Mi Sobrina - Amante

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por ConejoLocop, 9 May 2025 a las 15:49.

    Zurdo40

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    Cofra, si puedes sube unas fotos de tu prima, nada explicito, una foto normal del día a día que esta en su face o Instagram. Esto para conocerla y cada vez que lea la historia poder imaginar ser el protagonista mirando a tu prima.
     
    Zurdo40, 12 May 2025 a las 12:43

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    muy buenos relatos cofrade. Siga con la historia.
     
    spadina72, 12 May 2025 a las 13:05

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    Antes de continuar con la historia de ese fin de semana, y a pedido de la hinchada, voy a dejarles la version de Angie sobre como surgió lo nuestro y como ocurrio nuestra primera vez. Pero primero un breve parrafo de lo que yo creia en ese momento.
    ____________________________

    Yo pensaba que ella bajó esa tarde de sábado dispuesta a todo, sabía que no había ninguna posibilidad de que mi madre llegara, además cuando estábamos solos, yo cerraba con pestillo la puerta que da a la calle, apagaba el motor de la puerta levadiza de la cochera y le ponía cerrojo, prendía el cerco eléctrico que estaba sobre el muro interior y aseguraba todo el exterior de la casa, como lo hacía todas las noches, pero al estar solo en casa o solo con ella, lo hacía en el día, porque la casa era grande y Angie en su cuarto y yo en el mío, no escuchábamos lo que pasaba afuera. Si por casualidad mi madre llegaba de improviso, tendría que tocar el timbre para que le abra.

    Por otro lado, su actitud coqueta y hasta provocativa desde que dio esos golpecitos en la puerta y la abrió sin esperar que le diga que pase (ella dice que yo le di pase, en eso no hemos logrado ponernos de acuerdo), so pretexto de ver una peli, era otro indicio. Una más, bajar sin llevar nada bajo su polerón y por cómo se sentó junto a mi en la cama, cosa que nunca había hecho. Todo eso me llevaba a pensar que ella quería que pasara lo que pasó.
    Yo pensaba que ella no se daba cuenta de cómo la miraba cuando salía arreglada a trabajar, más aún cuando se arreglaba para salir con el ponja, era una belleza realmente, pero juro que no la veía con ojos lujuriosos, la admiraba, me gustaba lo que veía, realmente era disfrutar lo bella que se veía, pero mi libido aún estaba muy apagada como para pensar en otra cosa. Cuando se paseaba por la casa con los polos sueltos, si me provocaba verle los pezones marcados o a veces no se notaban los pezones, pero si la redondez de sus pechos. Alguna vez pensé en que rico se la comería el ponja, creyendo en ese tiempo, que teniendo ese bombón el ponja se lo estaba comiendo a tope.

    Luego cuando hemos conversado de esto en varias ocasiones, ella me dio su versión. Aquí haré una licencia y dejare de escribir en primera persona.
    Lo que continua es una transcripción de lo que Angie me dejó en un audio anoche, Es literal, solo estoy copiando lo que ella grabó, el audio está dirigido a mi, aunque ella me lo envio para que lo publicara aqui. No he cambiado eso para que sea fiel reflejo de su recuerdo.
    -----------------------------------------------------------------

    Yo nunca planeé que esa noche pasara lo que pasó entre nosotros. Pero si soy sincera, tú siempre ocupaste un lugar muy especial en mi mundo. Recuerdo que cuando venías a Arequipa con tus padres, yo te veía como alguien inalcanzable: alto, atractivo, con ese aire de seguridad que me fascinaba desde niña. En secreto, con mis amigas bromeábamos diciendo que tú eras mi “novio limeño”, el que me mandaba cartas imaginarias y me hacía suspirar solo con su recuerdo.

    Con el paso de los años, tus visitas se hicieron menos frecuentes, pero tú seguiste presente. Tal vez porque formabas parte de esos primeros recuerdos que se quedan grabados para siempre. Cuando empecé a descubrir mi cuerpo y lo que sentía, no entendía mucho lo que pasaba, solo sabía que había algo en ti que me encendía la imaginación. Comencé a masturbarme a los 13 años, y tú siempre estabas en esas fantasías. Mis amigas y yo hablábamos a escondidas, compartíamos lo poco que sabíamos, y de vez en cuando alguna traía una revista de adultos, robada a sus padres, pero tú seguías ahí, como el centro de esas primeras emociones que no tenían nombre todavía.

