Carlos111201
Sargento
Tu manera de escribir es espectacular y enganchante... Prosiga estimado. Varios de este foro y yo en particular esperamos la continuación de los relatos....
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Muchas gracias estimado!Bueno relato y espero no sea el final de los relatos
Nooo ahi la cagaste, nunca se le dice a una chibola solo quiero cachar, se le miente.La señora Ofelia (parte 2)
De niño, mi abuela y mi madre cuchicheaban sobre el hijo de don Anselmo, Richard. Yo las escuchaba atentamente a escondidas . En nuestro pueblo, este secreto a voces desencadenaba un huracán de chismes: el Richard había estado enamorando a la hija de doña Eusebia. Sin embargo, por alguna razón, ella lo denunció a la policía, ya que su hija era menor de edad. Las autoridades llevaron al Richard ante la justicia. Esta historia me persiguió durante mucho tiempo, agravada por la educación católica y conservadora que recibí de mi madre y mi abuela. Siempre tuve cierto temor de acercarme a las chibolas.
La pequeña broma de la chibola me dejó pensando brevemente. No entendía a qué se refería, a pesar de que apenas tenía veinte años, pero diversas inquilinas habían visitado mi habitación en el pasado. Con cierta extrañeza, levanté la mirada y le pregunté a quién se refería. Ella respondió con una sonrisa: "la señora Ofelia, pues" y luego agregó con insistencia: "ya pues flaco invítame un fallo, tienes una caja llena, te he visto".
Permanecí en silencio por un momento y finalmente respondí de manera indiferente: "Si quieres, baja". No pasó mucho tiempo antes de que llamara al timbre de la puerta. Una vez en la azotea, me pidió un cigarro, y un poco confundido, le pregunté: "¿No eres demasiado chibola para fumar?". Ella casi se cagó de risa en mi cara y replicó: "Cumpliré diecisiete en unos meses, y en mi colegio hasta hemos lanzado con mis amigas". Lo dijo sin ruborizarse. Me quedé huevón y le pasé la cajetilla. Llevaba el uniforme azul de su escuela y una trenza que le llegaba hasta la espalda. Sus ojos eran verdes, como los de su madre, y su piel tenía un agradable tono bronceado. Su nombre era Ángela, y a través de su uniforme, destacaban sus caderas y su busto modesto. Su cuerpo estaba dejando atrás la adolescencia para convertirse en una mujer. Mientras hablaba, observé cómo sus labios se movían de manera exagerada, y en mi mente recordé el libro de Nabokov, especialmente la adaptación cinematográfica de Armen Oganezov, que tantas pajas le había dedicado.
Me confesó que el esposo de su madre había llegado de España y se iba a quedar todo el mes, además me contaría que él no era su papá, sino el padre de su hermano y por eso le parecía algo aburrido estar en casa. Ángela hablaba y me contaba anécdotas de su escuela, que no me interesaban, pero quería saber un poco mas de su madre, sus ojos verdes me hacian recordar a los de su madre y cada vez que se reía sus pechos se movían a través de la polera blanca que llevaba. "Mi mamá dice que estás estudiando en la universidad, ¿estudias biología?", me decía con la curiosidad y alegría propia de las chibolas de su edad. "¿Porqué tienes tantas plantas en tu azotea?, siempre te veo regándolas", agregaría mientras no dejaba de tocarlas.
Cuando terminó de fumar, le dije que tenía que salir, ella no se quedó contenta con mi respuesta y me pidió la llevara al centro comercial, "vamos en tu carro pues", "¿recien te lo has comprado, no?, esta viejito"; esta chibola parecía conocer detalles íntimos de mi vida o era una especie de stalker.
A partir de aquel día, Ángela se convirtió en una presencia constante en mi vida, como una insistente mosca que no se aleja. Había memorizado incluso mis horarios de clases y mis actividades, saludándome en la calle y, en ocasiones, asustándome cuando me encontraba en mi azotea.
Los dias pasaron y un dia recibo un mensaje de la señora Ofelia, me decía que quería conversar. Yo estaba medio palteado; su hija había demostrado tener una aguda percepción y un ojo avizor. No deseaba que me descubriera mientras su madre visitaba mi habitación. Durante un rato, fingí no comprender sus insinuaciones y haciéndome el huevón le pregunté por sus hijos. La señora Ofelia me informó que los fines de semana solían visitar a sus abuelos. Esta fue la respuesta que esperaba; sin perder tiempo, la invité a que se uniera a mí en ese mismo instante.
Apenas si conversamos, su marido había vuelto a españa unas semanas antes y estaba necesitando un poco de cariño. Esta vez quería ir contra el tráfico, me pidió que me ponga lubricante, accedí con todo gusto. Apenas me quité la ropa, se abalanzo hacia mi pinga erecta, lo chupaba y lo frotaba con sus manos, me encantaba como me miraba en esa posición, sus ojos verdes tenía un brillo de lujuria y me repetía "¿me has extrañado?", yo le decía que si, mientras que con mi mano le jalaba la cabeza haciendo que se meta toda mi pinga en su boca. Cuando me senté en la cama, ella notó que mi pinga estaba dura y casi como un resorte se sentó, sin esperar siquiera a que me coloque el condón. Mientras me cabalgaba chupaba sus tetas caídas y sus pezones grandes, era excitante verla gemir con los ojos cerrados, pero mientras mis manos presionaban su culo, no podía quitarme la imagen de Ángela de mi cabeza.
La señora Ofelia venía esporádicamente a mi habitación, ella sabía que su hija era muy curiosa y entendió rapidamente que podría facilmente adivinar nuestras escapadas. La señora Ofelia, para mi buena suerte, quería cachar con alguien sin ataduras, mientras su marido venía una o dos veces al año. Eso me convenía a mi.
Con Ángela, empezamos a tener una relación amical, nunca sospechó que cuando iba a la casa de sus abuelos, su madre me entregaba el culo y solía terminar tragándose mi leche y hasta lo saboreaba. Un dia la encontré mientras se iba al colegio, sin decir nada, se subió al asiento del copiloto de mi carcochita. "Arranca, antes que me mi mamá me vea", me dijo. No se porqué le hice caso, me preguntó si estaba yendo a la universidad, ese dia creo que apenas si tenía un laboratorio. "Quiero tirarme la pera", me contó con desparpajo. Iba a decir que se quite, pero rápidamente agregó "llévame a la playita pues flaco, quiero probarme el bikini que me ha comprado mi tía", eso me dejo algo pensativo, tenía un temor infundado, pero por otro lado el morbo de ver a la chibola me hizo perder la razón por un rato y nos fuimos a la playa.
Yo conocía una playa medio caleta antes de Ancón, ahi la llevé. Me compré un short de esos de cinco lucas y me bajé del auto, ella queria cambiarse. Cuando salió del auto vi que sus tetas eran medianas y blancas, llevaba un short blanco que dejaba ver sus piernas contorneadas y sus caderas provocativas. Tenía la barriga plana y ese aire a Lolita me hacía olvidar de momentos el asunto del Richard allá en mi tierra.
