebe, cosa que aproveché para mirarlo bien. ¡Qué diablos! ¡Era igualito al Julián!
Fin.