    Después, claro, vinieron dos chicos en mi vida en Arequipa, con ellos nunca pasé de besos y por ahí algún toqueteo juguetón. Apenas llegada a Lima, a los tres meses después de cumplir 18 años, tuve una relación con un chico japonés, con él fue mi primera vez… Yo llegue a esa ocacion con algo de miedo por lo que iba a pasar, pero con una gran ilusión por lo que había leído en esas revistas románticas y lo que había fantaseado, se haría realidad. Fue la primera gran desilusión. Nada se pareció a lo que había soñado. Ni la ternura, ni la emoción, ni siquiera el deseo. El japones se desnudo, espero a que yo me desnudara, me hizo una seña para que me recueste en la cama y me penetro apenas dandome un beso. Dolio, pero mas en el alma que en el cuerpo. Cinco minutos despues el ya estaba vistiendose y diendome que me vista porque teniamos que irnos. Pensé que tal vez era así, que la realidad no tenía por qué parecerse a las historias que había leído o a lo que me había imaginado de niña.

    Cuando tu madre me dijo que vendrías a vivir con nosotras, sentí una punzada extraña. Por un lado, tristeza al saber que tu matrimonio había llegado a su fin, pero por otro, una emoción que no podía evitar. Tenerte cerca, bajo el mismo techo, verte cada mañana y cada noche, hizo que esas emociones que creía dormidas volvieran a despertar. Y con ellas, también regresaron mis pensamientos sobre ti. Pero esta vez eran diferentes… más intensos, más reales. Ya tenía más noción de lo que era el sexo, sabía lo que deseaba, aunque no me atreviera a decirlo.

    No sabía qué futuro nos esperaba, ni siquiera si podía haber uno. Pero lo que sí supe, desde el primer momento en que volviste a mi vida, fue que algo dentro de mí ya no iba a ser igual.

    Ya faltaban menos de tres días para que te mudaras con nosotras, y aunque en la superficie todo parecía girar en torno a la logística, a la habitación que ocuparías o como nos acomodaríamos a tus horarios, por dentro… por dentro yo era un torbellino de emociones. Sabía que eso marcaba el cierre definitivo de tu historia con tu esposa, y no podía evitar sentir pena. Ustedes habían compartido una vida, y yo los había visto —al menos por un tiempo— felices.

    Pero junto con esa tristeza, surgía otra cosa. Algo más profundo, más inquietante. Era una mezcla de expectativa, de cosquilleo bajo la piel. Ibas a estar ahí, en casa, a unos pasos de mi cuarto. Iba a escuchar moverte por los pasillos, sentir tu presencia cerca. Cada noche, cada mañana, compartiendo el mismo techo. Y esa cercanía me desvelaba.

    Sin querer, comencé a revivir esas fantasías de niña, pero ahora teñidas de nuevas sensaciones, de una curiosidad más madura. Ya no era solo imaginarte como “mi novio limeño”; ahora había algo más carnal, más complejo. Mis pensamientos se volvieron más intensos, más íntimos… y sí, más culposos también.

    Por las noches, cuando todo estaba en silencio, me dejaba llevar por esas imágenes que me venían sin pedir permiso. Cerraba los ojos y eras tú el que me rozaba la piel en la penumbra. En mis fantasías, lo que más abundaba era yo comiéndome tu pene, besándolo sin cesar y saboreando el sabor de tu semen, esas fantasías volvieron a mí por las noches, en sueños y a veces me despertaba pensando que habían sido reales. A veces me reprochaba por ello, porque no sabía si aún quedaba algo por salvar entre tú y ella. Pero incluso sabiendo eso, no podía evitarlo.