Cuando nos fuimos a la orilla, me saqué el polo para meterme al agua y la chibola me dejaría huevón quitándose el short y quedandose en una tanga amarilla que me permitía apreciar su hermosa anatomía. Chapuceamos en el agua y jugamos un rato, cuando salimos vi que su conchita se marcaba a través del bikini mojado. Eso me puso mas caliente. Empecé a jugar un poco mas con ella. "Siempre eres frío conmigo, ¿que te ha pasado?", me preguntó riéndose. "El mar siempre me pone de buen humor", le respondí. De nuevo en el agua empezamos a jugar de nuevo, esta vez me acerqué a ella y de a poco y entre juegos comencé a abrazarla, cuando la tuve cerca nos besamos, cómo estaría de arrecho que debajo del agua le acerqué hacia mi y sintió mi pinga dura. La chibola me miro con picardía y me dijo: "no estoy lista, soy señorita, sabes", eso me puso aún más arrecho, hasta ese momento nunca había estado con ninguna chica virgen.
La llevé de regreso a su casa, y en el interior del automóvil, nuestros labios se encontraron nuevamente en un beso apasionado. Pasados unos días, como era costumbre, nos cruzamos cuando regresaba de la universidad. Ella me pidió que la acompañara a la librería, y mientras caminábamos juntos por la calle, nuestros labios se unieron en un beso, como si la pasión que compartíamos se negara a ser contenida. Me dijo que iba a salir de vacaciones y sus abuelos iban a viajar con ellos. No me hice paltas, en mi mente, no había lugar para las ambigüedades; deseaba estar con ella, aunque también tenía mis propios asuntos pendientes.
Antes de su partida, nos entregamos una vez más al sabor de nuestros labios en un beso ardiente.
A las pocos días de aquel encuentro, yo me subía a un bus rumbo a un viaje sin planificar. El cofrade que desee puede encontrar un poco mas sobre aquella aventura aquí.
Un año pasó desde aquel viaje. Durante mi estancia en Brasil había experimentado varias depravaciones y el temor que tenía por chibolas, viejas o quien fuese había casi desaparecido. Pero al regresar, no podía evitar mirar la casa de mi vecino, esperando ver a Ángela, aunque en vano. Cierto dia vi al vecino, don Manuel, en la calle, después de una corta conversación, le pregunté sutilmente por la inquilina charapa que le había recomendado. Me confesó que la después que la hija acabo el colegio, se mudaron. Llamé al teléfono de la señora Ofelia, pero ese número ya no existía.
Los meses pasaron, nuevas inquilinas pasaban nuevamente por mi habitación. Me compré otro auto carcocha, a veces, en mis tiempos libres, hacia colectivo o taxeaba para cachulearme un poco. Me gustaba ir a un instituto donde la mayoría eran mujeres, usaban incluso uniforme. A veces subían chicas interesantes, y si la suerte me acompañaba me salía algún plancito. En una ocasión mientras esperaba algún pasajero, distinguí a una chica de cabello castaño y ojos verdes, tenia el uniforme azul, minifalda, blusa blanca y una especie de corbatín. Era ella: Ángela. Me acerqué con el auto hacia ella y la saludé por su nombre. Ella se agachó un poco para ver quién era y medio que se avergonzó y se hizo la desatendida. Me acerqué nuevamente y le dije sonriente "¿dónde vas?, te llevo".
Ángela estaba guapísima, habia dejado atrás ese aire de niña adolescente y ya era una mujer. Me bajé del vehículo y la saludé nuevamente. Recién me saludó, me dijo que no me había reconocido. La invité a subir, ella accedió. En el camino la notaba amable, pero seria. Habia dejado de lado ese aspecto de niña y ya conversaba de una forma distinta. Le pregunté por su mamá y me contó que había conseguido un trabajo y por eso se habían mudado. Me preguntó por mi ausencia, le dije que habia estado un año viajando por trabajo y por la universidad. Intercambiamos números y la dejé en su casa.
Pasaron unos días antes de que le enviara un mensaje, expresando lo feliz que me había hecho verla de nuevo. Sin embargo, no recibí respuesta durante varios días. Una tarde, recibí un mensaje suyo en el que se disculpaba, alegando problemas de saldo, y me pedía que la llevara a ella y a sus amigas. Habían asistido a un concierto de salsa y necesitaban un taxi. Cumpliendo con lo acordado, esperé pacientemente a Ángela y sus amigas, las llevé a cada una a sus respectivas casas, hasta que finalmente quedamos sólo ella y yo. Le propuse tomar algo juntos, a lo que ella vaciló, pero finalmente aceptó.
Mientras conversábamos, y después de algunos cócteles, me recriminó mi desaparición, me contó que me había llamado, pero que desaparecí sin decir nada a nadie. Me excusé nuevamente que no pensaba que mi viaje iba a durar tanto, pero que siempre había pensado en ella y cuanto floro se me ocurrió. Me acerqué a ella e intenté besarla, pero ella me advirtió que no lo hiciera. Me decía que no confiaba en los hombres, su mamá le había dicho, además, que todos los hombres son unos mentirosos y que ella lo había comprobado en varias oportunidades. Yo soló le decía que desde que la conocí fui siempre claro con ella y nunca le prometí nada que no haya cumplido. Ella se quedó en silencio. Nuevamente me acerqué a ella y nos besamos, me dijo que quería ir a bailar. Le iba a decir a su mamá que se iba a quedar en casa de una amiga.
Después de la discoteca fuimos a mi habitación. Ella había bebido varios cócteles y estaba algo ebria. En mi habitación nos besamos y mientras empezaba a desnudarla me susurraba "si me hubieras hecho tuya en aquel momento, te hubiera entregado mi pureza sólo a ti". Eso me prendió más, empece a desnudarla de a pocos, sus pechos eran medianos y sus pezones rosados y pequeños.
Los chupaba con ahínco, mis manos desabrochaban con lujuria su pantalón y me encontraba con su conchita rasurada. Ángela me abrazaba y gemia "hazme tu mujer", me decía, extasiada. Cuando la desnudé, empecé a jugar con mi dedos y mi lengua dentro de su conchita. Su conchita era pequeña, sus labios estaban metidos hacia dentro, yo le abría la conchita y con mi lengua invitaba a su clitoris a ser parte de nuestro encuentro. Ella gemía, "métemela por favor", repetía, pero yo quería hacerla llegar al orgasmo con mis manos y mi lengua. Escupía en su conchita y con mis manos la abría mas y nuevamente mi lengua recorría su vagina y yo saboreaba cada uno de sus fluidos. De a poco fui buscando con mi lengua el botoncito dentro de su conchita y cada vez que lo presionaba con mi lengua, ella aullaba de placer, con sus manos me jalaba los cabellos y me invitaba deseosa a penetrarla.