    Una noche, dos días antes que llegaras, estuve con el japonés y, por curiosidad o por testar mi deseo, traté de imaginar que eras tú. Quería saber si mi cuerpo respondía distinto, si había algo real en lo que sentía por ti. Pero no. Fue aún más vacío que antes. Me sentí más lejos de mí misma, más desconectada… y me dolió. Porque entendí que mi deseo por ti no era solo físico, era algo que venía de años atrás, algo que se había ido construyendo en silencio, sin que tú lo supieras.

    El viernes antes de que llegaras, ordenamos tu dormitorio, lo limpiamos, lo arreglamos. Ya eran como las once de la noche cuando mi tía cansada me dijo, ya mañana continuamos. ¿Pero a qué hora llega mañana? No se me dijo ella, solo me dijo que venía el sábado. ¿Y si viene temprano? Mejor yo me quedo terminando. Anda duerme tia. Ese día me quedé hasta las dos de la mañana cuidando que hasta el último detalle esté bien hecho para que tú encuentres tu habitación lo mejor posible. No sé cómo me levanté al día siguiente a las 7 de la mañana para estar lista cuando tu llegaras, pero al final apareciste cerca de la 1 pm.

    Cuando llegaste aquella tarde, recuerdo que abrí la puerta de la calle y mi corazón dio un pequeño salto. Estabas ahí, con los hombros caídos, el rostro tenso, los ojos algo opacos… no eras tú. O al menos, no eras ese tú que yo recordaba de antes, seguro, radiante, lleno de luz. Estabas abatido. Traías contigo solo un par de maletas, unas cajas y dos amigos que te ayudaban a cargar el peso, aunque claramente el más pesado lo llevabas dentro. Y yo no sabía cómo aliviarte.
    Te saludé con una sonrisa que intentó ser cálida, pero que se sintió torpe. Me limité a rozarte el brazo con los dedos al pasar, un gesto casi imperceptible, pero necesario, como para recordarte que no estabas solo, aunque hubiese querido abrazarte y llenarte de besos tiernos que aliviaran tu dolor.

    Tu madre se mostró serena, práctica como siempre, guiándolos al cuarto que sería tuyo, como si todo fuese solo una reorganización más del hogar. Pero yo… yo sentía el temblor interno de alguien que está a punto de vivir algo que no sabe cómo manejar.

    Tenías la mirada perdida mientras abrías tus cajas. Vi cómo sostenías algunos objetos con demasiada lentitud, como si no supieras dónde ponerlos, o tal vez no quisieras aceptar que ahora te pertenecían solo a ti. Yo parada detras tuyo, esperando tus ordenes para aliviarte ese suplicio. Cada vez que te cruzabas con tu madre, forzabas una sonrisa que se notaba dolorosa, de esas que uno ensaya cuando quiere fingir que todo está bien… y no lo está.

    Quise abrazarte. Quise sentarme junto a ti, tomarte la mano y decirte que todo pasaría. Pero no podía. No delante de ella, no tan pronto. Así que me limité a estar cerca, a ayudarte a ordenar tus cosas, a ofrecerte una taza de té que aceptaste con un suspiro y un “gracias” que apenas se escuchó. Aun hoy, mientras grabo este audio y recuerdo esos momentos, se me escapa una lágrima pensando en lo destruido que estabas.

    Esa noche, ya cuando tus amigos se habían ido y el silencio llenaba la casa, me quedé despierta en la sala, no subi a mi cuarto, escuchando los pasos suaves que dabas por el pasillo, los pequeños golpes de las cajas al moverse, los suspiros que se colaban por debajo de la puerta. Y fue ahí, en medio de esa quietud, donde supe que algo estaba a punto de cambiar entre nosotros. No sabía cuándo, ni cómo… pero lo sentí.

    Cuando por fin subi a mi habitación y mientras intentaba dormir, me abrazaba la emoción silenciosa —casi culpable— de saberte tan cerca, de imaginar que cada día a partir de ese momento, íbamos a compartir no solo un espacio… sino algo más, aunque aún no tuviera nombre.

    Los días comenzaron a pasar, y con ellos, también los silencios, las rutinas compartidas, los saludos apurados al cruzarnos en la cocina, las miradas furtivas cuando pensabas que no te observaba. Durante esas primeras semanas, traté de convencerme de que todo volvería a ser como antes, como en mi infancia, cuando eras solo mi amor platónico, una ilusión lejana, inofensiva, que vivía en mi imaginación pero que jamás cruzaba el umbral de la realidad.