Después de un largo rato, pude colocarme encima de ella y comencé a penetrarla. "Así, así, más fuerte", me decía loca de placer. En un momento le pedí que se volteara. Ella obedeció y empecé a penetrarla, cada vez mas fuerte, yo le cogía de la cintura y la atraía con fuerza hacia mi, de pronto Ángela totalmente extasiada y arrecha me diría algo que me dejó perplejo "así que rico, metémela mas fuerte, como lo hace mi padrastro". En ese momento ya estaba a punto de venirme y no tuve tiempo de pensar en lo que decía. Me vine en esa posición y ella se quedó dormida.
Al dia siguiente cuando nos despertamos, ella sintió mi pinga parada, "¡qué rico, me haces provocar!", me dijo burlonamente. Nuevamente la penetré de costado hasta venirme. Nos despedimos con un beso.
Luego de ese día, me quede cavilando por mucho rato, porqué habia dicho eso. Tenía muchas dudas y preguntas, pero, entendía que no eran de mi incumbencia. Ángela me llamó unos dias después, salimos a beber y a bailar y luego nuevamente a mi habitación a cachar. Ese dia me preguntaba si había algo entre nosotros "sólo quiero cachar", le contesté friamente, pero con un nudo en mi garganta y cierta tristeza sin razón. Nunca más la volví a ver.
(Cuarta parte)
Pasaron varios días desde ese encuentro. Aún me quedaba muchas ganas de Janet y como todo novato quería experimentar varias cosas y que mejor que hacerlo con alguien dispuesta y además con ese cuerpo que se manejaba. A los días me escribe un mensaje, me decía que la había pasado muy bien, pero estaba con su hijo todo el día. Me dijo que al día siguiente la nana de Gonzalo no iba a estar y que Gonzalo se iba a quedar un par de horas más en el colegio para prepararse para una actuación. Las mañanas eran complicadas para mi por mi horario en la universidad, pero tenía tantas ganas de repetir el encuentro que le escribí diciendo que apenas regrese de dejar a su hijo me escriba. Tenía muchos deseos de verla y "conversar" también con ella.
Al día siguiente temprano me mandó un mensaje y bajé corriendo a su apartamento. Janet estaba con un licra similar al que tenía cuando se mudó, nos saludamos y nos besamos como si hubieran sido semanas o meses sin vernos. Ese día cachamos rico, me agradeció por mi comprensión de no forzar lo nuestro. Me dejó en claro que no buscaba una relación, además yo era consciente que el papá de su hijo le estaba ofreciendo una vida bastante acomodada y yo no tenía ni donde caerme muerto. Me pidió que le de clases a Gonzalo de vez en cuando. El niño tenía un poco de problemas en la escuela. Ella le había hablado al papá de Gonzalo que yo podía ofrecerle una ayuda al niño y que él estaba dispuesto incluso a pagarme por horas. Me confesó que el papá del niño estaba convencido que yo era rarito o gay. Así que se nos ocurrió la idea de dejarlo con ese concepto sobre mi. Al fin y al cabo, desde cualquier punto de vista yo salía ganando, al menos eso pensaba yo. Ese día nos despedimos y continué con mi rutina.
Iba a ver a Gonzalo dos veces por semana, le ayudaba con sus tareas y le explicaba temas de la escuela. Janet por su parte me daba el dinero que el papá de Gonzalo le daba especialmente por esto. La señora que la ayudaba estaba muchas veces también presente, a veces aprovechaba un descuido y le agarraba el culo o nos dábamos unos chapes en el baño.
Un sábado estaba todo arrecho y le mandé un mensaje para ver si podíamos hacer algo, pero Janet no me respondió. Me quedé con las ganas. Ya antes de dormir, estaba viendo un película en la PC y siento que alguien toca suavemente mi puerta. Me levanté y era Janet, estaba bien producida. Llevaba una falda por encima de la rodilla y un blusa con un escote discreto, tenía aliento a alcohol. Había estado en una fiesta con su familia y había dejado a Gonzalo en casa de su mamá. Entramos a mi apartamento y empezamos a besarnos en un pequeño sillón que tenía, empecé meterle la mano bajo la falda y con la otra mano le desabotonaba la blusa, llevaba un brassier negro. Yo ya estaba mejor entrenado en quitar sostenes así que casi no tuve problemas, me encantaba besar sus tetas, no eran muy grandes, regulares y algo caídos, pero sus pezones rosados y pequeños eran una delicia. Así a medio desvestirnos nos fuimos a mi cama, ella se dejó caer sin reparo y yo sobre ella. Janet inclinó su pelvis hacia arriba para que pueda quitarle la falda, sólo se quedó en calzon. El calzoncito era de encaje, se lo puse de costado y empecé a chuparle la conchita. Siempre me encantó chuparle la concha a Janet porque tenía un olor bien suave, incluso cuando estaba totalmente mojada y excitada, su olor era embriagante para mi gusto.
Estuve un buen rato chupando su vagina y metiéndole mis dedos, estaba descubriendo de a pocos, que zonas en su vagina le producían mayor excitación, tarde varias sesiones con ella en encontrar su "botoncito", de rato en rato le escupia la vagina y volvía a chuparlo. Cuando le quité el calzón me tomó del rostro y me dijo casi como suplicando y avergonzada "hoy quiero que me lo metas por atrás, pero no pienses que soy una puta", yo le respondí "¡no eres una puta! Y quisiera intentarlo también pero no soy un gran experto, vamos a hacerlo juntos, ¿si?" Y Janet me besó y me respondió "gracias por entenderme, sabía que no me había equivocado contigo".
Me cogió entonces el pene con su mano y empezó a frotarlo, le dije que se eche en la cama, me puse de rodillas frente a su cara y le entregué mi pene, que estaba bien duro, para que lo chupe. En esa posición ella lo chupaba y yo podía jugar tranquilamente con su conchita y sus pechos, ella se atragantaba con mi pene y gemía cuando le introducía los dedos. En esa posición sus caderas se dibujaban perfectas y su cuerpo se entregaba completamente a mi. Me coloqué entre sus piernas para ponerme el condón. Otra vez y medio avergonzada me preguntó, "podemos hacerlo sin condón, quiero sentirte dentro mio". La empecé a penetrar en esa posición del misionero, cada vez más rápido y cada vez más fuerte, cada vez que sentía que podría venirme, bajaba la velocidad, luego le dije que quería cambiar. Se puso en posición perrito, pegó su cabeza a la almohada y con las manos estiradas, se cogió fuertemente como pudo del colchón, su culo estaba totalmente inclinado hacia arriba. En esa posición le chupe lentamente la concha y empecé a chuparle también la entrada del culo, ella gemia empecé a escupir su culito y de poco metía un dedo y encima más saliva otra vez le metía otro poco y otra vez más saliva, ya le estaba metiendo dos dedos y escupiendo todo lo que podía. Ella ya había practicado el sexo anal, pero no era mi intención hacerla doler, sino que ambos disfrutemos del momento. Puse mi pene en la entrada de su culito y lo moje con un poco más de saliva, la imagen de ver mi glande entrando en su culito la tengo impresa en mi memoria, hasta ese momento no había practicado el sexo anal.
Que rico se sentía cuando mi pinga entró casi por completo,la presión que sentía en mi miembro era totalmente distinta que cuando estaba en su vagina o en su boca. Empecé a moverme lentamente mientras Janet gemía del gozo, de cuando en cuando se formaba un vacío en el culo y salía como pedos de su culo, ya había leído algo de eso, pero nunca lo había visto en ninguna porno. Empezaba a incrementar el ritmo, poco a poco mis pies se apoyaban más al colchón y me iba levantando un poco más, Janet gemia y empezaba a gritaba de placer, yo ya estaba casi de pie dándole más duro, Janet me decía con voz entrecortada, "qué rico me rompes el culo", eso me arrechaba más y le empujaba más fuerte, Janet empezó a echarse cada vez más en la cama y yo me sostenía con ambas manos de su culazo, debido a la excitacionle agarré del pelo y lleve su cabeza hacia atrás con fuerza, ella no decía nada solo gemia y apretaba lo dientes con fuerza. Sentía que sus piernas se aflojaban y ya estaba echada casi completamente en la cama y yo encima de ella, le dije que se voltee, quería darle misionero pero siempre por el culo, cuando se volteó vi que su culo estaba completamente abierto y parecía que palpitaba. Se echó de espaldas en la cama y empecé a cacharla en misionero, pero analmente, sus piernas estaban en mis hombros ella gemia, nuestros rostros estaban frente a frente, ya estaba a punto de venirme y solté un chorro grande de saliva hacia su boca, ella abrió la boca y se dejó que le escupa dentro de la boca. Al mismo tiempo mi pinga ya casi adolorida emanaba el semen que había estado acumulando, continúe bombeándola hasta quedarme sin nada de leche. Cuando saqué la pinga, vi su culo abierto y como salía primero como un hilito, pero luego un buen grumo de mi esperma.
Nos echamos juntos y nos miramos por un rato contemplándonos mutuamente. "Disculpa que no te dije antes, me gusta el sexo anal, pero no quería que me veas como una perra o una cualquiera", me dijo ya con más confianza. "Quiero que seas una puta y una perra conmigo sólo cuando estamos cachando, ¿te parece?", le pregunté, ella asintió con tranquilidad, "seré tu puta privada cuando estemos en la intimidad", respondió.
Después de eso nuestro encuentro fueron incontables, a veces iba como su invitado a almorzar o cenar con Janet y su hijo, otras veces ella me pedia ayuda, no sólo para que le ayude con los trabajos de su hijo, sino también cuando ella necesitaba hacer alguna diligencia en la computadora. A veces nos quedábamos un fin de semana sólos, después de cachar, nos gustaba explorar nuestros cuerpos con detenimiento, ella me mostraba su vagina y que puntos eran para qué, otras veces ella exploraba mi pene y mis testículos meticulosamente. Comíamos algo rápido y volviamos a cachar. Muy pocas veces salimos juntos, máximo dos tres veces, nuestros encuentros fueron exclusivamente en su apartamento o en el mio.
Cuando llegue de Brasil, después de un año, me abrazo con cariño y fue el único ser humano que me dijo, que me había echado de menos. Me confesó luego que se había excitado mucho verme el cambio que mi cuerpo había tomado en Brasil. Como regalo de bienvenida hicimos el amor primero en mi huerto privado y luego en mi apartamento.
Después de varios años como mi inquilina, un día me dijo que tenían que marcharse. Le pregunté si se iba a casar con el papá de Gonzalo, ella se rió y me preguntó "¿cómo sabes?, ¿alguien te ha dicho algo?", le repondi que había visto varios catálogos de novia que le habían enviado. Se rió y me lo confesó, me alegré por ella y en especial por Gonzalo, el niño merecia tener una familia funcional y junta. En plan joda le pregunté si ya había escogido la lencería del traje de novia, ella se cagó de risa, "tu nunca cambias, ¿no?". Me invitó a la boda, Gonzalo le había hablado a su papá bastante de mi.
Una semana antes de su mudanza, Janet me llamó, su hermana estaba cuidando a Gonzalo en su apartamento, quería despedirse de mi. Cuando llegó a mi apartamento, nos besamos y nos abrazamos con nostalgia, como queriendo recordar cada olor y cada forma de nuestros cuerpo, "hoy no quiero que me caches", me dijo. Le pregunté si quería pasar el tiempo oyendo algo de música o conversando. "Nunca vas a dejar de ser tan sano", me dijo, y luego agregó "hoy no quiero que me caches, hoy quiero que me hagas el amor". Nos besamos lentamente y empezamos a desnudarnos como dos niños que hacen una última travesura. No había rincón de nuestro cuerpo que no hayamos conocido y explorado antes con detenimiento y mucha atención. La penetré varias veces y espere que ella llegue al orgasmo primero para luego dejarla beber de mi semen caliente y que me diga, como siempre, que le gustó.
El día de la mudanza no fue necesaria mi ayuda. El esposo había traído personal para esto. Él me agradeció, Gonzalo le había hablado mucho de mi y cómo jugábamos juntos y le ayudaba con sus tareas y sus trabajos, incluso le enseñe a montar la bicicleta y a golpear al primero que le quiera agarrar de lorna. Gonzalo lloró y eso me entristeció un poco y asi una gran amiga y amante se fue de mi lado. Sin embargo semanas más tarde me llamó, un día antes de su boda. "¡Ayúdame por favor!", me dijo casi sollozando. El aire acondicionado del salón de recepción estaba hecho y en pleno verano los invitados se iban a asfixiar.
Llamé a un amigo especialista y ese mismo dia fui con él a ver el problema. Mi amigo pudo arreglarlo después de varias horas, el esposo en agradecimiento le pago el trabajo y le dio una buena propina, el esposo casi nos rogó para ir al matrimonio, pero sólo yo fui solo de sapo.
A pesar que me habían dicho que iba a ser una ceremonia sencilla, había como 100 invitados. Comí y baile un rato, conocí a sus hermanas y primas de Janet, entendí el porqué de esas caderas que me habían dejado impactado desde el primer momento. Después de un rato el esposo se me acercó, y me dijo "¿y causita?, ¿ya le sacaste plan a alguien? Hay flacas bien ricas y flacos también por seaca" y se cagó de risa, sólo me sonreí haciéndome el huevón. No me quedé hasta el final, mi amigo me mandó un SMS, se habia olvidado un multimetro y su casaca.