    Te veía caminar por la casa con el cuerpo algo vencido, como si llevaras un peso que aún no sabías cómo soltar. A veces me sorprendías tarareando algo mientras preparabas café, otras te encerrabas en tu habitación con la puerta entreabierta, y yo pasaba lento, esperando ver tu silueta recostada en la cama o inclinada sobre el escritorio. Era extraño. Estabas ahí, a pocos pasos de mí, pero a la vez tan lejos… inaccesible.

    Intentaba distraerme, recordarme que tú venías de una ruptura, que estabas procesando algo profundo. Me repetía que yo no debía cruzar ciertos límites, que no podía confundir el cariño con el deseo, la cercanía con la esperanza. Que todo esto era temporal. Pero el corazón tiene su propia forma de pensar, y yo… yo no podía evitarlo.

    Con cada día que pasaba, comenzaba a notarte distinto. No sé si eras tú el que cambiaba, o era yo. Tal vez ambos. Empecé a escucharte más, a detenerme en las cosas que decías al pasar: tus frases distraídas, tus pausas largas, esa forma tuya de mirar hacia abajo cuando algo te dolía, pero no lo decías. Y sin darme cuenta, dejé de fantasearte solo en la intimidad de mis noches. Ahora también lo hacía con los ojos abiertos, mientras cocinaba, mientras me duchaba, incluso mientras te escuchaba hablar con tu madre desde el comedor.

    Y aunque en mi interior algo gritaba que era imposible, que tú jamás me mirarías así, que yo era solo tu sobrina, una muchacha más joven, sin historia, sin derecho… había otra parte de mí que empezaba a dudar. Que empezaba a preguntarse qué pasaría si algún día nuestras miradas se quedaban quietas, si nuestros cuerpos se rozaban por accidente y no retrocedían.

    Pero cada vez que la idea se volvía más nítida, más concreta, yo misma la reprimía. Me decía que no, que era absurdo, que no debía alimentar algo que no tenía futuro. Era como tener un deseo escondido bajo llave… aunque cada día la llave parecía estar más cerca de mis dedos.

    Hasta que comencé a notar que me mirabas con mas atención. Tu creías que yo no me daba cuenta, pero tus ojos me seguían y a veces se perdían por segundos en mis pechos que se delineaban debajo de los polos holgados que usaba, Un día de invierno, los pezones se me habían marcado en el polo y cuando nos cruzamos en la cocina, tus ojos se clavaron, ahí. Yo seguí barriendo como si nada pasara, pero disfrutaba de tu secreto deseo.

    Fue entonces que, sin proponérmelo del todo, empecé a cambiar sutiles detalles. De pronto, el cabello lo llevaba suelto con más frecuencia, la ropa cómoda seguía siendo la misma, pero escogía los colores con más cuidado, los tejidos más suaves que marcaran mejor mis formas, los movimientos más conscientes. Nada que pudiera parecer evidente. Todo lo contrario. Solo pequeñas insinuaciones envueltas en la cotidianidad.

    Y aun así, cada gesto tenía detrás la intención secreta de llamar tu atención, de colarme en tu pensamiento, de hacerte pensar en mí más allá de lo que debías. Lo hacía con una mezcla de deseo y miedo, porque, aunque me llenaba de ilusión la idea de acercarme a ti, también sentía que estaba caminando una cuerda invisible entre lo posible y lo prohibido.

    A veces me reprochaba por ello. Me decía que no debía sentir lo que sentía, ni hacer lo que hacía. Pero bastaba verte pasar junto a mí, con la mirada algo ausente, el alma herida y el cuerpo cansado, para que quisiera quedarme ahí, cerca, aunque fuera en silencio, solo para acompañarte. Porque, aunque no lo dijera en voz alta, lo sabía: algo se estaba moviendo entre nosotros. Y no era imaginación.