Me fui al cuarto de servicio antes de despedirme y cogí las cosas de mi amigo, tras de mi vino Janet, estaba hermosa con un vestido algo beige que le resaltaba las caderas. Me agradeció de nuevo el favor y me dijo que me iba a echar de menos, y que me irían a visitar de nuevo. Le desee lo mejor en su vida. Janet me sonrió coquetamente, miró a todo lado y me dijo despacito "al final escogí la lencería del catalogo", tuve una erección de inmediato, pero no quería ser tan cara de palo. Entonces le contesté, para apaciguar el ambiente, "me muero por verlo, pero ya eres una mujer casada", Janet me mira con ese brillo en los ojos, que yo ya conocía, y me responde coqueta "no te preocupes, cortesía de la casa" y se subió el vestido. Tenía una lencería blanca transparente, ya no me aguanté la arrechura y le metí mi mano bajo el calzoncito y despacio le metí dos deditos, sólo para comprobar que estaba mojada, jugué un poco con mi dedos y luego ella se acomodó el vestido, metí mis dedos a mi boca quería saborearla por última vez, ella tomó mis dedos y también se lo metió a la boca y me besó por última vez. Así nos despedimos, me acompaño hasta la puerta y, tras de ella vino Gonzalo corriendo, "amigo cuando mi papá me compre mi play station vienes a mi casa a jugar, ¿ya?". Y me marché.
A veces conversamos por Facebook, desde esa vez no tuvimos otro encuentro sexual. Siempre me dice que tengo que ir a buscarla cuando regrese a Perú. Tuvo dos hijos más, pero aún mantiene esas ricas caderas, quizá un día regresaré a Perú y jugaré a la Play con Gonzalo y sus hermanos y cuando se vayan a dormir, haré el amor con Janet, pero, es sólo un decir
Este año cruzo el umbral de los cuarenta. Ya estoy jugando el segundo tiempo de mi vida, si es que la vida fuera, como dicen, un partido de fútbol. Y eso contando con que en este país donde me encuentro, la esperanza de vida supera los ochenta —aunque nadie te garantiza que el árbitro no te pite el final antes de tiempo.
Mi historial amoroso es más bien un mosaico de caídas, tropiezos, huidas a media luz y uno que otro gol cantado que se me fue por estar mirando al cielo. He vivido historias fugaces, otras más tercas que el olvido, algunas que se apagaron sin decir adiós y otras que todavía, por las noches, me visitan como fantasmas cuando apago la luz. A veces bastó una mirada y otras me tomó meses construir un castillo que se desmoronó con el primer viento.
Sí, me ha tocado morder el polvo —ese polvo seco de la indiferencia— más veces de las que quisiera recordar. Pero esta vez no quiero darle tantas vueltas al asunto. Así que le lanzo la pregunta directo al respetable cofrade, a ti que estás del otro lado y tal vez has vivido lo mismo:
¿Cuánto tiempo esperarías para cachar con alguien? ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Una noche? ¿O acaso eres de los que espera señales del universo?
Unas pajas platónicas
Lo primero que me sorprendió de Arequipa fueron las torrenteras. Aquella tarde llovió tanto que las torrenteras parecían ríos. Llevaba el corazón hecho trizas desde la muerte de mi madre, y así, con la expresión de un completo cojudo de quien no sabe a dónde pertenece, llegué a la casa de mi tía, sintiéndome como un perro asustado y sin dueño.
—Te vas a quedar arriba, en la azotea —dijo su esposo con desdén.
Solo había dos habitaciones en aquella azotea con techos de calaminas vencidas por la intemperie. En una dormía la señora que era la empleada del hogar; la otra, un almacén polvoriento que se convertiría en mi refugio improvisado. Eran una familia católica, casi fanática, diría yo. Su esposo era un completo imbécil redomado que no perdía oportunidad para burlarse de mis harapos ni para recordarme, con una sonrisa socarrona, que ellos eran arequipeños de pura cepa, mientras yo, nacido en un caserío remoto a diez horas de allí, debía mantener bien presente de dónde venía y a quién le debía hospitalidad. Mi primo heredó la imbecilidad de su padre como una deuda genética, y mi prima, aunque amable, poseía el intelecto escaso, incluso para su edad.
Los días transcurrían en la monotonía de una tristeza implacable. Mi madre y mi abuela aparecían en mis sueños como espectros bondadosos, y yo despertaba con el alma encogida. Pero recordaba las palabras de mi otra tía, la hermana de mi madre, que con un rigor casi marcial me había dicho: "Tienes que ser fuerte, ahora estás solo. Tu madre te consintió demasiado, es hora de que te conviertas en un hombre de bien".
Me preparaba en la academia, aunque aún no tenía claro qué estudiar. Mis días pasaban entre la academia y ayudando a la empleada del hogar, con la limpieza y lo que mis tíos y mis primos necesitasen. Fue en medio de esa rutina que una tarde, al regresar a la casa, encontré a una chica joven sentada en la sala. Me quedé huevón por un momento. Era muy bonita, su rostro blanco parecía de porcelana y su cabello castaño caía sobre sus hombros, hasta ese día nunca había visto una mujer tan hermosa, más que arrechura me provocaba tenerla, como si se tratase de un tesoro casi sagrado.
-Hola- dijo, sin más.
Respondí con torpeza. Mi tía salió a presentarnos.
—Es la señora Isabel —dijo con solemnidad—. Ahora ve a la panadería y tráeme lo que te voy a pedir para el lonchecito.
Hice lo que me ordenó y me retiré a mi habitación, preguntándome quién era aquella mujer y qué hacía en la casa. Parecía demasiado joven para el apelativo de "señora", pero su vestimenta formal le confería una madurez impostada. Con el tiempo supe que era amiga de mi tía, una devota reclutada en esos aquelarres religiosos a los que mis tíos me obligaba a asistir. Su esposo, policía, había sido destacado primero a Ayacucho, donde lo conoció, en esa ciudad se casaron y luego, el esposo fue destacado a Arequipa.
—Ya sabes cómo son las cholitas —comentaba mi tío con una risa cínica—, les gustan los uniformados.
La señora Isabel era reservada conmigo. Apenas cruzábamos palabras, y yo atribuía su distancia a mi propia torpeza y a mi cara de pajero que, para entonces, ya debía notárseme en la mirada.
Un año pasó entre rosarios, misas y largas jornadas de estudio en la biblioteca de la academia, que se convirtió en mi refugio contra la mediocridad de mi entorno. Me aferraba a la idea de un futuro distinto, pero no sabía aún en qué dirección debía caminar.
Un día llegó mi otra tía desde la sierra, con la noticia de que me enviarían a Lima. Mi padre, un hombre esquivo y casi desconocido, necesitaba alguien que administrara sus propiedades en la capital, y a cambio se haría cargo de mis estudios.