    Lo comencé a hacer más seguido, y tú siempre caías, te gustaban mis tetas. Imaginaba que en la soledad de tu habitación te masturbabas pensando que me las tocabas y que eyaculabas sobre ellas, ahora se que eso no sucedia porque aun no entendía que tu libido estaba atrapada por tu pena.

    Cuantas tardes de sábado y domingo estábamos solos en tu habitación, porque mi tía había salido a una reunión o a pasear con sus amigas, yo antes de bajar, me estimulaba los pezones para que estén bien parados y así provocarte más, pero tú siempre, muy respetuoso, solo me veías de reojo, nunca mas que eso.

    Así llegó ese día en el que todo comenzó. Yo en la mañana te sentí cuando subiste a poner tu ropa en la lavadora, escuché tus pasos. Yo acababa de salir de la ducha, me estaba cambiando. Escuché el sonido de la máquina que ya comenzaba a mover la ropa. Yo estaba recién con mi ropa interior puesta. ¿Y qué pasa si salgo?, como que no escuché nada, como que no me di cuenta de que estabas ahí. Como que iba al baño porque me había olvidado algo y tú me veías así, solo en ropa interior. Oh, sorpresa. Ay, disculpa, ¡perdón! Me volvería a meter a mi cuarto. ¿Qué pasaría? ¿Me seguirías? Fantaseaba que me seguías y me hacías el amor o que me abrazabas ahí en el patio, me besabas intensamente contra la pared y me desnudabas furiosamente. Esos pensamientos no duraron más de cinco segundos. ¿Dije estás loca? Ubícate, es tu primix. Escuché tus pasos bajando la escalera. Terminé de cambiarme y me fui a la calle.

    Cuando regresaste esa tarde, tu auto en la cochera me confirmó lo que ya sospechaba: estabas en casa. No te escuché moverte mucho, así que asumí que te habías encerrado en tu cuarto, quizá descansando o simplemente tratando de desconectarte un poco del mundo. Yo también había tenido un día agitado; entre las compras en Gamarra y las calles llenas, lo único que quería era llegar, soltar todo y sentirme cómoda.

    Subí con mis bolsas, bajé a servirme un té y volvi a subir. Nada de escucharte. Me acomodé un rato en mi habitación con ese libro que llevaba días queriendo terminar. A eso de las cinco y media, me di cuenta de que necesitaba soltar la tensión del día. Entré a la ducha, me dejé envolver por el agua caliente y respiré profundo. Fue una pausa para mí, una tregua breve en medio de pensamientos que no lograba ordenar del todo.

    Ese día, entre las cosas que había comprado, estaba ese polerón suavecito que me pareció perfecto para dormir. habia comprado cuatro de diferentes colores. Los elegí más por instinto que por necesidad, como si algo me dijera que esa noche no quería sentirme una más, sino distinta. No me maquillé, no me peiné, solo me perfumé sutilmente con una colonia que me arrullaba al dormir, pero había algo en mí que se sentía un poco más viva, más consciente.

    Cuando bajé a tu habitación con ese polerón nuevo —que técnicamente era mi pijama, por eso no tenía nada más debajo— no tenía un plan. Solo una mezcla de nervios, curiosidad y algo que no sabía cómo nombrar. Tal vez necesitaba verte. Tal vez solo quería estar cerca. Tal vez, muy dentro de mí, sabía que algo estaba por cambiar. Pero juro que no bajé con la intención de hacer el amor ese día contigo, tú que me conoces tan bien, ahora sabes que, si yo hubiese querido hacer el amor esa noche, habria llevado una caja de condones, no sé dónde la escondería, pero habría bajado preparada.

    Toqué suavemente la puerta de tu habitación. No sabía si estabas dormido, si querías estar solo, pero igual lo hice. Como quien se deja guiar más por el pulso del corazón que por la lógica. Me dijiste que pase casi de inmediato. Tus ojos estaban algo cansados, como si la tarde te hubiera pesado más de lo normal, pero, aun así, me sonreíste. Una de esas sonrisas que no se dan con la boca, sino con el cuerpo entero. Sentí que mi estómago se apretaba un poco.

    Entré y me senté en el sillón al lado de tu cama. Te dije que había estado en Gamarra, que el tráfico estaba imposible, que compré algunas cosas para el verano que ya comenzaba a sentirse más fuerte. Me miraste con atención, y no dijiste nada sobre el polerón, pero tu mirada se detuvo un segundo más de lo normal en la forma en que caía sobre mi cuerpo y en especial en mis pezones. Yo fingí no notarlo. A esas alturas, lo nuestro era una danza silenciosa de gestos medidos y emociones contenidas.

    Te pedí el helado, y antes de que terminaras de decirme ¡claro!, ya estaba camino a la cocina, dude en coger una taza y la cuchara, al final solo fue la cuchara, no se porque, pero esa decisión cambio todo.

    Iba a sentarme en el sillón, pero en el último segundo, pensé que era incomodo para los dos que me estes pasando el tarro una y otra vez y que tu comerías más helado que yo, por eso me subí a tu cama sin pedir permiso, pero no termine de poner mi rodilla en el colchón, cuando pensé, ¿Que hago?? este es territorio vedado para mi!! Pero al siguiente segundo, cuando vi solo tu mirada que me recorría de arriba abajo pero no me decías nada, me senté a disfrutar del helado, la película y tu cercanía.

    Me senté en tu cama como si fuera lo más natural del mundo, aunque por dentro todo mi cuerpo vibraba. El colchón cedió un poco bajo mi peso, y sentí el calor de tu presencia más cerca de lo que jamás había imaginado en voz alta. No dijiste nada, pero esa forma tuya de mirarme, tan fija, tan silenciosa, decía más de lo que las palabras hubieran podido articular sin romper la magia del instante.

    Entre cucharadas de helado y escenas de la película que apenas registrábamos, algo flotaba en el aire, como una electricidad suave, delicada… pero insistente. Yo fingía estar concentrada en la pantalla, pero cada vez que tú te movías un poco, cada vez que tu brazo se acercaba al mío por casualidad, me sentía como si el tiempo se detuviera.

    Me sorprendía a mí misma por estar ahí, en tu cama, con una cercanía que nunca había creído posible. ¿Cómo habíamos llegado hasta ese momento? Era como si el universo hubiera estado preparando esa escena durante años, tejida en silencios, miradas furtivas y pensamientos que nunca nos atrevimos a decir.
    Y sin embargo, ahí estábamos.

    No necesitábamos hablar de lo que estaba pasando. Había algo mucho más profundo que las palabras: una emoción que se venía gestando desde nuestra adolescencia, disfrazada de juego, luego de distancia, y finalmente de resignación. Pero esa noche… algo empezaba a romperse, o a florecer. Y aunque aún no sabíamos qué sería, ambos lo sentíamos.

    Con la siguiente película, que vimos, la conexión fue más íntima, ya no había la mesita del helado entre nosotros y yo te sentía más cerca, casi dentro de mi corazón. Algunas escenas de esa película me recordaron a mi terminada relación con el japonesito, por eso lloré. En realidad, lo terminé porque él no me llevaba a sus reuniones de amigos y menos de familia, me tenía como medio oculta, con las justas dos amigas del trabajo y un amigo del ponja, sabían lo nuestro. Al parecer al ser hijo de japoneses radicados en el Perú, sus padres querían que se relacione y se case con una chica de su colonia. Me cansé de querer que me de mi lugar y mandé al carajo al ponja, aunque eso también me golpeo un poco. Además que reconocí que en parte lo terminé porque él no podía luchar contra lo que yo solo imaginaba contigo, pero la verdad es que no quería que te des cuenta.

    Nunca pensé que te ibas a voltear en esa penumbra y darte cuenta de las lágrimas, que no eran muchas, pero que brotaban de mis ojos sin poder contenerlas. Por eso te miré. Pero no sé, esa mirada fue diferente, fue especial. Tú me miraste con unos ojos que antes no había visto en ti. Los dos segundos que demoró mientras acercabas tu boca a la mía, sentí que la sangre me subió a la cabeza de golpe y y no podía creer lo que estaba a punto de pasar hasta que sentí tus labios suavemente sobre los míos. En ese momento perdí todo el control, en ese momento solo quise besarte y abrazarte.