Mi tía lloró al verme, y sus ojos reflejaron los de mi madre y mi abuela, como si en ellos habitara un linaje de ausencias insalvables.
—Hijito, ahora te irás a Lima. Tu padre se hará cargo de ti. Tu tía me ha dicho que te has peleado con tu primo y que le has contestado a tu tío.
—Es que son unos completos imbéciles y hasta parece que quisieran hacer gala de una ignorancia casi monumental, pensaba, mientras mi mirada se perdía en el infinito.
—¿Me estás escuchando? —insistió.
—Sí, tía, perdón. Pensaba en el examen de admisión.
—Allá tendrás que estudiar. Obedece a tu padre, sea lo que sea, es tu padre y merece respeto.
Aquella misma noche partí rumbo a Lima con un par de harapos y una sensación de destierro que se anudaba en la garganta. Me alejaba aún más del recuerdo de mi madre, de mi abuela, de todo lo que una vez llamé hogar.
Al llegar, mi padre me esperaba. Nos habíamos visto pocas veces, siempre con mi madre de intermediaria, pero esta vez era distinto. Me dio la mano y me llevó a la habitación en la azotea que sería mi nuevo refugio. Parecía que mi destino era vagar de azotea en azotea, como un gato sin dueño.
—Tu mamá decía que eras listo, ahora veremos si es verdad —dijo mientras me indicaba las cuentas y las reparaciones que debía hacer—. Vas a depositarme esta cantidad cada mes, y si hay algún cambio, me avisas. Además, te encargas de esto y esto. Tú verás cómo manejas tu tiempo con la universidad. ¿Me estás escuchando?
—Sí, señor… perdón, papá.
—En Lima tienes que desahuevarte —soltó con severidad—. Aquí no estás para pastear los borregos de tu abuela, como lo hacías en la sierra. Si no eres pendejo, te van a joder.
Días después, me encontraba en un examen de admisión que no me pareció difícil. Algunos llegaban con sus padres, otros en combis, algunos en autos caros. Escuché murmullos sobre cómo la universidad se había "acholado", y la frase quedó flotando en mi cabeza como un eco incómodo.
Los meses pasaron. Descubrí el placer de cachar, primero a una inquilina, luego a otra y otra, empecé a ganar mis propias monedas, y aunque estudiar era un martirio, lo trataba de sobrellevar con buen humor y, claro, buscando nuevas candidatas para mis caches clandestinos. La vida me arrastraba a su propio ritmo.
Hasta que un día, mi tía de Arequipa llamó.
—Hola, sobrino. ¿Cómo estás? Tu papá me ha dicho que me puedes ayudar con el alquiler de un lugar para una pareja…"
—Si tía, justo hay un apartamento disponible, le respondí.
—¿Te acuerdas de mi amiga Isabel? Bueno, su esposo ha sido destacado a Lima y están buscando un lugar para vivir.
Apenas escuche su nombre, la memoria de la señora Isabel se sintió en todo mi cuerpo. Tuve una erección de inmediato. Recordaba su rostro, que parecía de porcelana, sus pechos y sus caderas medianos, pero notorias. Era blanca como la leche y sus ojos de color caramelo me traía a la memoria mi estancia en Arequipa. —Cuantas pajas le había dedicado a ese manjarcito, pensaba.
—Dile que se comunique conmigo, tía, o que venga en la noche. Yo estoy siempre en casa después de la universidad —le dije, en un arranque de entusiasmo.
Unos días después aparecerían ambos frente a mi puerta. El esposo, con aires de ministro del interior o Ramón Castilla mientras la señora Isabel, más bella que nunca, llevaba una ligera curva en su vientre. Estaba embarazada. Apenas les invité a pasar, el esposo puso ciertas condiciones, como si estuviese alquilando un castillo.
—Este lugar está bien ubicado —le expliqué, señalando la zona tranquila y con todos los servicios—. Además, hay una clínica para mujeres gestantes cerca, y pueden contar conmigo en cualquier momento.
—Y por dártelas de pendejito, ahora te subo el alquiler 100 luquitas, pensaba maliciosamente. —Y dígame, ¿cuándo se mudarán?, hasta le ayudo con la mudanza, como cortesía, le insistí, mientras me hundía en el rostro y las tetas que le habían crecido más a la señora Isabel. Su figura, aunque ligeramente alterada por el embarazo, seguía siendo cautivadora, como una joya que desafía el paso del tiempo.
Pasaron los días y las semanas, y mientras limpiaba una de las propiedades de mi padre, me di cuenta de que desde una ventana en el segundo piso podía ver, aunque de manera disimulada, parte de la habitación de los nuevos inquilinos. Aunque ellos colocaron una cortina, había una ranura pequeña que me permitía observar lo que sucedía en su interior.
Para mi sorpresa o buena suerte la visión a la habitación era directamente a un espejo grande.
Un día cualquiera, de curioso o de pajero estuve observando un largo rato hasta que la señora Isabel apareció con una bata delante del espejo. Se despojó lentamente de su bata y empezó a frotar su vientre, mientras se miraba al espejo. ¡Que visión! Casi me caigo por el tragaluz a ver semejante espectáculo. La señora Isabel casi completamente desnuda, solamente con una tanga puesta, frotaba su vientre y sus pechos y se miraba al espejo. Sus pechos, efectivamente, se veían grandes, su piel blanca provocaba en mí, las ganas de correrme una paja en ese mismo momento. Sus pezones rosados, se veían tan provocativos.
Ese espectáculo duro varios minutos. Era alucinante ver su cuerpo desnudo y, verla embarazada, hacía que empiece a formar una nueva forma de ver el sexo. Como buen arrecho, memoricé el horario y luego de varios ensayos y errores pude identificar el horario en la que ella salía de la ducha y empezaba con la misma rutina de verse al espejo desnuda y acariciarse el vientre. Fueron varias semanas de fisgoneo exacerbado.
—¡Qué suerte tiene este tombo conchesumadre!, pensaba, cada vez que los veía salir juntos.
Aunque yo ya estaba cachando con otras inquilinas, pero me quedaban las ganas de poseer ese cuerpo lozano y delicado como si se tratara de una muñequita. Los meses pasaron y la señora Isabel dio a luz a su primer hijo. Por otro lado, también había cambiado su rutina y las pocas veces que pude aguaitar su habitación ya no pude verla desnuda.
Un par de años pasaron y la pareja decidió buscar otro rumbo. Las veces que entable una conversación con la señora Isabel, fueron muy contadas. Ella fue siempre seria conmigo, sin llegar a ser grosera. Tampoco insistí más, nuestros temas de conversación era temas recurrentes, sin una esencia real.
La señora Isabel, fue quizá, una de las pocas inquilinas, con las que no pude ir más de avance. Sin embargo, al menos le dediqué varias pajas en su honor.
Pasaron catorce años desde que dejé Perú y casi veinte años que vi a Isabel. Finalmente decidí regresar al país, tenía que enfrentar mis propios demonios. Además de la visita forzada a mi padre, había decidió ir a Arequipa y luego a mi pueblo. Quería visitar la tumba de mi madre y mi abuela y contarles que la vida no me había tratado tan mal, como pensé que podía hacerlo. Tenía deseos de ver el terruño donde nací y recordar mi infancia, pasteando las ovejas de la abuela y cortando alfalfa para los animales. Mi tía, la hermana de mi madre, ya mucho mayor, continuaba viviendo en la sierra, le avisé con anticipación que volvería a Perú e iría a visitarla.
Por aquellas cosas del destino, antes de mi partida a Perú mi tía de Arequipa me agregó al Facebook. Ya se había enterado de que iba a llegar y me pidió visitarla. No me opuse. Al fin y al cabo, me había brindado su hogar durante mi adolescencia.
Mientras conversaba con ella por el Facebook, me acordé de Isabel. Saqué cuentas mentales y entendí que debía estar a mediado de la base cuatro. Era algunos años mayor que yo, cuando la conocí.
En su Facebook tenía varias fotos. Aunque ya era una MILF, aún conservaba ese cuerpo blanco y espigado. En su rostro se veía el paso de los años, pero continuaba siendo una mujer muy guapa. Sin reparo alguno, le agregué al Facebook. Después de varios días, noté que había aceptado mi amistad e incluso había dado un “like” a una de las pocas fotos de mi perfil.
Le escribí un mensaje educado, haciéndole notar la agradable sorpresa de encontrarla por ese medio. Al día siguiente, y por el cambio de horario, leí su respuesta. Empezamos a conversar.
Isabel había tenido un hijo más, además del niño que yo había visto, mientras vivía en casa de mi padre. Su esposo, había dejado la policía y decidido migrar a Gringolandia. Él tenía una hermana allá y en busca de un futuro mejor, se fue, llevando a sus dos hijos. La relación entre Isabel y su esposo había terminado, aunque ella no me dio detalles. Le conté que en pocos días iba a ir, coincidentemente, a Perú y le propuse encontrarnos para conversar. Isabel lo dudo un poco, pero pude convencerla, casi sin esfuerzo.
Ya en Lima, nos encontramos y tal cual lo supuse, era una MILF hecha y derecha. Su cabello tenía un tono más castaño, casi rubio, lo cual contrastaba a la perfección con su piel tersa y blanca. Había dejado ese acento ayacuchano, que la acompañaría por mucho tiempo y conversaba en un tono más “alimeñado”. Noté que sus pechos eran más grandes. Estaba riquísima.
Había reservado el restaurant de moda en Lima, quería sorprenderla un poco, pero a la vez quería darme mis gustos.
Bebimos unos piscos sours y luego fuimos a caminar a la playa cercana. Me contó sobre su separación y como extrañaba a sus hijos, sin embargo, estaba convencida que era lo mejor para ellos.
Sentados, mirando a la playa, le tomé de la mano y le confesé que me había sentido atraído hacia ella desde la primera vez que la vi. Ella se rio, su sonrisa le daba un aire como de niña etérea.
Ella me contó que había mantenido contacto, todo este tiempo, con mi tía de Arequipa, y en más de una ocasión había preguntado por mí. Desde que dejé Arequipa, mi tía y su esposo estaban seguros de que me dedicaría a estar en “malos pasos”. Incluso recordé que alguna vez su esposo me quiso presentar a un albañil.
—Tienes pasta de albañil, si te esfuerzas podrías llegar a ser uno bueno, me dijo.
—Lo voy a pensar tío, gracias por el consejo, le dije, mientras le mandaba a la conchesumare mentalmente.
Me cagué de risa, con esa anécdota.
—Creo que hubiera sido un buen albañil, le dije y agregué, me hubiera ahorrado años de estudio y ya tendría mi casita cerca a la playa.
Isabel también río.
—Soy mayor que tú, me dijo, bajando la mirada.
—Me encantas, no por tu edad, sino por quién eres, le respondí seriamente.
—¿Y quién soy yo para ti?, volvió a preguntar.
—Mi amor platónico de toda la vida, le dije, mirándola fijamente.
Isabel se rio, medio nerviosa. No desaproveché la oportunidad y me acerqué a ella. La besé.
Ella correspondió y nos dimos un beso largo. Sentir como su lengua entraba en mi boca, era una exquisitez en sí misma.
Le propuse ir a otro lado, pero ella me rechazó cordialmente.
—Mañana me voy a Arequipa, le dije.
— ¿Vas a visitar a tu tía?, me preguntó.
—Si, luego iré a mi pueblo. ¿Porqué no te me unes y pasamos el fin de semana y nos vamos a comer a una picantería?, le dije.
Isabel se quedó callada, no sabía como responder.
—Dame tus datos para comprar de una vez tus boletos de avión, insistí.
—Yo no soy, así, me respondió medio asustada. —Soy un poco más conservadora.
—No necesitas ser liberal para ir a comer a una picantería. Si pasa algo entre nosotros, será algo lindo, sino nos saciaremos con adobo y rocoto relleno, además son más de veinte años que no como la verdadera comida arequipeña.
Sus ojos brillaban, y empezó casi a tartamudear sus datos.
—Listo, le dije. —Salimos mañana a las once de la mañana.
Al día siguiente, cuando llegué al aeropuerto, estaba ya ella esperándome.
La saludé con un beso en la boca, como siendo dueño de la situación.
—No sé cómo has podido convencerme, me dijo, y esbozó una sonrisa medio nerviosa y medio cómplice.
El hotel, era un hotel fichón. Desde que salí de Arequipa había prometido volver, pero me juré que ya no iría a dormir en ninguna azotea con calamina, sino en el mejor hotel de la ciudad.
Pasaron veinte años desde aquella promesa y pude cumplirla.
Cuando entramos a la habitación, Isabel se quedó sorprendida. Era un hotel muy bonito.
—Lo prometido es deuda, le dije y agregué, —vamos a la picantería.
Comimos y reímos. Isabel es una buena conversadora. Bebimos y le robé varios besos. En un momento, ella me dijo:
—Vamos a descansar.
Nos enrumbamos al hotel. Apenas entramos, nos comimos a besos.
—Espera, insistió, — quiero que sea especial.
Isabel entró a la ducha y luego de un rato, salió con un babydoll negro, transparente. A mi memoria vinieron mis recuerdos de verla desnuda, acariciando su vientre.
Me abalancé sobre sobre ella como un león sobre su presa.
—Estás más hermosa que nunca, le susurré al oído. —He esperado tantos años para hacerte el amor, agregué extasiado.