    Cuando tu lengua comenzó a explorar la mía, sentí como mi vagina comenzaba a mojarse. Recordé que no llevaba nada abajo y tus manos cada vez subían más, pero no quería detenerte. Por eso cuando comenzaron a explorar mis nalgas, simplemente me abandoné, abrí un poco las piernas y sentí tu mano ahí, firme, cálida y pensé que sea lo que tenga que ser.

    Yo también quería en algún momento que me penetres, ansiaba tenerte dentro de mí. Cuando te vi arrodillado en la cama con esa enorme cosa erecta, me asusté un poco. Yo lo había imaginado muchas veces en mi boca, lo había imaginado muchas veces dentro de mí, pero la verdad que no pensé que fuera tan grueso, solo pensé en ese momento ¿me cabrá todo eso? ¿Eso me va a doler? Era por lo menos el doble de grueso que la del japonés, y más larga también. recordé que si la del japones me habia dolido la primera vez, con eso me matabas, pero segui adelante.

    No sé cómo pude reaccionar a último momento y recordar de que tú eras un hombre cien por ciento fértil. Lo habías comentado en alguna reunión con tu madre, que todos los exámenes te habían salido bien a ti y por supuesto yo no quería quedar embarazada.

    Algo me trajo a la mente el recuerdo de las únicas enseñanzas que mi madre me dio acerca de sexo. Primero, que debía hacerlo cuando yo quisiera, no cuando alguien me obligara o me presionara. Nadie me estaba obligando, yo quería hacerlo contigo ¡y mucho! Y segundo, que pase lo que pase y sea donde sea, siempre debía hacerlo con preservativo. Por eso te detuve, aunque ansiaba sentirte dentro de mí.

    Cuando te detuviste, te quedaste como no sabiendo qué hacer, vi ese enorme cañón frente a mí y lo único que me provocó fue cumplir una de mis tantas fantasías, una de mis tantas noches en las que al masturbarme te imaginaba dentro de mi boca. La verdad que tuve que abrir la boca más de lo que había pensado, porque ese grueso pene tuyo no me entraba, me cabía con las justas en la boca. Ahora si me entra sin problema, no porque me haya crecido la boca o porque se te haya reducido el pene, sino que ya aprendí a manejarlo, pero en ese momento era muy torpe aún.

    El resto ya lo contaste muy bien. Solo te puedo decir ahora, como te lo he dicho más de una vez, que el sabor de ese semen nunca más te lo he vuelto a sentir. Era un sabor tan intenso, tan concentrado. Lo entendí cuando tú me explicaste después, que tenías muchos meses sin eyacular. Se había concentrado todo tu ser en ese tremendo cañonazo que me pegaste. Sabes que he probado muchas veces más tu semen, siempre me encanta, tiene sabor a ti, pero nunca ha sido tan intenso como en esa vez. ¡No sé si fue por ser la primera vez o porque ahora ya no dejo que se te junte tanto semen! -Risas de Angie-. Nunca más deje que se te juntara tanto, ni cuando retomamos esta maravillosa relación después de la larga separación que tuvimos hace algunos años.

    Sigue contando nuestra historia. Todo lo demás lo has descrito muy bien.

    Quiero terminar, pidiéndole a los chicos que nos leen, que no cuestionen lo que vivimos, pueden preguntar y hasta cuestionar algunas cosas, pero no el fondo de nuestra relación. Yo te amo profundamente a pesar de que debo compartirte, así soy feliz y no necesito nada mas, tu me das todo lo que necesito. Y no crean que es nada material, gracias a ti, estudié lo que quise, y ahora soy exitosa en mi profesión, puedo mantenerme sola, no necesito que ningún hombre me mantenga, pero tus detalles, tu pasión y tu protección no los podría encontrar en nadie mas, así que chicos, no cuestionen eso, soy feliz con mi Primix y ahora que lo estamos contando, una nueva emoción nos invade, solo disfrútenlo.
     
    ConejoLocop, 12 May 2025 a las 14:07

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    Angie se lo está pensando. Sin su permiso imposible hacerlo.
     
    ConejoLocop, 12 May 2025 a las 14:08

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