Nos besamos como poseídos por la arrechura contenida. Mis manos recorrían su cuerpo delicado, su piel era suave, su aroma me enloquecía y se lo hice sabor poniéndome duro, tuve una erección que no la tenía desde que tenía veinte años.
Isabel cayó de espaldas en la cama y comencé a deleitarme con sus pechos. Sus tetas, ya algo caídas, pero deliciosas, sus pezones rosados, recorría con mi lengua sus aureolas. Ella, con los ojos cerrados, sólo se dejaba llevar. Bajé por su vientre, puse la tanga que llevaba de lado y empecé a embriagarme con el sabor de su conchita, sus labios estaban un poco salidos, jugué con ellos.
Mis manos abrían su conchita húmeda y rasurada. En todos estos años intuía que su conchita era rosadita y así lo confirmé. Su sabor era suave. Mi lengua entraba y salía de ella, hasta notar que el sabor de sus fluidos cambiaba ligeramente. Isabel gemía, también estaba extasiada de placer. Metí dos dedos a su conchita y empecé a buscar dentro de ella aquella zona media arrugadita. Con mis dedos acariciaba ese punto y mi lengua se entretenía con su clítoris. Escuchar a Isabel gemir, me daba más aliento para proseguir con mi tarea. Ya me dolía la mandíbula, pero quería seguir chupando su conchita hasta embriagarme de su olor y su sabor.
—Cáchame, cáchame, ya no puedo más, dijo toda extasiada, como si me rogara.
Su mirada estaba totalmente extraviada, su respiración era agitada. Apenas me despojé de mi pantalón y mi boxer para que ella me cogiera la pinga con la mano aceleradamente. Isabel no perdió el tiempo, miró mi pinga dura, durísima, y empezó a chuparla. La chupaba con una pasión contenida. Yo no se si era por el deseo o la fantasía que tenía por ella, pero tenía la pinga durísima. Isabel intentaba metérsela toda en su boca, pero le era imposible. Su boquita era tan pequeña que por mucho esfuerzo que aplicaba, mi glande chocaba con la parte interior de su boca sin poder introducirse más.
Casi le arranqué mi pinga de su boca y subí sus piernas. Me coloqué sobre ella, y a la primera penetrada, Isabel dejó salir un aullido que retumbó en la habitación. No pasó mucho tiempo, notaba como la cama se humedecía con nuestros fluidos. Mi pinga entraba y salía y con mis manos cogía sus tobillos. Bajaba la velocidad de mis embestidas para evitar venirme, luego volvía otra vez a embestirla con fuerza, como queriendo romperla. Isabel ya estaba deschavada y sólo gemía y rogaba que no parase.
Saqué mi pinga por un momento y con una indicación le ordené que se voltee. Ella, completamente sumisa y obediente, no reparó y me entrego la vista de ese culo blanco, de esa gloria que había sólo imaginado durante tantos años. Con fuerza nuevamente coloqué mi lengua en ese hoyito, las arrugas de su culo daban la bienvenida a mi lengua traviesa.
Con mis manos abría más sus nalgas y me lengua intentaba, a como dé lugar, entrar en su culo, mientras mis dedos entraban con facilidad en su conchita y me movía dentro de ella. Coloqué mis pies en el colchón y comencé a penetrarla. Isabel hundía sus pechos más en el colchón y yo trataba de ir más dentro de ella. Su rostro estaba desencajado, llena de placer, cual perra en celo. —Si, si, si, gemía. Le di una última embestida que no pudo aguantar el peso de mi cuerpo y cayó de bruces, rendida en la cama, mientras sentía que me venía una, dos, tres veces dentro de ella.
Me quedé pegado un rato a ella, en esa posición, hasta que mi pinga empezaba a ponerse flácida y perdía su tamaño. Nos quedamos abrazado, desnudos y sudorosos después de aquella faena y nos quedamos dormidos. Después de un par de horas nos despertamos. Mi pinga estaba nuevamente en forma.
—¿Qué te parece salir un rato a pasear?, me ofreció.
—Suena bien, respondí. —Pero, primero quiero cacharte un poco más.
Isabel se río y sin que yo le dijera u ordenara empezó a masturbarme con su mano. Se inclinó nuevamente hacía mí y metió mi pinga en su boquita. Empezó a chuparme, como si lactara un manjar, como si quisiera buscar algo dentro de mi pinga. No pude resistirme y me vine, otra vez en su boca. Isabel no sólo me dejó la pinga completamente limpia, sino que saboreó el sabor de mi semen, y con la pinga en sus manos pasó su lengua por sus labios, como saboreando su obra.
—Ahora estás completamente deslechado, me dijo, algo burlona.
Esa noche salimos a pasear al centro y fuimos a bailar y beber. Llegamos de madrugada al hotel y nuevamente cachamos. Así desnudos empezamos a conversar. Las típicas conversaciones de dos amantes en la intimidad y el silencio.
—Siempre quise acercarme más a ti, me confesó. —Pero no de una forma carnal, tenías un brillo en los ojos que no sabía identificar, cuando te vi por primera vez, y tenía curiosidad.
Isabel pensaba que, el brillo en mi mirada, como ella lo describía, se debía a la tristeza de haberme quedado prácticamente solo en la vida. Luego en Lima, volvió a notar lo mismo y me confesaría que esa “intensidad” del brillo era por la emoción y la pasión de como yo veía la vida.
Me quedé huevón por un rato, no era la primera vez que alguien me había hablado del brillo en mi mirada, pero siempre creí que era por tanta marihuana que había lanzado siendo joven o por que siempre andaba arrecho tratando de desnudar a todas las mujeres que se me cruzaban con la mirada.
Al día siguiente, cachamos un poco más antes de salir rumbo al aeropuerto. Nos despedimos con un beso ardiente y lleno de pasión y prometí que nos veríamos cuando vuelva a Lima.
Después de embarcarla, fui a visitar a mi tía y al huevonazo de su esposo. Conversé con mi tía, su esposo me miraba como un cachorro asustado, aunque aprovechaba el momento para soltar cualquier cojudez, pero era fácilmente domado con una mirada o un comentario mío.
—¿Te acuerdas de mi amiga Isabel?, preguntó mi tía, en un momento de la conversación.
—Si supieras la chupada de culo que le he metido y se ha tragado hasta la última gota de mi leche, tía, dije a mis adentros, mientras movía la cabeza afirmativamente.
—Siempre me preguntaba por ti, hasta que un día le dije, creo que te has enamorado de mi sobrino, y soltó una risa cómplice.
Me sonreí también, haciéndome el huevón y el desentendido.
—¿Aún vive en Lima con su esposo?, pregunté, haciéndome el curioso.
—Se divorció y hace ya unos años empezó una relación con un general o coronel del ejército, me chismoseó. —Me dijo hace poco que se iban casar. Agregó, como terminando el chisme.
—Las cholitas se mueren por los uniformados, agregó el cojudo de su esposo.